Cristian Campos-El Español
 

Reunión este viernes del director con los jefes de sección de EL ESPAÑOL. La pregunta es qué hará Pedro Sánchez el próximo lunes. Sólo hay dos opciones sobre la mesa.

1. O la carta es sincera y el presidente va a dimitir superado por la presión y probablemente arrinconado por alguna circunstancia que ahora mismo sólo conocen él y su mujer Begoña Gómez.

2. O la carta no es más que una estratagema política destinada a generar un movimiento fanatizado de adhesión cesarista que le convierta en un mesías del antifascismo.

Dicho de otra manera.

O el motivo último de la carta es personal o es político.

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En la reunión de EL ESPAÑOL hay partidarios de ambas opciones.

A favor de la opción personal, que sostienen quienes a pesar de todo le conceden al presidente el beneficio de la duda, juegan varios detalles.

1. El primero, que el contenido de la carta del presidente era desconocido incluso por su círculo de colaboradores más cercano hasta que la hizo pública en X.

2. El segundo, la evidencia de que un movimiento como este no tiene fácil marcha atrás.

Sánchez no puede aparecer sin más el lunes y anunciar que se queda para luchar contra el fascismo tras haber paralizado al Gobierno durante cinco días por un problema estrictamente personal y relacionado con el conflicto de intereses provocado por las actividades de su mujer. Su público lo compraría sin duda alguna. Pero el ridículo, y sobre todo lo burdo del montaje, le convertirían en el hazmerreír de España y de la UE.

Este titular de Bloomberg es sintomático: «Pedro Sánchez le ha concedido a su país cinco días para que piensen cómo sería su vida sin él».

Y eso, dejando de lado el hecho de que la revelación este lunes de que todo ha sido un montaje demostraría que no estamos frente a un gobernante democrático, sino frente a un manipulador populista sin escrúpulos.

3. El tercero, la reacción de la prensa internacional.

El miércoles por la mañana nadie más allá de los Pirineos sabía quién era Begoña Gómez. El miércoles por la tarde, su nombre aparecía ya en todos los medios internacionales asociado a la palabra «corrupción».

Y eso abona la sospecha de que el presidente ha actuado impulsivamente, sin calcular las consecuencias de una carta como esta.

4. El cuarto, el hecho de que la reacción del presidente encaje con los rumores que hablaban de una posible dimisión en julio para dar el salto a la presidencia del Consejo Europeo. En este caso, Sánchez sólo habría adelantado lo que ya tenía decidido.

5. El quinto, esta cara del miércoles por la mañana, que no es la cara de un tipo que ha orquestado en solitario una operación maquiavélica destinada a reventar las últimas costuras que queden en pie del Estado de derecho.

Este tipo (hagan pinza y observen con detalle) ha pasado muy mala mañana.

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A favor de la opción política juegan también varios detalles.

1. El primero, la propia biografía del presidente.

Si alguien es capaz de orquestar una operación de manipulación emocional y política como esta y de poner al país al borde de un enfrentamiento ciudadano generando la idea de que la mitad de los españoles conspiran para acabar con la democracia construida por la otra mitad, ese es Pedro Sánchez.

2. El segundo, el hecho de que si alguien pretendiera lo anterior, si ese fuera su objetivo real, sólo tendría que escribir una carta como la de Sánchez. Porque esa carta parece escrita con escuadra y cartabón para generar un efecto como el anterior.

En este sentido, el mensaje de Sánchez es demasiado perfecto en su «espontaneidad».

3. El tercero, el hecho de que alguien que pretende recluirse durante cinco días junto a su mujer para reflexionar sobre su futuro no permite que su partido y sus periodistas afines orquesten una operación bananera de adhesión al caudillo, circense y grotesca hasta el esperpento, como la que estamos viendo en las redes, los medios y las calles.

4. El cuarto, la obviedad de que Pedro Sánchez es un animal político y de que la magnitud de la amenaza (¿una denuncia de Manos Limpias que no llegará a nada?) no se corresponde en absoluto con la potencia de la respuesta.

¿Pedro Sánchez derrotado por un sindicato ultraderechista sin relevancia política?

De ninguna manera.

5. El quinto, el éxito entre la izquierda mediática y política de la carta, que ha generado una ola de histerismo tan estrafalaria como amenazante y que en cualquier país hispanoamericano llevaría de cabeza a la imposición de un estado de excepción cuyo objetivo sería el sometimiento de jueces, periodistas y oposición democrática.

Los mimbres están ahí y sólo falta el caudillo que fabrique el cesto con ellos. La izquierda española ha llegado ya al punto de madurez suficiente para la aceptación de un régimen de libertades limitadas. La pregunta es si eso es lo que Sánchez pretende.

Pero los creyentes, desde luego, están ahí. A la espera de una señal. Tienen ya la autocracia en la punta de la lengua.

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Y ahora, mis dudas.

Reconozco mi simpatía por la primera opción, aunque sólo sea porque la segunda me pondría ante la incómoda evidencia de que España ha dejado de ser una democracia para pasar a ser, no una dictadura, pero sí algo para que la ciencia política no ha inventado todavía nombre.

¿Democracia demagoga?

¿Seudoestado de derecho?

¿Cesarismo progresista?

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Hay otro detalle que me hace dudar.

La segunda opción acarrearía, necesariamente, consecuencias de una crueldad difícil de imaginar incluso en un personaje tan presuntamente glacial como Pedro Sánchez.

Porque si este lunes Pedro Sánchez anuncia que se queda, ocurrirán dos cosas.

La primera, que se demostrará que el presidente enamorado ha utilizado a su mujer como carnaza para una operación caudillista de glorificación de su persona.

La segunda, que la presión sobre su mujer se multiplicará por dos, por tres, por diez.

Y lo hará después de que haya sido el propio Pedro Sánchez el que la ha puesto en la diana.

Y en ese caso, más le vale a Begoña Gómez estar segura de que no existe ni la más mínima mota de polvo en su currículo. Porque lo que se ha publicado hasta ahora será sólo una broma comparado con lo que llegará luego.

Así que la pregunta no es tanto si la carta es sincera o no lo es, como si Pedro Sánchez ha decidido o no sacrificar a Begoña Gómez en el altar de sus ambiciones políticas.

Sí, la carta de Pedro Sánchez encierra un melodrama.

Pero no es el que la izquierda, siempre tan naif, piensa.