PELLO SALABURU, EL CORREO – 29/01/15
· El dirigente de Podemos se pasa por el arco del triunfo la ley de incompatibilidades, tanto en la cantidad como en la forma de cobro, y así lo aclarará la Complutense.
Parece que Juan Carlos Monedero, uno de los pesos pesados de Podemos, ha cobrado más de 425.000 euros de gobiernos de varios países latinoamericanos por realizar un trabajo de asesoramiento. Cuando los medios comenzaron a hablar del tema, Pablo Iglesias aseguró que no había nada de ilegal en ello y que los documentos estaban a disposición de quien los quisiese consultar (‘las cuentas claras’, es uno de los eslóganes del nuevo partido). Como tenía curiosidad en el tema, envié a Podemos una carta el día 22, solicitando esa información. No he obtenido respuesta. Volví a enviar otra carta con otra identidad a la misma dirección electrónica preguntando sobre la manifestación del fin de semana en Madrid. Me respondieron en menos de treinta horas. Que cada cual saque sus conclusiones.
El pasado sábado la Sexta entrevistó a Pablo Iglesias y se habló de Monedero. Escuchando los argumentos del líder de Podemos me quedé, esta vez, no ya sorprendido, sino estupefacto por la facilidad con la que copia formas de actuar que con tanto brío critica a los de fuera. Sus argumentos en este tema estaban llenos de mentiras y de demagogia barata, y eran un cúmulo de despropósitos y disparates.
La ley regula los trabajos que un profesor universitario con dedicación exclusiva (como Monedero) puede realizar fuera de la universidad, la cantidad máxima que puede cobrar y la forma de cobro. ¿Qué tipo de trabajos puede hacer un profesor fuera de la universidad? Iglesias aludió al artículo 19 (que, evidentemente o no ha leído o no ha entendido): ese artículo permite, en efecto, que los profesores universitarios podamos cobrar derechos de autor por nuestros libros, escribir en los medios, participar en tribunales o dar conferencias y cursos. Pero los contratos y las prestaciones de servicios, como lo que ha hecho Monedero, son regulados por el artículo 83 de la LOU, no por el 19. No hay ilegalidad en ese punto: se pueden hacer trabajos para fuera por medio de un contrato. ¿Cuánto puede cobrar? No más de cinco veces que el sueldo de un catedrático. No todos los catedráticos cobran lo mismo y no en todas las universidades los sueldos son equivalentes, porque en la estructura del sueldo hay, además del sueldo básico, muchos complementos (de productividad o de otro tipo) que varían según personas, autonomías y universidades. Pero es más que posible que la cantidad de 425.000 euros supere con facilidad el quíntuplo de lo que cobra un catedrático en la Complutense. Si es así, se ha cometido una ilegalidad.
En cuanto al cobro parece que Monedero se planteó tres opciones. Primera: crear una empresa en el extranjero y cobrar allí sin pagar nada (otro tema es cómo se las apañaría para traer luego el dinero aquí, supongo que sería en negro). Segunda: crear una empresa ficticia aquí y pagar mucho menos de lo que pagaría si cobrase el dinero de forma directa y personal. Es lo que ha hecho: se trata de una opción que ha sido permitida durante años por Hacienda y que ahora se está persiguiendo (casos Sabina, Urdangarin). También queda en el aire qué hace con ese dinero la empresa: ¿puede pasarlo, así por las buenas, para financiar un programa de televisión de otra empresa? ¿Qué es eso: una inversión, una donación? ¿Sale gratis? La tercera opción: la más leal con la ética que predica Podemos sería que Monedero hubiera cobrado esa cantidad monstruosa de la única forma prevista por ley para profesores de universidad (lo que puede hacer Sabina no lo puede hacer Monedero).
El profesor universitario debe contar con una autorización previa de ese contrato por parte de la universidad. Es, además, la universidad quien cobra, quedándose de paso con un 20% –más o menos, depende de cada universidad–. El resto le es abonado al profesor en nómina (multiplicando por ocho o nueve su cobro habitual y cotizando en consecuencia). Así lo establecen los artículos 68 y 83 de la LOU. En resumen, Monedero se ha pasado por el arco del triunfo la ley de incompatibilidades, tanto en la cantidad –casi con toda seguridad– como –con absoluta seguridad– en la forma de cobro, como lo aclarará la Complutense en el expediente.
En la discusión de la Sexta alguno de estos argumentos fue puesto encima de la mesa. La respuesta de Iglesias fue airada y manipuladora en muchos momentos, no habitual en sus cuidadas formas e impropia de quien muestra en otras ocasiones frialdad y fuerza expositiva en sus argumentos: no quiso discutir si lo que ha hecho Monedero encaja con la ética que predica Podemos (¿se puede sangrar de ese modo a unos Estados mucho más pobres?), que sería lo relevante en este caso. Sus argumentos más repetidos fueron que Monedero podía haber creado la empresa en el extranjero y se habría ahorrado aquí muchos impuestos, pero que prefirió crearla aquí y que eso al final le costó dinero, lo cual es cierto. Pero no pasó de ahí. Incluso preguntó al tertuliano si él estaba en contra de crear empresas, en una muestra de cinismo no fácil de superar, porque, desde luego, seguimos sin ver aún la relación entre el tocino y la velocidad.
El segundo argumento fue el del buenismo: dejando de nuevo de lado las múltiples interrogantes legales que el tema suscita, resulta que Monedero, «un gran especialista», es una persona rica y un empresario modélico porque esas ganancias no las ha usado para lucrarse, sino para financiar un programa de una televisión «independiente» en la que interviene Pablo Iglesias como entrevistador. Bien, supongamos que un sinvergüenza de la casta cobra dos millones a la Comunidad de Madrid por un trabajo que nadie ha visto pero que debe ser el acabóse, y destina las ganancias a financiar un programa de variedades en la televisión de su pueblo. ¿Eso también vale, o es solo Iglesias quien señala qué programa es digno de ser apoyado y cuál no, qué medio es independiente y cuál no? Pues ya ven: esta debe ser la nueva ética del tema, tan vieja como la que hemos conocido aquí durante décadas. Una indecencia como otra cualquiera.
PELLO SALABURU, EL CORREO – 29/01/15