No se trata de vencer, resume Iván de 57 años, barba blanca, jersey morado y apariencia entrañable. «Es más bien como el poema de Machado. ‘¿Tu verdad? no, la Verdad. Y ven conmigo a buscarla, la tuya guardala». Se trata de encontrar maneras de que el mundo y nuestras sociedades funcionen, explica, con una mirada hacia el «otro» menos competitiva y más cooperativa.
Él no pernocta en el campamento de Vitoria -de los casi 40 allí presentes la mayoría son universitarios y algún que otro sin techo-, pero pasa todos los días. «Alguna vez», explica ha votado a Ezker Batua o plataformas ecologistas. En las últimas votó nulo. Allí suele cruzarse con Eduardo, informático en paro, que lo ha probado casi todo como votante, salvo el PP: «Partido Socialista, IU, hasta la izquierda abertzale en alguna ocasión. Otra vez lo hice por el Capitán Coca-Cola y otra metí en el sobre media papeleta de PP y media de PSE [dos formas de votar nulo]».
Nadie sabe en qué quedará el 15-M y sus consecuencias. Tampoco está claro si la protesta no se diluirá como el mayo del 68, que perdió su masa crítica cuando muchos estudiantes dejaron la revolución por el veraneo en la playa. Pero los que participan han vivido un momento único que ha sorprendido a los partidos de izquierda en Euskadi. Y alrededor del núcleo duro del movimiento gravitan miles de personas que ven con simpatía sus exigencias de un mundo más justo y un salto cualitativo en el funcionamiento de la democracia.
Ezker Batua (EB) sigue inmersa en el enésimo asalto entre los dos sectores del partido por el control del censo de afiliados de cara a una asamblea extraordinaria; el PSE apenas empieza la reflexión sobre qué ha podido ocasionar tal desgaste en sus siglas entre 2009 y 2011, además del factor crisis, y qué hacer para neutralizarlo; Aralar asume que su futuro ya no es tan prometedor como antes con el regreso de la izquierda abertzale a las instituciones con Bildu; y la coalición independentista que ya tiene su propia hoja de ruta, al margen de lo que ocurra con el movimiento generado en la Puerta del Sol en Madrid.
En sus conversaciones con este diario, parlamentarios socialistas han mostrado dos reacciones al ser preguntados sobre lo que significa el 15-M. La primera, en caliente el mismo día de las elecciones el 22-M tras el batacazo electoral, mostraba a unos representantes dolidos con el castigo electoral. Quienes secundan el movimiento bien pudieron acudir en su rescate en otras ocasiones cuando el socialismo agitaba el «que viene la derecha», pero, tras los recortes del Gobierno el pasado año y los bandazos del Ejecutivo Zapatero ante la crisis les ha instalado en la convicción de que no hay diferencias entre PP y PSE. A medida que pasaron los días, la reflexión se ha convertido más bien en qué proyecto, qué ideas y qué relato puede ofrecer un partido socialdemócrata ante los retos del siglo XXI para conquistar a los desencantados.
En Ezker Batua acuden a las acampadas como si fueran a beber el cáliz de la salvación. «Es como si toda la gente dispersa, que siempre había simpatizado con ciertos ideales de izquierda y que estaba en su casa se reunieran todos de golpe para descubrir que no están solos», explica un miembro de la organización, que reconoce entre los presentes a algunas personas de movimientos ecologistas o anticapitalistas. Un joven que votó una que otra vez a EB, cuyo discurso a menudo coincide con algunas reivindicaciones de los indignados explica su visión de las cosas: «Está bien tener un partido que diga esas cosas en el Parlamento, pero se vuelve algo testimonial y todo sigue igual».
Dirigentes de Bildu en Álava explican que ven con simpatía lo ocurrido, aunque insisten que el País Vasco tiene su propio biorritmo. «Aquí ni el paro es tan alto ni los sindicatos están vendidos a la patronal», explican en alusión a ELA y LAB, que se niegan a entrar en las mesas de negociación con Gobiernos y patronal en las que sí se sientan UGT y CC OO.
En general, si uno pregunta por la acampada de Vitoria, todos cargan contra el bipartidismo, y en general ni siquiera se reconocen si alguien intenta ponerles la etiqueta de izquierda porque creen que no significa nada hoy por hoy. Aitor, de 23 años, autor del famoso lazo amarillo que se ha convertido en símbolo del 15-M en la capital alavesa, cree que en este momento procesal «los partidos son observadores, y es mejor que sea así», porque no está del todo claro como, por dónde y mediante qué o quién se puede materializar alguna relación con las instituciones.
Democracia Real Ya lanzó el movimiento 15-M, pero las acampadas pronto han cobrado vida propia y son reacias a insertarse en una organización que hable por sus integrantes. Los primeros ya plantean propuestas concretas -eliminación de supuestos «privilegios» para la clase política, medidas contra el desempleo que implicarían más gasto publico, servicios públicos de calidad y una modificación de la Ley Electoral o consultas para las cuestiones de calado, entre muchas otras iniciativas-. Uno de los referentes del 15-M, Stéphane Hessel, considera que la movilización ciudadana es básica para respaldar a los Gobiernos en sus pulsos contra la aristocracia financiera.
El tiempo dirá en qué queda todo esto, pero quienes han participado han recuperado la sensación de que sus actos importan, como resume Estíbaliz, de 20 años al contar su momento más emotivo: «Una señora me pidió perdón por haber dicho que los jóvenes eramos una generación perdida».
EL PAÍS, 29/5/2011