IGNACIO CAMACHO-ABC

  • Acabe como acabe el trato, sólo la deformidad del esperpento refleja el sentido trágico de esta capitulación del Estado

Tendría su gracia, justicia poética, que Puigdemont acabase rechazando la amnistía después de haber puesto de rodillas a Sánchez. Pero resulta improbable que ocurra, por tres razones. Una, porque el prófugo necesita aliviar su situación, que empieza a agobiarle con problemas financieros graves. Dos, porque ambos interesados saben que la actual correlación de fuerzas es un golpe de suerte difícil de repetir en unas nuevas elecciones generales. Y tres, porque Sánchez ha demostrado su predisposición a humillarse todo lo que sea necesario para sacar la investidura adelante. Si ya ha tragado, como parece, por extender la indulgencia a los terroristas que descalabraron policías, prepararon explosivos e incendiaron las calles, no tendrá muchas dificultades para aceptar el resto de demandas que la otra parte contratante tenga a bien plantearle. Puesto a ceder en lo principal, que es la entrega de las instituciones democráticas con armas y bagajes, poco pueden importar los detalles. Ya no tiene vuelta atrás; ha ido demasiado lejos y si hay que volver a las urnas le espera una catástrofe. Aunque nunca se pueda descartar que eso sea exactamente lo que busca el lunático al extremar el chantaje: demostrar que está por encima de todo, incluso de sus intereses personales, y que puede poner España boca abajo con un órdago a la grande. Si gana, bien, y si no le sale siempre podría presumir de que no le dobla el brazo nadie y de que no se conforma con su propio rescate.

Lo verosímil, sin embargo, es que sólo esté tratando de situarse por encima de sus rivales de Esquerra. Que haya sufrido un ataque de pelusa al ver a Bolaños sonriente junto a Junqueras y pretenda elevar la factura para ganar el pulso de competencia interna y reclamar para sí el liderazgo de la Cataluña irredenta, esa facción que vive bajo la abducción psicológica del mito de la independencia. Que quiera dejar claro ante todo el bloque sanchista su recién adquirida condición de ‘ultima ratio’, de dique frente a la derecha, y comprobar de paso hasta dónde llega la desesperación de un presidente español en actitud genuflexa. Lo que nos lleva, de nuevo, a la verdadera raíz del problema: la falta de escrúpulos de un gobernante capaz de utilizar la dignidad nacional y el ordenamiento jurídico como mercancía de una infame operación de compraventa. Ésa es la cuestión esencial de esta negociación ignominiosa cuyo último y decisivo tramo ha quedado ya expuesto sin recato a la vista de los ciudadanos con esa foto de la vergüenza de los emisarios socialistas ante el fugado. Y si hay fumata blanca aún veremos al jefe del Gobierno cerrando por teléfono o por videoconferencia el trato. Un arlequín suplicante y un envarado fantoche mano a mano. Sea cual sea el final del episodio, sólo la estética deformada del esperpento alcanza a reflejar el sentido trágico de esta capitulación del Estado.