Los españoles sólo aceptarán ya un debate a cuatro sin corsés

EL MUNDO 20/10/15 – EDITORIAL

· El esperado cara a cara entre Albert Rivera y Pablo Iglesias, que se produjo finalmente ante las cámaras de La Sexta, ha tenido una extraordinaria repercusión que va más allá del éxito del programa televisivo en cuestión. Más de cinco millones de espectadores siguieron el duelo el domingo por la noche, batiéndose el récord de audiencia de Salvados, el espacio que con ingenio pilota Jordi Évole. Pero, además, a sólo dos meses de las elecciones generales, este cara a cara está llamado a marcar un punto de inflexión en los debates entre dirigentes políticos, mostrando la senda que están obligados a seguir aquellos líderes que quieran ganarse el aprobado de la ciudadanía.

Dicho esto, hay que subrayar que el pulso entre los dirigentes de Ciudadanos y Podemos, bien aguijoneados por Évole, no fue un debate propiamente dicho. O no al menos un debate político televisado conforme a las mínimas reglas exigidas, entre ellas la necesaria emisión en directo para que el mensaje del emisor llegue con la menor distorsión posible. Salvados es un programa grabado, que funde información y espectáculo, en el que la labor de edición y de montaje es fundamental. Una disquisición obligada de cara a exigir, como EL MUNDO lleva tiempo haciendo, que en la próxima campaña los líderes de las cuatro formaciones que hoy tienen posibilidades de ganar, o al menos de ser claves para la gobernabilidad, debatan en televisión.

Y que lo hagan sin parapetarse en formatos caducos y antiperiodísticos en los que los asesores de imagen deciden hasta el color de la corbata del presentador, amén de tasar con precisión de cronómetro de partido de baloncesto las rígidas intervenciones de cada contrincante, impidiendo en la práctica toda confrontación de ideas. Esto es lo que ha ocurrido en los debates televisados entre candidatos que ha habido en nuestro país desde el primer cara a cara entre González y Aznar de 1993. No es aventurado decir que algo así ya no sería admitido por los ciudadanos.

Como tampoco se aceptaría la pretensión que desvelamos la semana pasada de las direcciones del PP y del PSOE de organizar un debate entre sus candidatos, excluyendo a Iglesias y Rivera. Cosa bien distinta es que en los medios públicos cada formación siga teniendo derecho a minutos tasados de publicidad electoral y a estar presente en los debates que organice TVE conforme a lo que dicta la Ley Electoral, en base a su representación parlamentaria. Pero el intento de estos dos grandes partidos de seguir monopolizando las reglas de juego produce melancolía, porque hoy la multiplicación de medios, la expansión de las redes sociales y los nuevos soportes de comunicación política impiden silenciar a los rivales. Y negarse a debatir con adversarios que, según las encuestas, les siguen tan de cerca en intención de voto, se volvería contra ellos como un boomerang.

Pedro Sánchez lo sabe y de ahí que, contra el criterio de muchos de sus asesores, saliera a la palestra para decir que está dispuesto a debatir con todos. De hecho, una de las consecuencias que ha tenido la enorme repercusión del duelo en Salvados ha sido la de dejar un tanto descolgado al PSOE y, en concreto a su líder, toda vez que la ausencia de Rajoy en un formato de estas características estaba de algún modo amortizada. Pero que Sánchez, en este caso por omisión –involuntaria– sea encuadrado en el estilo de la vieja política en contraposición con el empuje y frescura de la nueva, representada el domingo en Rivera e Iglesias, flaco favor ha hecho a los socialistas.

Sobre el programa en cuestión, el líder de Ciudadanos salió mejor parado del envite que Iglesias, quien no consigue desprenderse en sus últimas intervenciones públicas de un cierto derrotismo provocado por el estancamiento en el que le sitúan las encuestas. Rivera mantuvo un dominio del ritmo y un estilo directo y serio que se tradujeron en una alta credibilidad, como confirmaba ayer, por ejemplo, nuestra encuesta de ELMUNDO.es. Por su parte, Iglesias, dotado de una expresión didáctica bastante eficaz, tuvo sus mejores momentos al abordar asuntos sociales. Ahora bien, se transmitía permanentemente la sensación de que uno y otro, más allá de la espontaneidad –con continuos tacos de Iglesias incluidos–, se habían ejercitado para no meter la pata.

Porque de eso se trataba en este caso, más que de lanzar propuestas novedosas o de ofrecer recetas creíbles para los desafíos que conlleva la gobernabilidad del país. Dicho de otro modo, ambos han salido ganando por el hecho de debatir ante cinco millones de espectadores, pero probablemente no convencieron a muchos que previamente no estuvieran ya convencidos. No se la jugaron, como sí se la tendrían que jugar en un debate electoral de verdad. Ése que en pocas semanas los españoles tienen derecho a ver, con Rajoy, Sánchez, Iglesias y Rivera, juntos, en directo y sin corsés.

EL MUNDO 20/10/15 – EDITORIAL