EL MUNDO – 20/10/15 – ARCADI ESPADA
· ¡Zasca! es una palabra interesante. No he sabido hacerme una idea definitiva de su origen pero quiero creer que el animalito junta cabeza y cola a partir de la frase «¡Zas en toda la boca!». En el principio fue una palabra por y para adolescentes, que son, per se, unos grandes neologismos. Como ahora dicen «¡zasca!» antes decían «¡Quécorte!» y, en los ambientes barriales de la rumba catalana, «¡Corte, Manela!». Zasca se ha extendido con gran facilidad en el quinto mundo, el de las llamadas redes sociales.
La mayor gloria que allí puede conseguirse es que otro alabe la réplica de uno diciendo «¡Zasca!». A veces se hinchan tanto de balón que dicen «¡Zasca en toda la boca!» sin adivinar el carácter suavemente pleonásmico del exceso. Hacerle un zasca al otro fue el objetivo principal de Pablo Iglesias y Albert Rivera, reunidos por La Sexta en un bar para hablar de política. El escenario fue idóneo, pero le sobró un punto de engolamiento. Dentro de unos años parecerá un anacronismo que se sentaran a una mesa; la conversación habría funcionado de maravilla si se hubieran acodado en la barra y el locutor desde el otro lado hubiera ido mascullando algún pscheee… por la comisura, mientras iba y venía en su servicio parroquiano. Mejoras que han de hacerse y que se harán.
Entre los zascas más celebrados de la conversación estuvo el que le aplicó Rivera a Iglesias cuando éste le reprochó que Esperanza Aguirre, Isabel San Sebastián o Alfonso Rojo hubieran mostrado su simpatía política por C’s. «Creo que esto te hace daño», le dijo fraternal. De inmediato Rivera replicó: «Y cuando lo dice Maduro de vosotros, también». El quinto mundo se estremeció. Zasca, mamá. Como el zasca provoca un gran resplandor no todos vieron lo que había detrás del también de Rivera.
El líder de Ciudadanos confesaba que esos nombres le hacían daño, pero que también le hacía daño a Iglesias su Maduro; que admitía su vergüenza pero que Iglesias debía admitir la suya. Hasta el gran ahorrador Josep Pla se habría asombrado de la cantidad de cosas que caben en también, ese adverbio que indica la igualdad, semejanza, conformidad o relación de una cosa con otra ya nombrada.
La verdad es que yo no creo que Rivera equipare a las señoras Aguirre y San Sebastián y al señor Rojo con el dictador Maduro. Lo que equipara es, exactamente, el zoológico desprecio con que Pablo y él, lindas mariposas, observan a las larvas.