POR ÁLVARO DE DIEGO-ABC
«La democracia no subsiste sin la verdad y se suicida cuando se deja invadir por la mentira»
ESTE 22 de abril se cumplirán ochenta años de la ley de Prensa que Franco promulgó en plena Guerra Civil. Aquel texto auspiciado por el ministro Serrano Suñer atribuía al Estado la «organización, vigilancia y control de la institución nacional (sic) de la Prensa periódica». Solo la singularidad de un régimen autocrático como el franquista, que sin embargo no era totalitario, explica que esta legislación bélica y de excepción, totalitaria sin duda, sobreviviera hasta 1966. Ese año el lápiz rojo de los funcionarios inquisidores, las consignas y los más rocambolescos correctivos fueron abrogados por la ley Fraga, a cuyo calor surgió el «Parlamento de papel» que espoleó nuestro cambio democrático. Ya el primer Gobierno de Juan Carlos I favoreció en 1976 una aplicación laxa del texto que, depurado en el primer mandato de Felipe González de aquellos preceptos contrarios a la Constitución, ha sobrevivido hasta nuestros días. Muy largo, y tortuoso en ocasiones, ha sido el camino recorrido por las libertades informativas como para que no se registren situaciones de excepción ahora que España es una democracia avanzada; y con más años de vuelo que el citado franquismo, por cierto.
Resultaría muy fatigoso detallar la formidable maquinaria de manipulación en que se ha convertido TV3, con una programación puesta al servicio de la causa del golpe de Estado. Lo ha hecho esta misma cabecera, que aboga por un despliegue menos timorato del artículo 155. Como ha subrayado ABC, la degradada cadena autonómica constituye una «anomalía democrática» que practica el discurso del odio y se erige en un tan paradójico como «poderoso islote secesionista» en la Generalitat intervenida.
Cuando Jean François Revel publicó «El conocimiento inútil» aún no había caído el Muro de Berlín. A falta de redes sociales y portales en la web, nadie podía adivinar tampoco el embuste global que se avecinaría con las fake news. No obstante, este preclaro intelectual francés supo atisbar cómo la URSS libraba su última gran batalla de la desinformación contra Occidente. Muchas de las premisas que el autor atribuía a una ideología tan nociva como el marxismo pueden aplicarse hoy al separatismo catalán, comenzando por ese terminante aldabonazo que abre el libro: «La primera de todas las fuerzas que dirigen el mundo es la mentira».
A juicio de Revel, los grandes disidentes como Orwell o Solzhenitsin nos enseñan que el engaño no es un «simple coadyuvante», sino un «componente orgánico del totalitarismo, una protección sin la cual no podía sobrevivir». Muy por el contrario, la democracia no subsiste sin la verdad y se suicida cuando se deja invadir por la mentira. De ahí que nuestro Estado de Derecho deba reaccionar contra la impunidad en que se mueve TV3, al día de hoy una cadena ideológica de manual que se sostiene con fondos públicos.
La ideología, que se declara incompatible con los hechos, representa así una triple dispensa tal y como se afirma en «El conocimiento inútil». La dispensa «intelectual» lleva a optar tan solo por los hechos o testimonios favorables a las tesis sostenidas (dando voz preferente a los familiares de los golpistas), se inventa otros (Puigdemont y los consejeros detenidos son «presos políticos» y «víctimas» de un «Estado represor») y escamotea la mayoría (la violencia callejera de los «Comités de Defensa de la República»). La dispensa «práctica» elimina el criterio de eficacia, negando los fracasos o pergeñando pretextos que los excusan (el procés ha naufragado por la negación del «derecho a decidir»). La dispensa «moral», por último, explica que la convicción ideológica exime al militante de lo que es delito o falta para el hombre de la calle (la violación de la ley, sin ir más lejos).
El separatismo golpista, como todo credo totalitario, representa una mezcla de emociones fuertes e ideas simples que impulsan a la acción. Y es que la doctrina política se manifiesta, según Revel, intolerante, pues no soporta que exista nada fuera de sí misma; de ahí la ausencia de pluralismo en la radiodifusión autonómica. Y es igualmente contradictoria, pues lejos de reconocer que actúa de manera opuesta a los principios que predica, no los reconsidera, sino que radicaliza su aplicación.
Ya el pasado mes de octubre «Le Monde» achacó a TV3 «una propaganda independentista, simple y mentirosa» que acudía a «una retórica de victimización que quiere hacer creer, de forma grotesca, que Cataluña es víctima de un regreso de la dictadura franquista». Sin embargo, si atendemos a la surrealista manipulación que propaga, TV3 a veces parece inclinarse hacia ese «apostolado del pensamiento» que para el periodista proclamaba la Ley de 1938.
ÁLVARO DE DIEGO ES PROFESOR TITULAR DE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA UNIVERSIDAD A DISTANCIA DE MADRID