EL CONFIDENCIAL 06/12/15
JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS
· Hay una España de ciudadanos integrados y hay una España de ‘outsiders’ que son los desempleados de larga duración, los parados jóvenes frustrados, los pensionistas, los migrantes…
A un lado los mayores de 60 años y los pensionistas (11,5 millones de electores) y al otro, los menores de 35 que en julio de 2014 suponían el 26,3% del censo electoral (en 1971, más del 57% de los españoles tenían entre cero y 35 años). Se está estereotipando a la ciudadanía: a mayor edad, superior apego a las opciones tradicionales, sea la conservadora del PP o la izquierdista del PSOE. A mayor juventud, apuesta por los partidos emergentes, sea Ciudadanos, sea Podemos. Se supone también que la variable mundo rural-mundo urbano establece preferencias ideológicas diferentes. Los electores de los pueblos serían más de derechas, en tanto los urbanos, más progresistas o de izquierdas. Está por ver: no ha sido así en las municipales y autonómicas del mes de mayo pasado y, en todo caso, la prima de las provincias rurales es un efecto de la ley electoral. La raya generacional más separadora es la que distingue entre los que vivieron o no la transición, es decir, los ciudadanos que ahora están en torno a los 45 años y que carecen del efecto recuerdo de aquel episodio.
Nunca antes se había producido un nuevo esquema de partidos como el actual que es la consecuencia de la sísmica social que ha propiciado la crisis poliédrica
Estas segmentaciones electorales podían ser indicativas hasta ahora, pero seguramente han dejado de disponer de la certidumbre de antaño después de que la sociedad española haya transitado -aún lo hace- por la enorme crisis económica y social de estos últimos ocho años. El factor más decisivo de estos comicios -y ahí están los sondeos tan dispares que nos ofrecen los medios de comunicación y el CIS- consiste en la imprevisibilidad. España no había atravesado anteriormente por una fase históricamente tan convulsa como la que precede al 20-D. Nunca antes desde el inicio de los años ochenta del siglo pasado se había producido un nuevo esquema de partidos como el actual que es la consecuencia de la sísmica social que ha propiciado la crisis poliédrica en España.
Los ciudadanos españoles -y esa es la gran brecha- están situados en dos orillas: la de los que siguen integrados en los mecanismos laborales, sociales y culturales del sistema vigente antes de la crisis, y la de los que han sido excluidos de su amparo y disfrute, o han visto lo uno y lo otro disminuido de manera importante, especialmente las clases medias defraudadas en sus expectativas. La recuperación económica que experimenta nuestro país se ha conseguido en muy buena medida por una radical y fulminante devaluación interna, de tal manera que el nivel de renta actual no iguala todavía al que teníamos antes de la crisis en 2007 y, seguramente, tardaremos tiempo en alcanzarlo.
Hay una España de ciudadanos integrados y hay una España de ‘outsiders’ que son los desempleados de larga duración y ya sin expectativas; los parados jóvenes frustrados después de un largo y costoso proceso de formación y aprendizaje; los trabajadores, especialmente jóvenes, cuyos sueldos les incluyen en la categoría de pobres; los pensionistas que son la única fuente de ingreso para sus hijos, incluso para sus nietos, y los cientos de miles que malviven con ayudas de subsistencia, así como la multitud de mujeres que han tenido que regresar a la condición exclusiva de “amas de casa” y los migrantes (más de 50.000 españoles han abandonado el país entre enero y junio de este año). Y sus respectivos entornos. Al tiempo, España es un país con fuerte desigualdad (el tercero más desigual de los de la OCDE) y con unos males estructurales en su sistema productivo que tardarán en superarse.
La pulsión de cambio está en la España de los ‘outsiders’ que, además, no es necesariamente radical o extremista, sino que aspira a un cambio profundo
Esta diferenciación entre unos ciudadanos y otros es decisiva en las elecciones generales del 20-D. Mucho más que el envejecido censo electoral; mucho más que las diferencias geográficas y, me atrevo a afirmar, más también que los criterios ideológicos al uso. Los nuevos partidos -Ciudadanos y Podemos- responden sólo relativamente al esquema derecha-izquierda. Lo esencial de ellos es que, aunque desde distintas perspectivas, dicen pretender renovar “la vieja política” por vía de la socialización de los beneficios que pueda reportar la salida de la crisis económica y no incurrir en la endogamia -sobre todo la corrupción y la opacidad- de los partidos que encarnan “la vieja”.
España ha envejecido mucho. Este año es, desde 1940, el primero en el que se van a experimentar más fallecimientos que nacimientos. La esperanza de vida ha aumentado con más de un millón y medio de personas con 85 o más años. Pero el reumatismo demográfico no se corresponde, creo, con el espíritu de docilidad que se atribuye por algunos a las personas de más de 60 años, pensionistas y habitantes rurales. Por alguna razón los intelectuales del movimiento indignado en Francia y España -con influencia en otros muchos países- fueron los nonagenarios Stéphane Hessel y José Luis Sampedro. La brecha, una de ellas, es, sí, generacional, pero la pulsión de cambio no está en función ni de la edad, ni de la ruralidad, ni de la urbanidad: la pulsión de cambio está en la España de los ‘outsiders’ que, además, no son necesariamente radicales o extremistas, sino que conforman un enorme sector de españoles que aspira a un cambio profundo.