Iñaki Ezkerra-El Correo

  • O gobierno de PP y PSOE, con Sánchez de presidente, o apoyo a Feijóo de un PNV que vendería que ‘neutraliza a la ultraderecha’

Aunque la cordura política se presenta en estos días como una extravagancia y se pretende disfrazar de aventurado pero factible un ‘sanchismo’ funambulista que ha hecho ya costumbre de sostenerse sobre el alambre de los secesionismos y de todos los desafíos al sistema, resulta más necesario hoy que nunca insistir en las dos salidas menos dramáticas que tendría el callejón en que nos han metido los comicios del 23-J aunque de momento parezcan descartadas ambas.

Una, la más cabal, sería la del gobierno de coalición del PP con el PSOE, a favor de la cual ya se han pronunciado un buen número de voces unidas por el sentido común. Yendo más lejos de cómo se ha formulado hasta ahora esa desestimada posibilidad, no sería un planteamiento en absoluto descabellado que Feijóo le ofreciera a Sánchez la propia presidencia de ese ejecutivo bicolor tan deseable. Y es que la situación de emergencia nacional a la que nos lleva un aterrizaje de Puigdemont en la pista de la temeridad sanchista exige ese sacrificio de quien, pese a ganar las elecciones, no ha obtenido -debe admitirlo- un triunfo tan holgado en votos ni en escaños que permita siquiera apostar por otra cita electoral.

Sí. Tentar a Sánchez con la reedición de su mandato a cambio de un firme compromiso con una política de Estado que rehiciera la deteriorada imagen de nuestro país y enviara a la guardería del olvido a los ratones intocables de la Belarra como a toda la familia Monster de las Monteros, las Yolandas, los Rufianes, los Otegis y los Puigdemontes, sería un gesto de patriótica generosidad y un ejercicio de realismo. Sería dar a Sánchez la oportunidad de pasar a la Historia (o sea, de ver cumplida esa fantasía con la que sueña en voz alta) como el estadista que no es ni se ha planteado ser en vez de hacerlo como un tahúr político.

El mayor obstáculo a esa oferta es el evidente gusto que el actual secretario general del PSOE le ha cogido al peligro, pero la tentación no dejaría de ser sugerente, por otra parte, para alguien que, a diferencia de Zapatero, no tiene más ideología que la supervivencia de sí mismo y que ya empieza a acusar los implacables signos de la cincuentena, esas canas que demandan sosiego y buenos alimentos. ¿Qué quiere Sánchez? ¿Seguir haciendo el friki hasta la edad de la jubilación, como lo hace el líder de EH Bildu con ese flequillo de anacrónico jarraitxu? ¡Cuánto mejor una legislatura tranquila y sin sobresaltos populistas que lo encumbre sin mérito ni esfuerzo como gran reconciliador nacional y referente renovador de la socialdemocracia europea!

La otra salida del callejón electoral sería la del apoyo, por ahora descartado, del PNV a la investidura de Feijóo. Existen argumentos para que el partido fundado por Arana revise su precipitada negativa. El principal es que lleva catorce años presentándose a la sociedad vasca como un dique de contención a Podemos y EH Bildu, esto es, vendiendo una política de moderación, que es la que le ha permitido atraer a una parte del electorado del PP.

Hasta ahora el PNV ha sabido compatibilizar esa imagen tranquilizadora de autonómico consumo interno con el apoyo a Sánchez y a sus socios en el escenario nacional. Pero ese juego se le acaba ante una situación tan polarizada como la actual que pone las cartas bocarriba. El ‘sanchismo’ se halla en estos momentos en una deriva tan bronca, y en un momento tan avanzado de la partida no ya solo con EH Bildu sino con el populismo antisistema encarnado en Sumar, que contradice los propios intereses peneuvistas. El hecho de que Urkullu impugnara la Ley de Vivienda bilduarra al día siguiente del portazo que dio Ortuzar a Feijóo denota un cierto disenso entre bastidores y no debe leerse solo en clave local. Al PNV esa ley le resulta molesta no solo porque tiene la paternidad de su rival en votos sino porque apunta a un cuestionamiento de la propiedad privada opuesto a su cultura económica, que a la hora de la verdad es la del PP y la de Vox.

Sin duda, el pacto de gobierno entre estos dos últimos es el gran obstáculo para abrir esa puerta que ha cerrado Ortuzar. Sin embargo, también ese obstáculo es superable. A Vox no se le perdonaría que retirarse el apoyo al PP por no tragar con el aval de ‘un PNV moderado’ y el PNV siempre puede vender que, apoyando a un Feijóo que sintoniza con el respeto a las lenguas autóctonas, modera y neutraliza a la ‘ultraderecha de Abascal’. Por otra parte, el de Urkullu es un partido que cuenta con un electorado fijo y acrítico que es de una fidelidad propia de un hincha del Athletic o de la Real y que no va a cuestionar nunca las decisiones de sus dirigentes. Estos andan hoy preocupados por que las jóvenes generaciones los ven como una alternativa vieja y casposa, pero no se puede jugar a ser el ‘partido guía’ y a la vez competir con un Bildu inestable e inflado por la caída de Podemos, como si no se tuvieran muebles que salvar. ¿De verdad le conviene al PNV dilapidar su inmerecido patrimonio de impostada seriedad institucional?