EL 10-N Y EL FANTASMA DE CHIRAC

Ignacio Camacho-ABC

  • Aquella histórica sorpresa, fruto de un erróneo cálculo de fuerzas, quedó como paradigma de los excesos de soberbia
CON todas las cosas importantes que en su larga carrera hizo Jacques Chirac, uno de los últimos gigantes de la política europea, ha pasado a la historia electoral por adelantar una votación y perderla cuando estaba seguro de salir beneficiado de ella. Aquel célebre tropiezo, desde luego clamoroso, ni siquiera le costó la presidencia; eran unos comicios legislativos y la victoria del socialista Jospin sólo forzó una cohabitación temporal y más o menos llevadera. Pero quedó como un ejemplo monumental de mala evaluación de las propias fuerzas y como antídoto preventivo de los excesos de soberbia. El precedente chiraquiano vacunó a muchos otros dirigentes contra la tentación volandera de un ventajismo sin garantías que puede desembocar en ingratas sorpresas. Algunos que no aprendieron la lección y tentaron la suerte, como Cameron, han acabado en la cuneta.

Pedro Sánchez no va a perder en noviembre, o al menos no dejará de ser el más votado. Está por ver, sin embargo, que su decisión de forzar nuevas elecciones no se convierta en otro histórico paso en falso. Los primeros sondeos del otoño –los independientes, no los masajes de Tezanos– lo sitúan bastante lejos de sus expectativas y muy por debajo de sus cálculos; el de GAD para ABC incluso le vaticina una leve pérdida de votos y escaños. Es pronto para sacar conclusiones; la campaña apenas ha comenzado y el PSOE crecerá cuando se desperece y ponga en marcha su formidable aparato publicitario. El presidente es un pésimo gobernante pero en cambio resulta un excelente candidato gracias a su instinto populista y su gancho mediático; además dispone de la prerrogativa del poder y sabe cómo usarlo a su servicio sin reparos. Lo que tal vez no haya medido es el negativo impacto de su mal disimulada estrategia de apurar los tiempos para culpar a todos los demás del fracaso. Se le ha visto demasiado el cartón y, aunque puede que C´s se lleve la peor parte de la factura del desencanto, existe una seria posibilidad de que los planes triunfales de Moncloa deriven, como en su momento los de Chirac, en fiasco. No alcanzar o no aproximarse a la facturación de Rajoy en 2016 sería un grave patinazo.

La única justificación del 10-N es que sirva para aclarar el panorama. Si lo confunde más o lo deja como estaba va a ser difícil aplacar la ya manifiesta frustración ciudadana: a ver quién le explica a la gente que después de arrastrarla a las urnas sin razones claras, su respuesta siga sin servir para nada. Y ése, el de un nuevo bloqueo sin mayorías de izquierda ni de derecha, es un riesgo real que nadie parece haber tenido en cuenta a la hora de tensar al límite las costuras del sistema. Como acierten las encuestas, más de uno y más de dos van a tener que hacer frente a las consecuencias y asumir responsabilidades de la única manera que en términos de dignidad se estila en cualquier democracia moderna.