JUAN CARLOS GIRAUTA-ABC
- Muchas de las desgracias que acompañan a la desvirtuación de la democracia se deben a los fallos en esa base civilizadora que es la educación
Leo en estas páginas lo que parece anécdota, pero es categoría. «Para lo que cobro y lo que tengo que soportar, me busco un trabajo diferente» –lamenta en las redes un profesor de Barcelona que enseña Matemáticas en secundaria. Ha colmado el vaso de su paciencia la reacción de un alumno al calificar el docente como «una locura» el griterío durante su clase: «Calla, te pagamos para que nos aguantes». Tanto los gritos como la significativa salida de tono, una convicción del alumno y, probablemente, de la mayoría de sus compañeros, solo son dos eslabones en la cadena con la que el sistema educativo se está estrangulando. No solo en Cataluña por sus particularidades nacionalistas; no solo en España, sino en casi todo el Occidente.
Muchas de las desgracias que acompañan a la rápida desvirtuación de la democracia se deben a los fallos en esa base civilizadora que es la educación. En realidad se veía venir el cataclismo en los cimientos. Es difícil no relacionar el imperio del pedagogismo –que, a diferencia de la pedagogía, es una lacra– con otros derrumbes que el lector reconocerá, bien porque es joven y lo ha vivido, bien porque no lo es y extrae conclusiones de la actitud y bagaje de sus hijos. Ahí están la pérdida de autoridad de los maestros, la dificultad de su audiencia para prestar atención más de un minuto (con suerte), la conversión del aula en una burbuja impermeable a la realidad, la confusión de tantos docentes sobre su propio rol al sustituir conocimientos por sentimientos o críticas fundadas con discrepancias adanistas, el disparate de que todas las opiniones valen lo mismo, la elevación del alumno a protagonista del acto docente, la infravaloración de la memoria, la sustitución de saberes por consignas ideológicas, la inoculación de doctrinas apenas disfrazadas de enseñanza.
Hubo un momento de conflicto entre pedagogos que revistió enorme interés; sin embargo, de eso hace ya mucho tiempo. En España, el Instituto-Escuela se creó el año en que acababa la Primera Guerra Mundial, en el último tramo de la Restauración. Allí floreció un nuevo modelo educativo que, en términos dialécticos, era la síntesis de la escuela convencional con los nuevos vientos. Nótese que los nuevos vientos son bastante viejos, tienen más de un siglo como realidad institucionalizada. Por supuesto España no era una excepción. El aporte de medios no convencionales, inspiradores, o la visión del educando como lámpara a encender y no como recipiente a llenar de puros datos, funcionaban porque, además, rescataban enfoques que de un modo u otro siempre estuvieron presentes en la educación clásica. Y cuando digo clásica quiero decir grecolatina. Corrieron los años y lo de ahora no es una síntesis, pues esta ya tuvo lugar. Lo de ahora es retroceso pintado de progreso, una disipación de los saberes, pura educación sentimental (sin relación con Flaubert).