- Con la aprobación de la ley de amnistía, Sánchez culmina un proceso por el que España deja de ser un estado de derecho al uso
Edmund Burke, el inteligente político y pensador conservador liberal del XVIII británico, nos dejó un breve y gran aviso sobre el precio de la indiferencia: «Lo único necesario para que triunfe el mal es que los hombres buenos no hagan nada».
De manera más prolija se abunda en esa idea en el conocido y esclarecedor poema «Primero vinieron por…», que se suele atribuir erróneamente a Bertolt Brecht, cuando en realidad es obra del pastor luterano Martin Niemöller, quien aunque tuvo tempranas simpatías por Hitler pronto entendió la aberración que suponía y se plantó (hasta el extremo de acabar en Dachau). Niemöller hace una demoledora crítica a los intelectuales de su tiempo, que se encogieron de hombros mientras una ideología tan criminal e inhumana como el nazismo iba avanzando.
En cierto modo, en España ha ocurrido lo que denunciaron Burke y Niemöller, cada uno a su manera. La aprobación de una delirante e injusta ley de amnistía es el demoledor símbolo de que aquí el mal se ha impuesto gracias a la indiferencia. Con esta norma abusiva y arbitraria llega a su extremo el proceso de Sánchez por el que España ha dejado de ser un Estado de derecho al uso. Como diría el viejo ingenio popular, «entre todos la mataron y ella sola se murió».
Primero vino por las normas no escritas de la democracia española, saltándose las reglas de que aquí presidía el país el más votado y de que no se buscaría el apoyo de los golpistas catalanes y el partido de ETA para gobernar. Pero no hicimos nada.
Luego colocó a un miembro de la Ejecutiva de su partido al frente del instituto estatal de sondeos para que lo apoyase publicando encuestas manipuladas. Pero no hicimos nada.
Luego hizo fiscal general del Estado a una de sus ministras. Pero no hicimos nada.
Luego supimos que había plagiado su tesis doctoral; él, que alardeaba en el Congreso de cómo en Alemania quien hacía algo así dimitía al momento. Pero no hicimos nada.
Luego creó puestos de nuevo cuño en la Administración para regalar un empleo a la medida a dos de sus amigos íntimos. Pero no hicimos nada.
Luego convirtió a TVE en un apéndice partidista hasta extremos insólitos (la presentadora del magazine de las mañanas ha llegado esta semana al extremo de hacer burlas en un programa a costa del jefe de la oposición, en una cadena que pagamos todos por obligación y que debe atender a todas las tendencias). Pero no hicimos nada.
Luego destruyó el principio de verdad y el de respeto a las promesas electorales, prometiendo en campaña que endurecería las leyes contra los separatistas y que traería a Puigdemont a España para ser juzgado. Hizo exactamente lo contrario… pero no hicimos nada.
Luego indultó a los golpistas catalanes para sostenerse en el poder, aunque son los peores enemigos de España, y obligó al Rey a firmar unos indultos que contradecían por completo su valioso discurso de 2017. Pero no hicimos nada.
Luego debilitó la defensa de España frente a los envites separatistas eliminando delitos en el Código Penal al dictado del golpista Junqueras. Pero no hicimos nada.
Luego aprobó unas normas de ingeniería social absurdas y que socavaban la dignidad esencial del ser humano. Pero no hicimos nada.
Luego aprobó por decreto leyes exprés destinadas a maniatar a los jueces y acogotar al poder judicial. Pero no hicimos nada.
Luego volvió a mentir, y en contra de lo que decía tres días antes de las elecciones del 23-J, se plegó a una ley de amnistía hecha a la medida de un fugitivo de la justicia española, que además mantiene su desafío de buscar la ruptura unilateral con España. Pero no hicimos nada.
Luego aprobó su ley de amnistía, dejando fuera toda alusión al Código Penal y aceptando incluso algunas formas de terrorismo; una norma cuyo contenido ocultó a los españoles y al Parlamento hasta el propio día de la votación. Además volvió a mentir, pues hasta esta misma semana decía que el texto original no sería modificado. Pero no hicimos nada, ha logrado aprobarla.
Luego descubrimos la montaña de cieno de una trama que anidaba en su Gobierno y que se enriquecía con mordidas ante algo tan dramático como una pandemia. Pero no hicimos nada. Ahí siguen tan anchos la presidenta del Parlamento, el ministro que fue presidente de Canarias y la ministra de Hacienda, todos salpicados por este repugnante caso de corrupción, unos por acción y otros por omisión.
Luego descubrimos que su mujer, infringiendo todas las reglas de asepsia democrática, ejercía de lobista mientras su marido presidía el consejo de ministros, y hasta compadreaba con una empresa rescatada por su esposo. Pero no hicimos nada, pues ambos continúan durmiendo en la Moncloa.
España ya no goza de un sistema limpio de libertades y derechos. Este jueves se ha oficiado que esto es ya otra cosa: una autocracia donde los intereses arbitrario del mandatario priman sobre las leyes y las reglas de higiene pública básica. En nuestra mano está parar al autócrata o continuar plegándonos a su rodillo.