TONIA ETXARRI-EL CORREO

La única certeza que tenemos, al empezar el año en plena sexta ola de contagios, es que las urgencias hospitalarias están colapsadas y que los colegios abren hoy sus puertas. Todo lo demás es un paseo entre brumas. La tendencia a ‘gripalizar’ los contagios por ómicron más bien parece un recurso de los responsables gubernamentales para lavar sus conciencias y justificar su inhibición. Si nuestro país es de los más vacunados y, al mismo tiempo, bate el récord de los contagios en la Unión Europea, algo no se está haciendo bien. Reina la improvisación pero Sánchez se lleva la palma envuelto en su capa de triunfalismo, ausente de empatía con el temor de tantos ciudadanos que viven entre la inseguridad y la resignación.

Estamos en el tercer año de legislatura de Pedro Sánchez. La segunda parte del partido será la decisiva si, a mitad de curso, somos capaces de dominar la crisis sanitaria. Es un año ‘puente’ con un calendario electoral en ciernes, en Castilla y León y Andalucía. Las urnas autonómicas pueden ir consolidando al PP como alternativa de gobierno en clave nacional si Casado no comete demasiados errores.

De momento asoman los primeros sondeos para avisar a Pedro Sánchez, desde el flanco amigo, que peligra la prolongación de su contrato de alquiler en La Moncloa. Que se divisa un Congreso cada vez más ingobernable y necesitará ganar con más holgura que la mayoría que le proporcionan sus socios de Podemos. Sánchez, por esa razón, no baja la guardia y se mantiene en campaña permanente. Ni un día sin aparecer en los medios. Sus socios ya han podido comprobar su facilidad para desdecirse de sus promesas, pero saben que no podrían arrancar tantas concesiones a un gobierno de centro derecha. Este fin de semana salieron a la calle para secundar las concentraciones a favor de los presos de ETA. Con la excarcelación en el horizonte. Es su habitual forma de presionar a la Justicia aunque en el fondo reconocen que están contentos con las negociaciones que están manteniendo con el Gobierno. Junts, ERC, la CUP y ANC haciendo de coral de los presos que están cumpliendo penas por haber cometido delitos de sangre. Todos a una menos el PNV que, ahora que ve a Bildu tan decidida a pujar por el poder de Ajuria Enea, se desmarca de las manifestaciones pro ETA para marcar distancias de sus competidores electorales.

Otegi, una vez blanqueada su historia gracias al PSOE (y antes al PNV), va a por todas. Pero a Sánchez le preocupa mucho más la validación de la reforma laboral en el Congreso. Ha conseguido el acuerdo con patronal y sindicatos, tal como requería Bruselas. Pero el pacto no puede ir lacrado sobre el título de la derogación laboral del PP, sencillamente porque no lo es. Bildu y ERC están decepcionados. Por eso Sánchez ha redoblado su presión sobre el PP. Y en el partido de Casado se han desatado las lógicas contradicciones precisamente porque no es una derogación, sino unos retoques de la reforma que instauró la fórmula de los ERTE. ¿Por qué no votarla?

Los complejos de Casado ante Vox impiden al dirigente del PP actuar en consecuencia. Una actitud que, por cierto, nunca mantuvo Sánchez cuando estuvo en la oposición. Casado está atrapado entre dos fuegos. Si no apoya esta reforma que tanto se parece a la de Rajoy y a la que han accedido los empresarios, Sánchez le acusará de falta de sentido de Estado. Si decide avalarla, Abascal le señalará como salvador de este Gobierno. Se le presenta una oportunidad de oro para demostrar que lidera una alternativa fiable. Veremos si sabe aprovecharla.