Al analizar el amago del Ayuntamiento de Vic de no empadronar a inmigrantes irregulares hay que apuntar al verdadero blanco, esa hasta ahora soterrada mentalidad racista. La coartada económica sólo sería factor de agudización.
La respuesta del Gobierno ha sido rápida, y a partir del informe del abogado del Estado no existe duda alguna acerca de la ilegalidad del acuerdo adoptado por el Ayuntamiento de Vic, dirigido a rechazar el empadronamiento de los inmigrantes irregulares. El propio alcalde de la ciudad catalana lo ha reconocido, así como la necesidad consiguiente de atenerse a lo dispuesto. Como consecuencia, los portavoces del Partido Popular han abandonado algunas medias palabras de la primera hora y se han sumado a la reivindicación del cumplimiento de la ley, al parecer en este punto responsabilidad del propio Mariano Rajoy en su etapa de ministro, añadiendo que de ningún modo el partido adoptará posiciones xenófobas. La excepción lamentable ha correspondido a Convergència i Unió, de cuya coalición, en la vertiente de Unió Democrática de Catalunya, es el alcalde Vila de Abadal. No sólo respaldó la medida, sino que ha anunciado una movilización de alcaldes y cargos municipales del partido avalando la posición inicialmente adoptada de rechazo al empadronamiento.
De entrada, nada tiene de casual que Vic haya sido el epicentro de este seísmo por el momento abortado. Lo que el historiador Xavier Casals ha llamado «la lepenización de los espíritus» viene observándose en ciertos lugares y por ciertos personajes en Cataluña desde hace más de una década. En febrero de 2001, las tremendas declaraciones de Marta Ferrusola, esposa del presidente Pujol, supusieron todo un resumen de las esencias de la xenofobia islamófoba. Las citas que nos recuerda Casals evitan todo comentario: «Dentro de diez años quizás las iglesias románicas no servirán, servirán más las mezquitas», los inmigrantes no aprenden nada de la cultura y de la lengua catalanas y a pesar de ello monopolizan las ayudas públicas que van «a magrebíes y gente así». Artur Mas y el propio Pujol otorgaron a esas palabras todo su alcance: «Es lo que piensan la mayoría de los ciudadanos». Y las encuestas les dieron la razón.
En un ambiente así preparado en medios nacionalistas conservadores, tiene lugar, precisamente en Vic, la constitución en 2003 de un partido islamófobo, más que xenófobo, titulado Plataforma per Catalunya (PxC), con una implantación en ascenso en las localidades rurales del interior. El fundador del partido fue cierto Josep Anglada, procedente de Fuerza Nueva e inspirado en Le Pen, destacando entre sus contactos ulteriores Falange Española, a pesar de lo cual aparenta neutralidad en el tema nacional: lo suyo es luchar contra la invasión musulmana, y a fe que lo hace con eficacia, obteniendo los mejores resultados en los barrios con mayor presencia magrebí.
En 2007 obtuvo PxC cuatro concejales en Vic y otros cuatro en El Vendrell, acercándose al 20% de los votos, dos en Cervera y Manlleu (16% y 13%) y uno en Manresa, Olot y Tárrega (6-7%). Son datos que no pueden ser olvidados para explicar lo sucedido en la capital de la comarca de Osona: a un año de las próximas municipales, los partidos en el gobierno municipal, y singularmente la católica y conservadora UDC, sintieron el peligro de una transferencia de voto xenófobo y actuaron según la conocida fórmula de adelantarse en la puja a la reacción.
Anotemos que el nacimiento y el ascenso del sentimiento y de la organización política xenófobos tienen lugar en unos años dorados, de enriquecimiento y de utilización ventajosa de los irregulares para acrecer los beneficios pagando salarios más bajos. Este hecho pone en cuestión el recurso tradicional a explicar los estallidos racistas por la crisis económica, tal y como hiciera hace días con sorprendente prepotencia Arcadi Espada en el curso de un debate. Es éste un razonamiento peligroso, ya que, de forma similar a la desviación del tema hacia la Ley de Extranjería, lleva la génesis del racismo y de la islamofobia a un espacio exterior, con un punto de justificación: las capas populares se vuelven racistas por la crisis. Por supuesto, esta reacción se agudiza, al invertir los términos de la relación con un ‘lo catalán primero’ (o ‘lo francés primero’, o ‘lo español primero’, tanto da).
Pero la crisis se limita a favorecer la expansión de algo que está ahí con anterioridad. Para protestar contra la asignación de viviendas, educación o asistencia social a los ‘moros’, a los rumanos o a los ‘sudacas’, como todos ellos robasen a los españoles, no hubo que esperar a la crisis, olvidando lo que esos supuestos intrusos aportaban al crecimiento económico, y por supuesto a las arcas de la Seguridad Social. De ahí que sea preciso apuntar al verdadero blanco, esa hasta ahora soterrada mentalidad racista, sin permitir que la coartada económica, de factor de agudización se convierta en causa de la política discriminatoria que empieza a despuntar.
En su reciente libro ‘El miedo de los bárbaros’, Zvetan Tdorov define a los bárbaros como aquéllos que niegan la humanidad de los otros: «Se conducen como si los otros no fuesen humanos, o enteramente humanos». Ciertamente, ellos pueden tener la misma actitud; sólo que desde el pensamiento griego la civilización consiste en tratar al otro como un igual, con independencia de su barbarie. Recordemos ‘Los persas’ de Esquilo. A juicio de Tdorov, ante el resto del mundo la mentalidad de los países occidentales está caracterizada por el miedo: miedo a perder el abastecimiento en energía, a perder los mercados, a sufrir ataques terroristas. Y en caso de ser agredidos, tienen derecho a defenderse. Añadiríamos que nada hay de xenófobo en la advertencia de Michel Rocard: Francia (o España) no puede albergar a todos los pobres del mundo. Sólo que una vez aquí son titulares de derechos humanos, según recuerda el Tribunal Supremo. Tdorov concluye: el miedo injustificado a aquéllos a quienes consideramos bárbaros es lo que puede convertirnos en bárbaros a nosotros. Y llegados a este punto son la pedagogía social y las políticas públicas resueltas contra el racismo las que deben entrar en juego. Sin menospreciar brote alguno.
(Antonio Elorza es catedrático de Pensamiento Político de la Universidad Complutense)
Antonio Elorza, EL DIARIO VASCO, 22/1/2010