Definía el colega Ellakuría a Putin como ‘un asesino con pedigrí soviético’ y difícilmente podía ser más exacto. La tragedia que hoy se cierne sobre Ucrania tiene algo de déjà vu, lo habíamos visto todo, basta leer el tremendo ensayo ‘Tierras de sangre’ que Timothy Snyder dedicó al Holodomor, la aniquilación por hambre de Ucrania en los años 30, cuatro millones de víctimas y casi otras tantas en toda la URSS.
La tarea de Stalin viene a completarla Putin tantos años después y es hora de que nos fijemos en el papel que tienen los propagandistas del autócrata ruso, pongamos que hablo de Pablo Iglesias, el tipo al que Sánchez, otro tipo, nombró vicepresidente segundo de su Gobierno. Lo más destacable de Iglesias es, aparte de su intrépida bragueta, su gran sobrevaloración intelectual y su portentosa ignorancia de los hechos de una historia que él airea con notable falta de complejos. Mi querido Fernando Navarro me recomendó la lectura de un libro suyo: ‘Maquiavelo frente a la gran pantalla’, un puñado de reseñas cinematográficas que demuestran su total incomprensión de las películas que critica. La segunda era ‘Katyn’, hermoso y terrible tributo que Andrzej Wajda rindió a la memoria de su padre, un oficial del Ejército polaco asesinado por los soviéticos. El filme arranca con una secuencia magnífica que a Iglesias le parece tramposa: una multitud desarmada en un puente, con los nazis atacando por una parte y los comunistas por la otra. Era una irreprochable metáfora del pacto germano-soviético que habían firmado Molotov y Von Ribbentrop el 23 de agosto de 1939 ante la complacida mirada de Stalin. Era el placet de este a la invasión de Polonia por la Wehrmacht en el primer episodio de la Segunda Guerra Mundial. La unificación de los totalitarismos, se quejaba Iglesias y la camaradería entre nazis y soviéticos, llamándose unos a otros ‘camarada’. Así fue. Y compartieron cigarrillos y bromas, existen las fotos dándose palmadas afectuosas.
Los partidos comunistas europeos saludaron la agresión con alegría obscena. La Pasionaria lo contaba así en un artículo publicado en ‘España Popular’, semanario que el PCE editaba en México: “los trabajadores de todos los países han saludado con entusiasmo la acción libertadora del Ejército Rojo sobre el territorio del antiguo Estado de los terratenientes polacos”. Pablo Iglesias dice en Twitter que “la UE no puede apoyar a los neonazis del Gobierno de Ucrania”.
El comunismo que invocaba este tipo era anterior a Kruchev, puro estalinismo. Ucrania y Polonia, dos objetivos contra los que secunda al padrecito Stalin. “Besos y piolets, pezqueñines” escribía a sus seguidores después de un tuit en el que se declaraba hijo de frapero, exactamente hijo de terrorista, que era la calificación que Cayetana le había dedicado en el Congreso. El piolet era la herramienta que definía su adscripción al comunismo con más precisión que si hubiese escrito ‘hoces y martillos’, pongamos por caso. Era el útil que el estalinista Ramón Mercader del Río había hundido en la cabeza de Trotsky. Tal vez Pablo Iglesias Turrión constituya el más acabado signo de la decadencia comunista. Mira que pasar de la Pasionaria a esto. Carrillo al menos condenó la invasión de Checoslovaquia en agosto de 1968.