Ignacio Galán-El Correo
Presidente Ejecutivo de Iberdrola S.A.
- Juanma pertenecía a esa vieja escuela de profesores instruidos en Deusto, arropados de valores que, tristemente y con el paso del tiempo, parecen estar en desuso
Esta semana, en Bilbao, he sabido de la muerte de Juanma Eguiagaray: un hombre bueno; un socialista vasco, honesto y confiable. Nos conocimos hace casi treinta años y, durante algunos de ellos, en Iberdrola hemos tenido la oportunidad y el honor de aprender y disfrutar de sus sabios consejos.
Eguiagaray pertenece a esa vieja escuela de profesores con sello propio instruidos en la Universidad de Deusto, personas arropadas de valores que, tristemente y con el paso del tiempo, parecen estar en desuso.
Lo observo en el álbum de fotos y aún aprecio en él esa mirada limpia y serena. También recuerdo algunas de las últimas conversaciones en las que se mostraba fuerte, ya con la certeza del deber cumplido y sabedor de que el tránsito se aceleraba.
Con la muerte de Juan Manuel Eguiagaray, España pierde a uno de esos hombres cuya vida y trayectoria encarnan los valores más nobles del servicio público. Sin embargo, permanece en el recuerdo ese socialista íntegro, de palabra, que dedicó buena parte de su vida desde la política, desde el Partido Socialista de Euskadi.
Juanma fue siempre partidario del trabajo silencioso, alejado del estruendo y de cualquier protagonismo innecesario, sin que ello mermase un ápice su rigor, su determinación y su foco permanente: el compromiso con el bien común.
Durante su etapa al frente del Ministerio de Industria, impulsó una modernización sin estridencias del sector energético, basada en la competencia, la regulación independiente y la visión de largo plazo, siempre con luces largas. Fue el artífice de la Comisión Nacional del Sistema Eléctrico, germen de lo que hoy es la CNMC.
Eguiagaray fue un hombre íntegro, alejado de polarizaciones y respetuoso con los demás. Hizo de la política una herramienta de diálogo, de encuentro y de progreso compartido. Su mirada serena, su tono dialogante y su sentido del deber le convirtieron en una figura respetada en todos los ámbitos: en los despachos del poder, en el Parlamento, en la universidad, en el tejido social. De la mar al cielo.
Personas así nunca mueren porque su legado y su impronta personal son imperecederas. Descanse en paz.