IGNACIO CAMACHO – ABC

· Ya no cabe más opción que una victoria indubitada en la que España parezca una nación de verdad y no un simulacro.

Mientras un grupo de iluminados secuestraba ayer el Parlamento de Cataluña, violaba las garantías jurídicas aplastando las advertencias de los letrados y emprendía un golpe contra la Constitución y contra el propio Estatuto de autonomía, el líder del Partido Socialista proseguía su periplo por los medios ofreciendo naciones por catálogo. No se trataba de un orate arbitrista como esos charlatanes de Hyde Park que profieren soluciones estrafalarias subidos a un taburete, sino del jefe de la oposición que aspira a gobernar el Estado. El mismo que, ante la consumación del desafuero catalán, envió a pronunciarse a un subordinado; debe de considerar que la ocasión no merecía la comparecencia de su liderazgo. Era mejor circunstancia, en cambio, para reafirmar su esclarecida idea de la plurinacionalidad, que trae a muchos dirigentes de su partido dándose contra la pared de la razón consternados cabezazos.

El Gobierno de la nación real, la única que por ahora está reconocida, sí reaccionó; al punto salió la vicepresidenta a proclamarse avergonzada y ruborizada ante el espectáculo, y anunció la presentación de un recurso inmediato. Con mucha mesura y proporcionalidad, mantras del momento, no vaya a ser que los biempensantes opinen que Rajoy se comporta de modo autoritario.

El presidente ha puesto la crisis en manos de una brigada de fiscales y abogados del Estado, que a su vez solicitan la intervención del Tribunal Constitucional para que ningún político tenga que ensuciarse las manos ni recurrir al ejercicio de la autoridad, siempre tan antipático. Un método de esmerada pulcritud que puede tropezar con el leve inconveniente de la desobediencia contumaz de los amotinados. Si la estrategia blanda sale bien habrá que levantar un monumento a los sorayos y sacar a todo el Gabinete bajo palio. Como falle, en cambio, es probable que los españoles los corran a gorrazos; ésta es una de esas oportunidades históricas en las que no están permitidos el error ni el fracaso.

Así están las cosas. Frente a un conato de sedición y de ruptura de la integridad nacional, España opone una oposición desorientada, si es que no desleal, y un Gobierno alobado, pendiente de su reputación ponderada y sin garantías de respaldo parlamentario. Algo tiene que ver en el arreón secesionista esta ausencia de cohesión, este músculo débil, este trance político desestructurado. El soberanismo intuye, en su desesperada fuga hacia adelante, la debilidad, la fatiga, las dudas y los escrúpulos de su adversario. Nadie se enfrentaría de este modo tan insolente, tan arriscado, tan irrespetuoso incluso con sus sedicentes principios, a un poder fuerte, homogéneo y articulado. Por eso ante este desafío no cabe más que una victoria indubitada en la que prevalezca sin ambages el ordenamiento constitucional democrático. En la que España parezca una nación de veras y no un simulacro.

IGNACIO CAMACHO – ABC