Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo
- El acercamiento entre sindicatos y patronal, que está tan próximo que nadie va a atreverse a descarrilar, es lo mejor que nos ha llegado desde la economía en los últimos tiempos
Sin duda alguna, el acercamiento entre sindicatos y patronal para lograr un acuerdo que está tan próximo que nadie va a atreverse a descarrilar es la mejor noticia que nos ha llegado desde la economía en los últimos tiempos. No solo retornamos a esquemas de relación que deberían ser mucho más normales de lo que son, sino que se desactiva así una amenaza lanzada por las organizaciones sindicales que, de cumplirse, hubiesen convertido el otoño y el invierno en un martirio de revueltas y confrontaciones si ganaban las elecciones los partidos que sostienen de una u otra manera al Gobierno, y en una catástrofe ciudadana similar a la vivida en Francia en las pasadas semanas, si las urnas provocaran un cambio de orientación política. Peligro evitado, alegría compartida.
Dejo para los que saben de análisis políticos la glosa de las ‘peculiaridades’ que acompañan al acuerdo. O, por ahora, casi acuerdo. Me refiero a las duras declaraciones del presidente de la patronal, realizadas hace pocos días, en las que aseguraba que la vicepresidenta Yolanda Díaz «no pintaba nada en la negociación de los salarios». Así ha sido.
La vicepresidenta ‘chupiguay’ ha desarrollado unas dotes increíbles de ubicuidad política que le permiten ser vista a veces como una bendición para el PSOE, cuando asegura el sostenimiento de los votos situados a su izquierda, o como una maldición cuando se los disputa y atrae a descontentos con Pedro Sánchez. Y es capaz de apoyar a la vez a las candidaturas de Podemos, mientras anuncia con total naturalidad su presencia en los mítines de los adversarios de Podemos. Es una gran habilidad, construida mientras perdía esa aureola de gran muñidora de acuerdos sociales. De este último no podrá presumir
Las centrales nacionalistas se unieron para criticar con contundencia el acuerdo ‘madrileño’
Es una notica excelente que llega en un momento extremadamente singular en el mundo del empleo. Esta semana nos hemos congratulado por la evolución de los datos importantes que aparecen siempre en primera página. Pero hay cosas que no me explico. Tenemos más trabajadores (un 9% más que en 2009) pero menos horas trabajadas (8.477 millones en el primer trimestre que son un 0,9% menos que en 2009). El número de horas trabajadas por persona se ha reducido en un 4,4%.
La temporalidad cae con fuerza, pero la generalización de los fijos discontinuos enturbia la visión. El Gobierno se sigue negando a proporcionar los datos correspondientes, sin dar una buena razón de semejante proceder y ahora retrasa de nuevo su publicación permanente para después de las elecciones. ¿Sospechoso o mal pensado? De todas formas, en 2022 hemos visto como 459.000 trabajadores considerados fijos han firmado más de un contrato al mes de carácter ¡indefinido! ¿Cómo es posible? Y es que las estadísticas mensuales reflejan la denominación de los contratos firmados pero son muy cautas en cuanto a su duración. Total, un lío que es mejor aclararlo en un ambiente de distensión en el que el acuerdo sustituye al enfrentamiento. Algunos pensarán que los sindicatos han cedido mucho, ya que no recuperan el total de la inflación pasada, mientras que otros señalarán que se garantizan unas subidas de sueldos que son mayores que las expectativas de inflación futuras fijadas por el Gobierno. Lo han estudiado los más interesados, así que es necesario suponer que lo han hecho bien.
Como es natural, el Gobierno vasco no ha tardado en instar a los agentes sociales de nuestra comunidad a alcanzar un pacto similar en esto que llamamos el ámbito vasco de relaciones laborales. Y como es habitual, las centrales nacionalistas, que tan mal se llevan en estos tiempos en tantas cosas, se unieron inmediatamente el viernes para criticar con contundencia el acuerdo ‘madrileño’. Si en algo destaca ese ámbito propio es, desde luego, en poner la confrontación por delante de la colaboración. Una de las características que algunos –demasiados, contabilicen las afiliaciones respectivas–, asumen con naturalidad, cuando es una decisión ilógica, extravagante y sobre todo prejudicial para el país.