ABC-IGNACIO CAMACHO
Si el «procés» fue una añagaza para negociar, como sentenció el Supremo, los separatistas han triunfado en su empeño
LO que el Partido Socialista está negociando en Navarra no son tanto los Presupuestos de la Comunidad Foral como la abstención de Bildu en la investidura de Pedro Sánchez. Dicho de otro modo: la incorporación del partido posterrorista al bloque Frankenstein. En principio se da por sentado que los legatarios etarras irán del brazo de Esquerra, según el acuerdo de acción conjunta firmado la pasada primavera, pero es obvio que su colaboración también requiere un cierto cortejo galante y su correspondiente muestreo de detalles preliminares. Ayer mismo, en Bilbao, los socialistas apoyaron una petición para suavizar las condiciones de los reclusos vascos en las cárceles. En política, cuando media una situación de necesidad, no existen las casualidades.
Y si las hay, algunas parecen muy oportunamente adaptadas a las circunstancias, como en un providencial encaje de piezas. Por ejemplo, que el ministro Ábalos haya empezado a hablar de «conflicto político» en Cataluña, el lenguaje exigido por los independentistas. O que la vicepresidenta Calvo incluyera el Título Octavo, el del modelo territorial –negando el derecho de autodeterminación, faltaría más–, entre las partes de la Constitución susceptibles de ser reformadas. O que los dirigentes del PSOE pongan énfasis en la condición de ERC como fuerza de izquierdas, una manera oblicua de eludir su actitud insurrecta y de subrayar sus puntos ideológicos de confluencia. O que tres magistrados del Constitucional, del cupo llamado progresista, se pronunciasen a favor del amparo al presidiario Junqueras, allanando con su voto particular el previsible recurso ante la Corte Europea. Todo el mismo día, justo en la fecha en que la delegación gubernamental y la republicana se sentaban por primera vez a la mesa. Puro azar, sin duda, porque ningún negociador inteligente comenzaría mostrando de modo tan ostensible la amplitud de sus tragaderas; pero como decían en un inolvidable número Les Luthiers, «caramba qué coinsidensia».
Si estos albures ocurren antes de empezar, mera aclimatación ambiental, simple tanteo, cabe imaginar la sucesión de contingencias que pueden darse si se produce el acuerdo. Todo fortuito, por supuesto; el Gabinete está firmemente decidido a no conceder más que leves gestos. Será casual que se sucedan en el tiempo la presentación del proyecto del nuevo Estatuto vasco, el segundo o tercer grado penitenciario de los líderes separatistas presos, la normalización del término «plurinacionalidad» o los guiños de empatía autodeterminista de Podemos. Hechos adventicios sin relación de causa-efecto. Sólo mentes retorcidas podrían pensar que si el procés fue una añagaza instrumental para negociar, como ha sentenciado el Supremo, los secesionistas podrían haber triunfado en su empeño al lograr una transacción política con el Gobierno. No tendrán otra oportunidad mejor, desde luego.