ABC-IGNACIO CAMACHO
El continuo achique de espacios al Rey dificulta la puesta en marcha de ese mecanismo llamado «reloj de la democracia»
DENTRO de la gran anomalía en que se ha convertido la política española parece casi un detalle rutinario la evidencia de que al Rey le están achicando el espacio. En concreto Pedro Sánchez, que como presidente en funciones es quien debe respetar y hacer respetar el papel, de márgenes ya escasos, que la Constitución concede al jefe del Estado. En vez de eso tiende a reducírselo o, lo que es peor, a reescribir a su conveniencia el rol del Monarca como si se tratase de un títere político al que marcar los tiempos mientras le reduce su presencia institucional al mínimo. Lo posterga en la Conferencia del Clima, lo envía de viaje a Cuba para complacer al castrismo o lo ningunea al pactar con Podemos sin respetar el plazo y el protocolo establecidos. Si esto lo hace quien más obligado está a darle su sitio, no cabe esperar consideración alguna por parte de un separatismo que desde la insurrección de octubre de 2017 ha decidido tratar a la Corona como a un enemigo y fijado su derrocamiento entre sus principales objetivos.
En este deliberado proceso de arrinconamiento, la ausencia de ERC en la ronda de consultas sobre la investidura representa algo más serio que un signo de desprecio. Porque son los republicanos catalanes quienes tienen –por voluntad de Sánchez– la decisión clave sobre la formación del Gobierno. En esas condiciones, su ausencia complica el cometido de Felipe VI al privarlo de la información esencial para seguir el procedimiento y obligarlo a recabarla de modo indirecto. En puridad, sin esa certeza no puede activar el mecanismo de eso que se conoce como «el reloj de la democracia»: la cuenta atrás para que el cómputo de los plazos constitucionales se ponga en marcha. Sólo existe una manera de iniciarla: encomendar al ganador de las elecciones que solicite al Congreso su confianza según el método determinado en el Artículo 99 de la Carta Magna. Pero una vez formulado el encargo, el candidato no podrá dilatar su cumplimiento más allá de dos o tres semanas, y sin una mayoría garantizada tendrá que arriesgarse a recibir por tercera vez un revolcón de la Cámara. La alternativa es seguir en suspenso sine die, con el reloj parado y la situación bloqueada.
Ciertamente, la redacción del mencionado artículo es bastante ambigua. Al no establecer premisas temporales dificulta que el Rey aplique una interpretación estricta. Necesita una actitud colaborativa de los partidos para mantener su línea de neutralidad no intervencionista. Pero el ambiente está cargado de recelos y ayuda poco que la prioridad sanchista sea la de aliarse con una amalgama de adversarios de la Monarquía. Por todo ello la ronda que hoy comienza no constituye un mero trámite de rutina: es la piedra de toque de una etapa política en la que la Corona puede ser sometida a una operación de desgaste que la presente como una prescindible pieza decorativa.