ARCADI ESPADA-EL MUNDO
Mi liberada:
En enero de 1960, Josep Pla fue a ver a Josep Tarradellas al sur de Francia y habló con él 22 horas. Después escribió un informe que se reproduce en L’hora de les decisions (fue publicado por primera vez en la revista Presència (1997) por el periodista Oriol Malló), el epistolario entre Pla y Vicens Vives, tan indispensable para tu formación, que espero recites ya de corrido. Pla hizo el viaje en el coche del padre de Alfons Quintà, lo que facilitaría el chantaje del hijo, del que ya te hablé. En su último libro, Sis amics i una amant (Empúries), Xavier Febrés recuerda que fue ManuelOrtínez, como abogado del poderoso lobby textil, el que le encargó el informe: los empresarios querían saber si se podía confiar en aquel hombre para la política del futuro. Ortínez da detalles en sus memorias de las relaciones entre Pla y Tarradellas, incluido su primer y emocionante encuentro en el París de 1955. Y también del que se produjo en el lecho de muerte de Vicens, en Lyon, al que alude en este párrafo tan especial: «Uno de los encuentros importantes se produjo en el lecho de muerte de Jaume Vicens Vives. De hecho estuvimos a su lado las cuarenta y ocho últimas horas y se produjo un fenómeno extraño: mientras estábamos en la habitación de la clínica de Lyon donde estaba internado, entró un cura con la intención de administrarle los sacramentos. A Jaume Vicens Vives le molestó extraordinariamente que nos diéramos cuenta de esto y nosotros tres, Tarradellas, Pla [Cristina Gatell y Gloria Soler dudan en su biografía del Vicens político, Amb el corrent de proa, que Pla estuviera presente] y yo mismo, nos sentimos confusos y tristes. Quizá Jaume Vicens reaccionó por timidez, quién sabe si porque consideraba que su muerte en cristiano era un hecho reservado, íntimo, quién sabe si por contradicción entre su vida de agnóstico y aquel momento decisivo».
Sin embargo, Ortínez no menciona el informe de Pla, ni siquiera para subrayar que él le hizo el encargo. Y es un informe extraordinario, al que el paso del tiempo ha ido añadiéndole lucidez y sentido. Lo que, naturalmente, no le exime de profecías erróneas. Al contrario de lo que Tarradellas pensaba, Franco murió en la cama y no a consecuencia de un golpe militar; y tampoco la CNT jugó el menor papel en el posfranquismo. El informe cuenta cómo Tarradellas, que tenía entonces 61 años, había elegido a su hombre en el interior, que era Vicens. Y no dudaba sobre la orientación del equipo que había de gestionar el posfranquismo: «Ha de ser explícitamente y sinceramente anticomunista. Y no porque haya ningún peligro de que espontáneamente Cataluña sea comunista. Pero en el resto de España, en cambio, el abandonismo socialista ha hecho que el comunismo sea la única fuerza social organizada». Tarradellas no iba a poner tampoco a la República como cláusula innegociable: «Es de todo punto innecesario tomar posiciones dogmáticas previas, monárquicas o republicanas». Y, desde luego, no iba a promover el separatismo. «El señor Albert –Pla utiliza una gran cantidad de pseudónimos para referirse a los distintos personajes que nombra– cree que el peso creciente de la economía ha hecho perder importancia a las posibilidades separatistas. Al Sr. Albert le pasa como a mí mismo: es más personalmente separado que políticamente separatista».
Esta frase es importantísima. Es la frase que, por ejemplo, le permite a Pla hablar de charnegos en su obra. Y describe el error contemporáneo que ha causado la ruina del catalanismo político: el paso fatal de separado a separatista. Les debió de haber bastado con esa petulancia, con esa extrañeza discreta, con esa suave xenofobia. No siempre es preciso exhibir el vicio y mucho menos articularlo políticamente. Hay una decisiva distancia entre el refinado desdén del separado y la vulgaridad agrícola del separatista. Algo que tampoco han entendido ni entienden tantos españoles no catalanes cuando en vez de combatir el nacionalismo pretenden amar y ser amados, distraer en la psicología las obligaciones de la política. No eran separatistas, pero eran separados: nadie debe confundirse. De ahí que fuera puramente circunstancial, mera discrepancia táctica, que en la Guerra Civil uno fuera conseller en cap y otro trabajara (poco) en Marsella para Franco. Es la condición de separados lo que contaba realmente. Ahí viene este párrafo a rematarlo: «El señor Albert no es ni federal ni federalista. Cree que Cataluña ha de hacer un contrato con el Estado español –cualquiera, el que sea–, a base de causar la menor cantidad de molestias a los castellanos, es decir, sin hacer el menor esfuerzo para lograr que el País Vasco y Galicia sigan la misma línea política (…) En ningún caso Cataluña ha de desgastar su posición adoptando posiciones románticas, de escaso porvenir». Esta fue exactamente la posición política de Tarradellas cuando llegó a Cataluña y pronunció su famoso Ja sóc aquí. La menor cantidad posible de molestias a los castellanos era el modo elegante de decir la menor cantidad posible de molestias a los catalanes. Como es bien sabido, tras la marcha de Tarradellas se optó por la vía romántica y por las molestias recíprocas.
En los párrafos finales del documento, Pla, convencido de que a sus inductores les interesaría, da su opinión sintética sobre Tarradellas. Es casi espectacular ver hasta qué punto los párrafos resumen lo que Tarradellas hizo al volver a España: «El señor Albert ve las cosas no como un político exiliado, ni tan solo como un político de la oposición. Ve las cosas permanentemente como un hombre de gobierno, como un político a las órdenes de la continuación de la sociedad. Repitió muchas veces que, si algún día gobernaba, no destruirá nada que, habiendo sido implantado por Franco, sea positivo para el país y la estabilización general. Unas declaraciones semejantes por parte de un político que lleva casi un cuarto de siglo en el exilio, que ha sufrido siete detenciones (algunas hechas por la Gestapo en contacto con la policía franquista), yo no las había oído nunca (…) Fui a la conversación con el señor Albert convencido de que me encontraría con un político habitual de Esquerra, maleado, además, por el exilio. Me equivoqué. Me encontré con un político como pocos he conocido en la historia que hemos vivido: un hombre claro, coherente, buen observador, sin brillantina, cauto, astuto, inteligente, prudente y valiente, formado por una navegación larga y difícil». Así fue.
Como dramáticamente pasa con tantas otras noticias de su experiencia (se trate de la Guerra Civil o de sus mujeres), el memorialista Pla dedica a Tarradellas líneas de trámite en sus 30 mil páginas. Pero incluyen un párrafo impagable. En catalán los locos son bojos. Aunque hay una variante mucho más peligrosa que la convencional. Son los llamados locos [pronúnciese locus]. No se les nota nada. Y algo más: «La palabra me la dijo hace pocos días en S’Agaró el presidente Tarradellas. [Los locus] disponen de algún lenguaje intelectual utópico, y quieren cambiar la vida de los hombres y de las mujeres sea como sea. En este momento (1978) Cataluña está llena de ellos».
Por suerte han empezado a encerrarlos.
Sigue ciega tu camino.
A.