Agustín Valladolid-Vozpópuli

Por desgracia, no hay ni un solo indicio que aconseje relajar la vigilancia sobre la persistente inclinación hacia la autocracia de los nuevos populismos

Este martes describía aquí Félix Madero la fatiga mental que a veces sufrimos cuando, contra nuestra inicial voluntad, la realidad nos empuja a escribir una y otra vez sobre lo mismo. O sobre el mismo. “Hace un tiempo consideré penoso el esfuerzo de escribir artículos inspirados siempre por la misma persona”, señalaba el colega, para a continuación concluir que es eso precisamente lo que algunos pretenden, que te rindas, que dimitas de tus obligaciones como ciudadano y periodista.

Hace días intercambiaba opiniones sobre la actualidad política con una buena amiga, perspicaz observadora y profesional de la comunicación nada complaciente con los periodistas. Analizábamos el papel de los medios hasta llegar, por vías diferentes, a la misma conclusión: lo que está buscando Pedro Sánchez es la radicalización de la prensa crítica, porque solo así, metiendo a todos en el mismo saco, la “fachosfera”, podrá justificar ante un sector de la sociedad su paulatino estrangulamiento, incluso su posterior desaparición.

Sostenía mi amiga que a Sánchez no le interesa una prensa crítica pero equilibrada, sino otra que pierda los papeles, que sangre por la herida y se aleje cada vez más de la realidad de una calle mucho menos polarizada que la política, unos ciudadanos más interesados en las vacaciones de Semana Santa que en el cotidiano acontecer judicial de Begoña Gómez o José Luis Ábalos. Y no le falta razón. Lo que busca Sánchez es debilitar los contrapesos, y para ello los necesita extremos, sobradamente sectarios, ya sean periodistas, jueces o cualesquiera otros ciudadanos que alcance el nivel de fanatismo exigible.

Hoy se cumplen cinco años del día en el que el Gobierno decretó el estado de alarma y no parece exagerado advertir de que algunas de las restricciones practicadas durante el confinamiento siguen vigentes

Estoy de acuerdo, pero esquivar esa trampa, huir de extremosidades sin cuento y de descalificaciones ad hominem, nada tiene de incompatible con la denuncia de la mentira o el abuso de poder. Por mucho que haya sido el cansancio acumulado en estos años de normalización del engaño y adulteración de la verdad, hay que seguir denunciando cada hecho antidemocrático, cada incumplimiento programático. Erre que erre, como dice Félix, para evitar que ese cansancio se acabe transformando en conformidad.

Hoy se cumplen cinco años del día en el que el Gobierno decretó el estado de alarma, y no creo que sea exagerado decir que algunas de las restricciones practicadas durante el confinamiento siguen vigentes. Desde luego, la degradación del papel de las Cortes Generales; desde luego, el menosprecio de la misión de control que sobre las decisiones del Ejecutivo han de ejercer los medios de comunicación.

Cuanto más evidente es su debilidad, cuanto mayores son sus dificultades para asumir responsablemente el compromiso de España con sus socios europeos, más visible es la inclinación autócrata del presidente del Gobierno. Esta misma semana el paripé procesional de los grupos parlamentarios en Moncloa nos deja una nueva prueba de esa inclinación despótica: habrá incremento del gasto militar por decreto, probablemente sin debate en el Parlamento ni búsqueda del mínimo consenso. ¿El argumento de mayor peso? Ya nos metió Aznar, que tenía mayoría absoluta, en una guerra sin que la decisión pasara por el Congreso.

La Aznar italiana, Giorgia Meloni, pretende ahora sacar adelante una ley por la que el primer ministro (presidente del Consiglio), o sea ella, pase a ser elegido directamente por el pueblo, rebajando las atribuciones del presidente de la República y debilitando el papel del Parlamento. La “Legge del Premierato”, la llaman los medios italianos. Meloni ha vestido su proyecto de regeneración democrática, pero es puro populismo. Y allanamiento de otros poderes del Estado.

El autogolpe

“Los autócratas de nuestros tiempos entienden la importancia de ser percibidos como demócratas. Al menos al principio. Pero muy pronto sacan a relucir su disposición a realizar las más extravagantes contorsiones para proyectar una imagen de legitimidad democrática, al mismo tiempo que utilizan su poder para socavar el Estado de derecho”. Esto es de un artículo escrito en El País Moisés Naím.

Naím se refería a Donald Trump, pero casi todo en su texto es intercambiable con Meloni y Sánchez. Lean si no este otro párrafo (los corchetes son míos): “El populismo divide la sociedad entre ‘el pueblo puro’ y ‘la casta corrupta’ que lo explota, justificando así acciones extremas contra instituciones que supuestamente no representan al ‘verdadero pueblo’ [¿Los tribunales de justicia, por ejemplo?]. La polarización convierte a los adversarios políticos en enemigos irreconciliables, erosionando la capacidad de cooperar para defender la democracia. Y la posverdad permite que los líderes creen narrativas alternativas que justifican sus acciones antidemocráticas y confunden a los votantes”.

El artículo del escritor y periodista venezolano de origen libanés llevaba por título “¿Un autogolpe en Estados Unidos?”, pero con leves modificaciones también podría haberse titulado “Manual del sanchismo-melonismo”. Porque lo que en clave de poder persiguen Trump, Meloni y Sánchez es muy similar: incrementar y fortificar el peso no del Poder Ejecutivo, sino del suyo propio en detrimento de aquel (Consejo de Ministros) y de los demás.

No es ninguna buena señal que el PP haya recurrido a esos creadores de ‘narrativas alternativas’ cuya influencia en las decisiones de comunicación política ya hemos podido comprobar en esos deleznables vídeos fabricados con Inteligencia Artificial

Ante esta tendencia, que parece imparable, la Prensa no puede aceptar el papel de pariente pobre de una democracia debilitada. Y no solo se trata de Trump, ni de Sánchez, sino también de lo que pueda venir después. Además de señalar los abusos de poder en curso, es igualmente obligación nuestra prevenir los potencialmente venideros y anticipar riesgos.

Una ulterior y aún más dilatada concentración de poder es uno de esos riesgos, frente al que hay que prepararse, ya que en un futuro cercano dejará de ser una hipótesis bastante verosímil para convertirse en realidad: el Gobierno central y la mayoría de las comunidades autónomas en manos del Partido Popular. Poca broma.

De ahí que sea pertinente empezar ya a recordarle a Alberto Núñez Feijóo que será en su día objeto de recriminación en el caso de que aparque, apoyado en alguna excusa circunstancial, sus compromisos regenerativos; que ha de saber que sus promesas de hoy, mientras siga existiendo la prensa independiente, serán mañana irrenunciable motivo de verificación, y en su caso de crítica.

Por el momento, no es ninguna buena señal que el PP haya recurrido a esos creadores de “narrativas alternativas” de los que hablaba Naím, sujetos cuyo ascendiente sobre las decisiones de comunicación política del primer partido de la Oposición ya hemos podido comprobar en esos deleznables y auto descalificatorios vídeos fabricados con Inteligencia Artificial.

Como tampoco lo es que en el Congreso de los Diputados el Grupo Popular se ponga de perfil y permita que sigan campando a sus anchas activistas que responden a intereses que nada tienen que ver con el derecho a la información de los ciudadanos, no respetan los códigos éticos (ni estéticos) del periodismo, y ensucian la imagen de los informadores y del conjunto de la profesión. Por ese camino, mal vamos.

De modo que sí, querido Félix, habrá que pensar en seguir escribiendo el mismo o parecido artículo. Erre que erre.