EL ECONOMISTA 07/03/15
En el manual del buen asedio -y más en el arte del cercado político- la paciencia es la madre. Todo comandante en jefe que se precie sabe que la victoria es cuestión de dejar pasar el tiempo. Apostar los ejércitos, negociar al alza, mantener el estado de alerta ante posibles escaramuzas y limitarse a cerrar las vías de comunicación. Esa es la hoja de ruta. La seducción de Ciudadanos exaspera a Cospedal y Rosa Díez.
El enemigo, encerrado en sí mismo, sin margen de maniobra, lastrado por las bajas y desesperanzado ante el futuro incierto, tarde o temprano implorará clemencia y negociará una rendición más o menos honrosa. Hasta que esto ocurre, algunos soldados del interior del cerco se enfrentarán a su líder y exigirán que acabe con esa locura, que ceje en su empeño de resistir y que retome el diálogo más pronto que tarde para minimizar la desgracia. Muchos se decidirán incluso a saltar el muro y pasarse al bando que creen ganador. Asediados que anhelan sumarse al asedio. Servirán al que creen nuevo gobernador de la ciudad. Se dejarán caer en brazos del futuro con una sonrisa de esperanza en el rostro. Querrán creer que lo que viene siempre es mejor que lo que hay.
En la arena política española, y aunque nadie haya certificado todavía la derrota ni se haya producido el recuento de cadáveres, lo cierto es que, a juzgar por los últimos acontecimientos, los Ciudadanos de Albert Rivera han rodeado el fuerte y esperan pacientes la lenta capitulación de la Unión, el Progreso y la Democracia de Rosa Díez. La lideresa de gafa colorida y amplio pasado socialista, especialista en la generación de dicotomías, la misma que arrastra una pesada mochila parlamentaria que tanto le vale para sacar de sus casillas a Mariano Rajoy como para portar el paracaídas y abrirlo justo en el inicio del ocaso de su aventura en solitario.
UPyD, entendida como un proyecto de tercera vía, lanzó un directo al mentón del bipartidismo en 2011 y solamente logró rozarle una oreja. Tal vez porque el combate aún estaba en sus primeros rounds y el contrincante, en caída pero todavía fresco, no había mostrado del todo su flanco débil. Cinco diputados nacionales, diez autonómicos (ocho en la Asamblea de Madrid), cuatro eurodiputados y 152 concejales en ayuntamientos son el saldo de aquel sueño surgido del corazón del Foro de Ermua en septiembre de 2007. Ocho años después y ante el año que podría cambiarlo todo, UPyD parece no ser capaz de sacar fuerzas de flaqueza ante el auge de nuevas formaciones políticas que propugnan renovación ante el desgaste de los partidos tradicionales.
El salto al tablero nacional
Con Podemos socavando el electorado de izquierdas y dando alas a la movilización de los votantes del PP, Ciudadanos, en su salto al tablero nacional, se perfila como el partido que acabará por aglutinar a buena parte de aquellos que abogan por una alternativa liberal y de supuesto centro ideológico. Al menos si se toman como referencia las últimas encuestas, en las que el cada vez más mediático Albert Rivera parece crecer exponencialmente a golpe de perfil periodístico en cada edición dominical de diario nacional y al son que marcan los debates televisivos del prime time patrio.
Al igual que sucede con la de momento malograda confluencia entre Podemos e Izquierda Unida, Ciudadanos y UPyD, dos formaciones con una receta similar en ingredientes y cocción, tuvieron la oportunidad de jurarse amor eterno e iniciar un próspero matrimonio que pudiera engendrar prole parlamentaria suficiente como para ser tenidos en cuenta en las comidas familiares del Congreso y los parlamentos autonómicos. Pero su incipiente noviazgo no acabó en boda y ahora parece que la única salida es el adulterio.
Tras la ruptura de las negociaciones entre Diez y Rivera y sus respectivas cúpulas en noviembre del año pasado -un desencuentro jalonado de acusaciones cruzadas de prepotencia, imposiciones, transfuguismo y supuesta presencia de corruptos, falta de ambición y guerras por mantener liderazgos asegurando presencia minoritaria- parece que el líder de Ciudadanos ha acabado por adoptar la posición de paciente general al mando del cerco a Upyd.
Con la cristalización de la corriente crítica a la decisión de seguir separados, el éxodo de soldados traspasando el muro de la formación magenta con dirección al territorio naranja comienza a ser incesante.
Porque, si Ciudadanos es, de momento, un pequeño pero molesto furúnculo en los cuartos traseros del PP ?y en otro sentido también de Podemos- para Upyd el influjo de Rivera comienza a tomar la forma del auténtico ángel exterminador. Barómetros mediante.
Trasvase gota a gota: el vaso de Sosa Wagner
Muchos querían negociar con Ciudadanos y Francisco Sosa Wagner, la ilustre pajarita de la política española, dio un paso al frente. Sin embargo, el primer cascabel suele erizar al gato. Después de expresar públicamente su apoyo a la unión entre ambas formaciones, cayó en desgracia. Primero fue advertido, después reprendido, y por último relevado de su cargo de portavoz parlamentario europeo de UPyD ?elegido en primarias- por efecto de una norma aprobada por la Dirección del partido media hora antes de aplicarla por primera vez. Con él, obviamente. Tras ello, con el orgullo manchado, renunció a su escaño y se borró del partido. Era octubre del año pasado.
Un mes después, paradójicamente, se iniciaron las negociaciones, con el consabido resultado negativo. Desde entonces, muchos han mostrado su discrepancia dentro de UPyD y se han posicionado del lado de Sosa y la confluencia. Bien es cierto que la guardia de corps de Rosa Díez en el Parlamento (Anchuelo, Lozano, Cantó y Gorriarán) siempre han actuado como engranaje de una misma maquinaria. Pero esto no ha sido norma.
Días después del coitus interruptus Díez-Rivera, el hasta entonces coordinador de UPyD en la Comunidad Valenciana, Alexis Marí, traspasaba la fina línea roja que separa el magenta del naranja. Además, acompañado de los dirigentes valencianos de C’s anunciaba que había reclutado a 130 militantes del partido de Rosa Díez.
Marí lamentaba que en UPyD haya responsables que se dediquen a «construir muros insalvables» para evitar los pactos y, tras un mes de reflexión y anteponiendo la «vocación de servicio», decidía sumarse a un proyecto con un programa «prácticamente calcado» al que ha venido defendiendo desde el puesto de mando que ocupaba en UPyD.
Una partida que se juega en cada plaza, por pequeña que sea, como se está materializando en la Comunidad Valenciana. A la vía Marí se han sumado varios concejales de Castellón y Alicante y este mismo jueves el portavoz de Ciudadanos en la localidad valenciana de La Vila (Villajoyosa), Valentín Alcalá, anunciaba que había incorporado a sus filas a una treintena de nuevos militantes; todos ellos fugados de UPyD. Y parece que no serán los últimos.
Calvet y ‘La ciudadanía primero’
Si Sosa Wagner era un viento de poniente para Rosa Díez y su cúpula, su sustituto en el escaño europeo, Enrique Calvet, se antojaba un tifón. El antiguo miembro de Ciudatans en Cataluña ?se fue por desavenencias con Rivera- aparecía como quinto en las listas al Parlamento Europeo por UPyD. La renuncia de Sosa lo aupaba a la silla y a la polémica.
Espoleado por la irrupción de Ciudadanos y las malas expectativas electorales que auguran a UPyD las encuestas, este lunes creaba oficialmente ‘La Ciudadanía Primero’, la primera corriente de opinión interna que surge en la formación magenta. Los impulsores critican la actuación de una dirección «desnortada» que no ha interpretado correctamente los cambios en el escenario político ni las nuevas demandas de la sociedad y que, según Calvet, ha liderado una «desastrosa política de alianzas, desechando pactos con la formación de Albert Rivera».
Calvet asegura que lleva «diez meses intentando hablar de política» con la líder del partido, Rosa Díez, «sin haberlo conseguido». En opinión del díscolo, «los españoles no entienden cómo UPyD y Ciudadanos no se entienden, ya que ambos pertenecen al mismo nicho electoral. Por eso creo que es imprescindible hablar con seriedad, y desde la política, con Ciudadanos?.
Un Calvet que está señalado directamente por Díez, que ya le ha dado un ultimátum esta misma semana en relación a la presentación de sus cuentas como europarlamentario. Calvet tuvo que defender la claridad de las mismas después de que la líder de la formación le reclamara a él y a su compañero Fernando Maura cumplir las normas de transparencia del partido detallando sus ingresos. El tira y afloja se intensificó cuando Calvet respondió a la petición de la líder magenta pidiendo que el partido dejara de ser un «nicho friki» para llegar a más votantes.
El quilombo europeo
Más de cuatro meses después de la salida de Sosa Wagner, la división del grupo europeo magenta en términos políticos es fehaciente y se ha convertido en un problema reconocible a todos los niveles.
De los cuatro eurodiputados, dos (el citado Enrique Calvet y Fernando Maura) son partidarios de coaligarse o fusionarse con Ciudadanos y las otras dos (Beatriz Becerra y Maite Pagazaurtundúa) siguen la línea marcada por Rosa Díez en Madrid. La situación es ciertamente insostenible, sobre todo después de que los críticos acusaran a la dirección nacional de marginarles ?deliberadamente? negándoles información de las convocatorias del partido en la Eurocámara o no publicando su trabajo en la web de UPyD.
Albert Rivera, el cercador paciente
Por su parte, Rivera espera agazapado y deja hacer al tiempo. Hace menos de un mes, observando el asedio desde una colina cercana, se ocupaba de lanzar un mensaje esclarecedor: «Tarde o temprano, Ciudadanos y UPyD acabarán juntos».
El líder de Ciudadanos insiste en que no es una cuestión de cúpulas, descartando pactar con la actual dirección de UPyD -que les ha rechazado «cuatro veces en siete años»-, y reforzando la idea de que «el problema es Rosa Díez», como nunca se cansa de señalar el europarlamentario de Ciudadanos, abogado y periodista, Javier Nart, la otra cara televisiva del partido.
Sin embargo, muchos son los que piensan, sobre todo en Upyd ?eso sí, a toro pasado- que en los planes de Ciudadanos nunca se consideró seriamente la posibilidad de la unión y que todo responde a un plan trazado con el objetivo de aprovecharse de la experiencia y la militancia del partido magenta pero por efecto de la fuga de afiliados y simpatizantes y no por el acuerdo oficial.
Pensándolo bien, puede que una figura como Rosa Díez no encajara en la idea de un partido renovador que pretende huir de personalismos. Al menos en teoría. Quizás Rivera negoció un malogrado entendimiento mientras colocaba a sus huestes alrededor del muro. Tal vez sabía que la victoria por asedio solo era cuestión de tiempo.