JUAN CARLOS GIRAUTA-EL DEBATE
  • La voluntad iraní de ceñirse a la tecnología nuclear para uso civil no se la cree ni el más tonto. Pero los grandes poderosos que seguían su inverosímil argumentario nos tienen, en efecto, por tontos
Mientras Irán enriquecía uranio mucho más allá de lo preciso para un supuesto uso civil, los grandes mandatarios mundiales miraban hacia otro lado. Cuando Trump abandonó el acuerdo, aquellos linces presentaron como una catástrofe la decisión. Pero, en teoría, solo se dificultaba al régimen de los ayatolás avanzar en un proyecto baladí, en un capricho arraigado: por resumir, tener el aire acondicionado alimentado por plantas nucleares. Sobrerreaccionar a una chorrada es significativo. La voluntad iraní de ceñirse a la tecnología nuclear para uso civil no se la cree ni el más tonto. Pero los grandes poderosos que seguían su inverosímil argumentario nos tienen, en efecto, por tontos. Tontos con balcones a la playa.
El sorprendente destino me ha permitido mirar a los ojos a dos personajes de enorme influencia mientras me explicaban consternados lo terrible que era contravenir los energéticos planes iraníes. En ambos casos, las maldiciones a Trump iban acompañadas de improperios no menos graves a Netanyahu, según ellos un malvado que estaría poniendo en peligro la paz mundial al obstaculizar el inocente programa iraní. Con gente menos influyente, que es casi toda, suelo preguntar llegado ese momento si están de acuerdo con que España despliegue su propio programa nuclear de uso civil. El titubeo subsiguiente me permite zanjar una discusión estúpida con una discreta sonrisa.
A base de unánimes editoriales sobre el tema, a fuer de ridiculizar a Trump (próximo presidente de EE.UU.), contando con la extendida costumbre de no pensar, y aprovechando la estulta autosatisfacción woke, parece que nadie se ha planteado buscar una explicación a la voluntad «progresista» de dotar a Irán de armas nucleares, que es de lo que se trata. Vale. La única explicación es que Obama introdujo un cambio radical en la visión estadounidense sobre Oriente Medio, consistente en aceptar el protagonismo regional de un régimen terrorista con proxies y tentáculos. Aceptarlo como una situación de hechos consumados. Eso fue lo catastrófico, y no el giro del giro con el que Trump detuvo el tremendo error estratégico del único Premio Nobel preventivo del mundo. (Sí, el de la Paz se lo dieron a ver qué).
Si Trump y Netanyahu no tuvieran un sentido de realidad notablemente más sólido que el de los engreídos demócratas estadounidenses y el de los temerarios responsables de la UE –mezcla hasta ahora de populares, socialistas y dizque liberales (ja)– el fallido ataque masivo de un Estado sobre otro, de Irán sobre Israel, acto de guerra que justifica una respuesta proporcional, habría incluido armas nucleares. Y ahora, Irán, en vez de estar pidiendo al agredido que no responda (con Sánchez a la batería), estaría celebrando la reedición del Holocausto, la eliminación de Israel, que obviamente habría enviado antes de desaparecer sus propias nukes para la destrucción mutua asegurada. Así pues, si les viene un listo con la cantinela del error de Trump al reventar el programa nuclear iraní, puede dar por hecho que está ante un lila o ante un antisemita. O ambas cosas.