Juan Carlo Viloria-El Correo
El estado de ánimo con el que llega la sociedad vasca a las urnas el próximo 12 de julio contiene todos los elementos propicios para favorecer el inmovilismo político. La alarma ante las incertidumbres de una economía rozando el colapso y el desasosiego por una pandemia mal curada, son ingredientes sicológicos que van a condicionar la elección de las papeletas de voto. Está estudiado que el votante asustado tiende a no moverse de sus posiciones políticas; a obedecer a la autoridad. A confiar su suerte en quien cree que mejor le puede proteger del peligro.
En ese sentido, las fuerzas políticas que ocupan el poder parecen muy tranquilas y convencidas de que en tiempos de desolación no habrá mudanza. Eso, pese a la evidencia de que no teníamos la mejor sanidad de España. Ni que una administración hiperinflacionada y carísima, ni el hecho diferencial vasco, han sido capaces protegernos mejor que a otros. Incluso, es posible, que el monopolio de la propaganda acaparado hasta extremos muy preocupantes por el poder, hagan olvidar miles de muertos ignorados, fallos clamorosos en la gestión hospitalaria, incapacidad para prevenir y escuchar los avisos internacionales de la pandemia.
Ni Urkullu ni Bildu han tenido el atrevimiento de decir que una Euskadi independiente habría protegido mejor a su población. Al contrario, están identificados y aferrados a Sánchez a su pesar. Pero se presentan a las elecciones con el mismo mantra unilateral, confederal, secesionista, como si no hubiera ocurrido nada. Sin detectar que el vasquito de a pie lo último que está pensando es en el edén de la independencia o en el nirvana de la autodeterminación. Que su obsesión será saber quién es capaz de garantizarle lo mejor para el futuro incierto en trabajo, en salud, en educación, no en ser más vasco cada día.
Y cuanto más hincapié hagan los nacionalistas en las «ventajas» del paraíso nacionalista en un mundo globalizado, más simpatizantes perderán. En el fondo, aunque ganen en las urnas, los proyectos de PNV y Bildu serán los grandes derrotados el próximo 12 de julio. Sin descartar que además de miedo, la sociedad vive en la vacilación, el recelo y la sospecha. Porque los enterrados en vida en el vertedero de Zaldibar no murieron por el virus sino por la negligencia. Porque el fraude de Osakidetza planea como una sombra en la gestión del empleo público. Porque algunos tienen más presentes a sus presos que a los muertos. Esos detalles, aparentemente insignificantes, al final podrían actuar sobre las urnas y cambiar muchas de las previsiones sociométricas que se están manejando estos días. Es lo que se llama el efecto mariposa.