En caso de extorsión, la voluntad queda anulada; así que está de sobra empezar a hacer rodar la espiral de que aquellos que pagan a los terroristas están financiando sus crímenes. Llegados a este extremo, un poco de mesura no vendría nada mal.
Qué poco hemos avanzado en este país tan cainita en el que se mezclan las ganas de revancha con la presunción de inocencia o la necesaria toma en consideración del infierno que le rodea a un ciudadano amenazado. Por muy famoso y rico que el extorsionado sea y que por ello, a qué negarlo, despierte cierta envidia. Con el supuesto pago del impuesto terrorista de cuatro cocineros vascos, desvelado por un presunto etarra detenido, se han mezclado dos cosas. Mientras Euskadi ha estado ardiendo en la llama de las amenazas y los atentados durante los años más duros del terrorismo, que estos restauradores se refugiaran en la burbuja de sus fogones como si estuvieran cocinando en la apacible Borgoña, poco tiene que ver con que también hayan sido víctimas de la extorsión. Como tantos otros profesionales, emprendedores incansables, hosteleros reconocidos, quizás ellos (lo tendrán que explicar ante el juez) se vieron en la tesitura de tener que pagar de esta forma tan bochornosa su seguro de vida. Pero cuando se trata de la amenaza de una banda que actúa como la mafia, pocas elecciones quedan. Y de esa situación llamada «estado de necesidad» saben mucho los jueces.
Cuando a un cocinero le amenazan con matarle si no paga la cuota, tiene tres salidas: o llena el restaurante de policías (y a ver quienes son los clientes que están a gusto con ese paisaje); se va de Euskadi (una elección durísima donde las haya); o se queda y pasa por el aro. Lo que parece claro es que, en caso de extorsión, la voluntad queda anulada; así es que está de sobra empezar a hacer rodar la espiral de que aquellos que pagan a los terroristas están financiando sus crímenes. ¿Cuando han atracado un banco, sus directivos están financiando a la banda de delincuentes? Llegados a este extremo, un poco de mesura no vendría nada mal. Es cierto que en las movilizaciones contra el terrorismo se echó de menos a los cocineros y se les recriminó cuando ETA mató al cocinero de la comandancia Ramón Díaz y en su mayoría dijeron que se limitaban a cocinar. Porque también se limitaba a trabajar el presidente de los empresarios guipuzcoanos José María Korta y ETA le mató precisamente por no pagar el impuesto.
Hay que ser cuidadosos con cuestión tan delicada. Que una parte de la opinión pública se lance a juzgar antes de que haya existido una acusación del fiscal, es un síntoma inquietante. Denunciaba desde Confebask, Zubia, que se está practicando un «linchamiento moral» contra estos cocineros, y no le falta razón. De todas formas, si reconocieran que tuvieron que someterse a la extorsión, resultaría insano echarles el manto de la delincuencia. En estos casos, hablar en clave de depuración criminal iría en contra de la calidad democrática de nuestro sistema. Queda políticamente correcto sentenciar que no se debe ceder a la extorsión, pero generalmente quien así predica está lejos del drama cotidiano. Es evidente que no hay nada más contradictorio que decir que el miedo es libre. |