El antiamericanismo no sólo afecta a Estados Unidos, sino al conjunto del liberalismo y conservadurismo europeos, porque también implica una determinada concepción de la democracia y una descalificación de la derecha.
La crisis de Irak y el escándalo de las torturas del ejército norteamericano han dado un renovado impulso al antiamericanismo español. Si a esto unimos la posición minoritaria del centro derecha en nuestro panorama intelectual y su concepción vacilante en política internacional, nos encontramos en pleno auge de tres falacias habituales del antiamericanismo. Y no nos confundamos, esto no sólo afecta a Estados Unidos, sino al conjunto del liberalismo y conservadurismo europeos, porque el antiamericanismo también implica una determinada concepción de la democracia y una descalificación de la derecha.
Primera falacia: las torturas de Estados Unidos demuestran que las violencias del estado norteamericano y de los estados dictatoriales son semejantes. Sadam Hussein asesinó a decenas de miles de iraquíes y ninguna institución política, ningún medio de comunicación de su país, tuvo la oportunidad de acusarle por ello. Las torturas de los norteamericanos han provocado una de las mayores movilizaciones políticas contra el Gobierno en Estados Unidos. Y atención a la falacia que se suele adosar frecuentemente a la anterior: la derecha, es decir, Bush, es la que comete los abusos, no la izquierda. Curiosa conclusión en un país como España donde el terrorismo de Estado, desgracia que ha asolado a numerosos estados democráticos, fue amparado por un Gobierno de izquierdas.
Segunda falacia: no hay demasiadas diferencias entre algunas democracias, como la de Bush, y algunas dictaduras. Fijémonos en las numerosísimas acusaciones de fascista que ha recibido un gobernante democrático como Bush. Y no olvidemos algunas semejantes contra Aznar. De nuevo, la idea de que la democracia lo es cuando gobiernan determinados partidos se impone con asombrosa ligereza.
En este punto, asoma también una buena dosis de ignorancia, la que se aplica al análisis de los neoconservadores norteamericanos a quienes se supone muy influyentes en Bush. Muchos representantes del antiamericanismo confunden el neoconservadurismo con la extrema derecha, desconocen que una buena parte de su origen está en la izquierda, que sus miembros son lo que en Europa consideramos liberales, pero que creen en la importancia del papel del Estado y que en política exterior son lo que Max Boot considera wilsonianos duros (véase Foreign Policy, enero-febrero 2004, o El excepcionalismo norteamericano de Seymour Martin Lipset).
Tercera falacia: hay un fundamentalismo norteamericano, la de su derecha cristina, comparable al fundamentalismo islámico. De nuevo la ignorancia y algo de confusión interesada llevan al antiamericanismo a comparaciones y amplificaciones que diluyen la gravedad del terrorismo islámico. En primer lugar, la derecha cristina norteamericana ha sido respetuosa con la ley, y, a diferencia de lo que ocurre con los clérigos fundamentalistas musulmanes, es extremadamente infrecuente que los fundamentalistas estadounidenses defiendan el extremismo político (véase Fundamentalismo, de Steve Bruce) Y, en segundo lugar, la fuerza de grupos como la Mayoría Moral o la Coalición Cristiana es minoritaria entre los republicanos.
Ejercicio final: sustituyamos a Bush por la derecha española y recordemos los paralelismos realizados entre ésta, las dictaduras, el fascismo, los fundamentalismos y todos los demás males.
Edurne Uriarte, ABC, 18/5/2004