Editores-Eduardo Uriarte
Ni siquiera él mismo sabe que lo va llevar a cabo, pero vista su trayectoria personal, la herencia ideológica que le dejo la etapa Zapatero, los retos a los que se enfrenta el sistema político del 78, y los aliados que se ha buscado recientemente, acabará dando el golpe y se arrogará la inauguración de un nuevo sistema político. En lo que quede de España este sistema político será más autoritario, en los estados escindidos será totalitario.
Es sólo una hipótesis, pero con visos de cumplirse, porque al fin y al cabo los que han ganado las elecciones son los de la memoria histórica, cultura que legitima dar la vuelta a la tortilla, de la misma manera que los derechos históricos legitiman a sus poseedores nacionalistas a impulsar sin límite democrático la ruptura con la democracia existente por medio de procedimiento tan radicalmente subversivo como es el derecho a decidir. La izquierda española está imitando ya, lo hace Unidas Podemos, y lo hace el PSOE de Sánchez con cierto retraso respecto a los anteriores, el procedimiento de ruptura que los nacionalistas iniciaran. Al fin y al cabo, nuestra izquierda no ha gozado de un imprescindible poso liberal y republicano que le permita sostener la democracia y no caer en la seducción de una ideología tan potente, atractiva o asimiladora, el nacionalismo, que, junto al comunismo, más daños han causado a la humanidad.
La simple ansia de poder, la fobia a la derecha, el uso y la exaltación de maquinaciones propagandísticas para arrastrar el apoyo de las masas, no son elementos suficientes para dirigir un estado democrático. Por el contrario, esos simples mecanismos prácticos e ideológicos a lo que conducen es al autoritarismo que hoy podemos contemplar con todo su dramatismo en Venezuela. Vamos camino de ello porque nuestro actual y futuro presidente se siente más seguro, es más coherente con su trayectoria pasada, en un proceso de tal naturaleza, de cambio político por medio de las mutaciones constitucionales y presión a las instituciones del Estado, que en la defensa del marco constitucional actual. Es evidente que se verá arrastrado con agrado al cambio político impulsado por sus aliados populistas y nacionalistas y por un PSC que constituye el primer eslabón con ese amplio colectivo para la ruptura política. No sólo la memoria histórica impulsa ideológicamente ese traumático cambio, el respaldo electoral conseguido especialmente por los nacionalistas, precisamente tras un golpe de secesión que se juzga ahora, refuerza su posibilidad.
Sólo un Gobierno de coalición con Ciudadanos podría evitar esa deriva hacia el desastre político, pero ese Gobierno es rotundamente imposible teniendo en cuenta el posicionamiento ideológico actual del PSOE que implica hacer concesiones a los nacionalistas. Concesiones a riesgo de llegar a la secesión con el visto bueno gubernamental (consciente o inconscientemente Zapatero abrió esa vía), considerando la aberración, por demás, que la firmeza constitucional ante la secesión no sólo es de derechas sino, también, reaccionaria.
El papel de bisagra, de centro, desapareció para Ciudadanos desde la moción de censura que encabezara Sánchez con el apoyo de Podemos y nacionalistas. conformándose estos apoyos, acto seguido, en un frente de visión difusa pero muy cohesionado en sus intereses. Este fue consolidándose según pasaban los meses en la Moncloa Sánchez, a la vez que se erigía el argumento declarando que el que no estuviera a su favor formaba parte de la derecha acaudillada toda ella por Vox. Simpleza enunciativa resultado de la escandalosa infantilización discursiva del socialismo español reducida a una concepción del espacio político entre izquierdas, los moralmente superiores, y la derecha a batir.
En esta concepción del espacio político para la confrontación no puede existir centro político, ni terreno de juego común compartido que dé lugar al encuentro, Por el contrario, en una dinámica de ruptura sólo hay lugar para los conjurados en ella. Por consiguiente, el desconocimiento de esta situación -o el voluntarismo ante el pavor que produce ella- podría devolver de nuevo al liberalismo al error y al exilio político si no toma partido en la confrontación en el lado de la legalidad constitucional, aunque este posicionamiento no sea el ideal ni el deseado por él. Porque tras la experiencia sufrida en la República, en la que acabaron por sobrar, no vale consolarse a posteriori con el lamento de “no es esto”. Sería injusto considerar a Ciudadanos responsable del peligroso proceso de radicalismo en el que puede desembocar la política española, cuando éste lleva tiempo promovido por el PSOE, a causa, precisamente, de no coaligarse ahora con él.
La política como arte de lo posible, no de lo imposible
De “El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte” siempre se usa la cita de que en la historia los hechos primero se producen como tragedia y más tarde como farsa, pero se obvia una reflexión más interesante lanzada por Marx en el texto sobre la necesidad de reconocer lo que un sujeto dice de sí mismo de lo que en realidad es. Podríamos usarlo con Sánchez.
Responde la acción de Sánchez a la de un líder de un partido socialdemócrata, con su enorme distancia del tratamiento del problema catalán a la opinión de González, Guerra, Rodríguez Ibarra, es decir, la anterior generación, ¿o responde más a la práctica e ideología de un movimiento izquierdista? Pero aún así, con toda la indulgencia que le otorguemos al líder socialista, ¿no es Sánchez el resultado coherente de una política de enfrentamiento con el PP que renunció a todo encuentro de Estado con éste, empezando por el rechazo y condena del pacto entre ambos ante el plan Ibarretxe, cuya consecuencia fue la purga personal de Nicolás Redondo, y un artículo de Cebrián en el País, “El Discurso del Método”, que creara escuela de sectarismo partidista?. Luego vendrían comportamientos poco solidarios ante las tragedias, como el Nunca Mais, que fue un fracaso como plataforma agitativa, o la denuncia y movilización ante la gestión de los atentados del 11 M y la guerra de Irak que resultó todo un éxito electoral y un monumento al partidismo más sectario y oportunista.
Observemos, por otro lado, la génesis de Ciudadanos. Fue la exigencia de un centro constitucional, precisamente, lo que hiciera surgir unos movimientos cívicos surgidos ante el acoso y prepotencia nacionalista, que reivindicaron una política de encuentro constitucional y política de Estado, cuya carencia estaba dotando a los nacionalismos periféricos de un poder absoluto en sus autonomías. Es en este contexto desde donde aparecieron partidos desde dichos movimientos, primero UPyD y luego C´s. Partidos que pedían el acuerdo en las grandes políticas de Estado y el protagonismo en el centro evitando el abuso de los nacionalismos periféricos en la gobernación del Estado. Pero el PSOE prefirió el encuentro con los nacionalismos al encuentro constitucional, originando desde tiempo atrás el deterioro de la estabilidad institucional y propiciando la osadía del secesionismo.
Tras esa trayectoria no es muy coherente llamar a C’s a un gobierno con Sánchez. Primero, porque éste no quiere a Ciudadanos a su lado, su apuesta estratégica desde el zapaterismo está en el encuentro con los nacionalismos, incluida ETA, como lo demuestra la legalización de HB. Pero tampoco se le puede pedir a C’s que renuncie a su naturaleza como partido yendo a gobernar con el que siempre ha preferido el trato con los nacionalistas, y en los que se ha apoyado para acceder al poder, incluso estando procesados por sedición.
Sánchez no quiere ese Gobierno de centro y encuentro, y el que se lo solicita no tiene ni idea de que no se puede ayuntar un miura con un percherón. El Gobierno que Sánchez intentará tras las elecciones locales y autonómicas de régimen general, será un Gobierno en solitario, otra cosa es que no tenga más remedio que aceptar a Podemos en su seno. Pero sea solo, o en compañía, la deriva del mismo irá solapadamente hacía la ruptura del sistema del 78. Y un día clamará que hemos entrado en una nueva era superadora del pasado.
La democracia en entredicho
Lo Padres Fundadores conocían el riesgo que asumían al conceder al pueblo el gobierno de la Unión. Si algo temían era a la voluntad democrática del pueblo -no olvidemos que frente a la concepción optimista del liberalismo estaba la pesimista, “el hombre es lobo para el hombre”-, y ante ello adoptaron determinadas precauciones: la democracia sería censitaria, sólo los hombres de reconocido prestigio y conocimiento (su nivel de renta era la garantía de esas cualidades) serían sus detentadores, el sistema sería representativo, no una democracia asamblearia como la ateniense que se fue al traste, y las decisiones se tomarían tras sesudos procedimientos deliberativos. A ello se sumaba un republicanismo tórico puesto en marcha tiempo atrás por los británicos, que sujetaba todo el sistema bajo el imperio de la ley, el ideal republicano de hacer un régimen no de hombres sino de leyes. Era evidente que los Padres Fundadores consideraron que la democracia, si quería persistir, tenía que darse en un sistema bajo control, contrapoderes y límites. Fuera de ellos la mera invocación a la democracia sólo la destruye.
Estaba justificado los temores elitistas de los fundadores del primer sistema democrático moderno. Hoy podemos contemplar como el pueblo se confunde, aunque sea incorrecto mencionarlo (votando el Brexit o a Trump, por no acercarnos a nuestra geografía), y es que, como lo justifica en su obra “El Esencialismo Democrático” Ruiz Soroa, las extralimitaciones democráticas, sus excesos, su absolutización, nos conduce a la destrucción de la democracia. Cosa por demás conocida desde la antigüedad, la llamada democrática a las masas la hacían los tiranos. El truco de los actuales destructores de la democracia es realizarlo por procedimientos democráticos, como intentan mostrar los secesionistas catalanes hoy procesados. En un Estado de derecho no hay democracia fuera de la ley, habrá subversión, o hasta una heroica revolución, pero no un proceso democrático.
En una época de crisis donde el populismo hace estragos en las decisiones viscerales del pueblo. ayudado por las nuevas tecnologías de comunicación, es fácil arrastrar a las masas “democráticamente” -los nazis lo hicieron democráticamente, mucha presión callejera, sus símbolos por todas partes y con la ayuda del entonces nuevo medio de la radio (¿les suena?)-. La gente ha votado y la izquierda y los nacionalismos han sido los vencedores. Una izquierda que en el caso del PSOE no deja claro no vaya a indultar a los sediciosos -en Podemos está clara esa voluntad-, y unos nacionalismos que no sólo defienden la licitud del proceso de independencia, sino que piensan volver a plantearlo. En cierta manera democráticamente la sociedad española con estos resultados ha indultado a los sediciosos, aunque sea asustada por el fantasma exageradamente propagado desde el Gobierno de la vuelta del nacionalismo español.
Mediante maniobras electorales Sánchez va consiguiendo un efecto letal para el sistema. Así como en Euskadi nadie quiere recordar el pasado terrorista y las responsabilidades ante el mismo, y el que lo hace es tachado de provocador, en Cataluña se prefiere pasar página apoyando electoralmente a los protagonistas del disparate secesionista. Nada ha pasado, puesto que se les vota, aunque los muertos en Euskadi no vayan a resucitar y las empresas catalanas no vayan a volver, algo menos grave, pero no tanto la ruptura de la convivencia en una comunidad social. El pueblo ha hablado frente al fantasma de Vox y de Cuelgamuros. El problema es que el gran demiurgo de esta barbaridad se va echar de nuevo en su colchón de la Moncloa, mientras la gente más responsable y sensible llama a C’s a pactar con él.