Fernando Ónega, LA VOZ DE GALICIA, 2/7/11
Felipe González, que fue el gran constructor del moderno socialismo español, a veces se comporta como un adversario del socialismo que vino después. Por ejemplo, este último jueves. Hablaba de la financiación sanitaria, su última especialidad, el moderador le preguntó cuándo Rubalcaba debería abandonar el Gobierno y Felipe lo despachó con una palabra de dos letras: «¡Ya!». El constructor del moderno socialismo parecía Soraya Sáenz de Santamaría cualquier mañana en el Congreso en sesión de control. Es gran verdad lo que había dicho otro día: que el PSOE siempre será su partido, pero ha perdido simpatía. Y, desde luego, disciplina.
Como Felipe tiene la autoridad moral que tiene, agitó el debate. Ayer las tertulias ya estaban en eso: es más fácil hablar de Rubalcaba que de las hipotecas o explicar la subida de la luz. Y Alfredo aprovechó el disparo a puerta para salirse de la obediencia felipista: agradeció el consejo, pero replicó que sabe lo que tiene que hacer. Fue su primer gesto de soberanía. Ahora solo le queda independizarse de Zapatero, y supongo que esa es su única duda. Desde luego, dimitirá como ministro del Interior y portavoz: no sería presentable que un candidato a la Presidencia pudiera ser acusado de utilizar las ruedas de prensa del Consejo de Ministros para su propia propaganda. La dificultad está en la Vicepresidencia Primera: no tiene por qué renunciar, pero seguir le ataría demasiado a Zapatero, lo cual no parece ahora la mejor ayuda electoral.
Y yo pienso: ¿de verdad este es el mayor problema que tiene este país para dedicarle tan prioritaria atención? No, señores. Para el país es un asunto menor. Para quien es un dilema es para el Partido Socialista, necesitado de reinventarse, y solo tiene unos meses para hacerlo. El PSOE acaba de sufrir una catástrofe electoral. Los sondeos indican que la próxima puede ser igual o peor, y no se explica solo por la crisis económica: se explica también por la falta de discurso, por la escasez de liderazgo, por las contradicciones ideológicas y por el abandono de sus votantes de siempre. Su primera obligación quizá no sea ganar las elecciones, tarea que hoy parece imposible, sino cortar la sangría y evitar que el socialismo se quede en una fuerza residual y abocada a una crisis fratricida.
El hombre que puede hacer eso es Rubalcaba, porque así lo quisieron él, Zapatero, el Comité Federal y su demostrada valía. Por eso, el PSOE lo necesita a dedicación plena, con una múltiple misión: decidir una estrategia, reinventar un mensaje, hablar casi militante por militante para devolverles la moral y estudiar cómo se distancia de la mala imagen de un Gobierno al que perteneció con la máxima relevancia. Ese es el tema. En ese sentido, Felipe González le puede haber hecho un favor: cuando antes se baje del barco, más tiempo tiene para construir futuro.
Fernando Ónega, LA VOZ DE GALICIA, 2/7/11