ARCADI ESPADA-EL MUNDO

Mi liberada:

En los regios funerales del Proceso que estáis celebrando –y sé prudente, que tus piernas ya no son en sentido alguno lo que eran– destaca por encima de todas la tétrica y torturada figura de El Valido. Es decir, el llamado Quim Torra, presidente de la Generalidad por delegación del prófugo Carles Puigdemont, un hombre nacido hace 56 años en un pueblo de la costa, nacionalista, católico y conservador, y claramente tocado por la emoción xenófoba. Alterno la observancia de sus movimientos en el Gobierno, el Parlamento y las calles con la lectura de El quadern suís, un diario escrito sobre su temporada en Suiza (2006-2007), donde vivió como ejecutivo de una compañía de seguros hasta que lo despidieron. No habría empezado a leer este libro –tampoco después de leerlo– si su autor no fuera quién es. Pero solo porque hay mucho que leer. El libro está dignamente escrito, trabajado, describe con aplicación los detalles del paisaje, también humano, y sus apuntes culturales son meditados. Pocos políticos españoles podrían haberlo escrito. En la década que medió entre el despido y la llegada a la presidencia, El Valido leyó con provecho. En especial, a la generación periodística catalana de los años 30, varios de cuyos miembros principales, Gaziel, Xammar o Pla, afloran entre las costuras de su prosa. El fondo del libro regurgita un antiespañolismo inexorable, cargado, propio de esa generación. Una acidez que no tiene cura y que da rostros intestinales como el del propio autor. Los que se interesen en su xenofobia harán bien en seguirla en este sosegado diario antes que en las hojas volanderas, tan difundidas, de su prosa digital. No solo el rastro de su personal xenofobia. A veces me preguntan por las élites catalanas. Y su responsabilidad en todo esto. Una vieja canción. He aquí las palabras de posguerra que transcribe el autor de Rafael Patxot, importantísimo mecenas del nacionalismo, íntimo de Cambó: «La Cataluña actual no es solo un pueblo ocupado y explotado, sino un pueblo pervertido porque se ha dejado pervertir… se han convertido en madrileños simiescos». El pesimismo democrático sobre Cataluña se comprende si se enfoca con luz corta. En especial, por el carácter sumiso y corrupto que la mayoría de gobernantes españoles han tenido respecto al nacionalismo. Pero con las luces largas no ha lugar. Nunca como ahora había estado tan cerca Cataluña de equilibrar la inmoralidad de buena parte de sus habitantes. Esa inmoralidad congénita se difundía libremente, confundida con el paisaje. Ahora está drásticamente aislada y está quemando muy bien en estos días de la basura.

La política, directamente entendida, ocupa un escaso lugar en el diario. La mirada es siempre desesperanzada. Por ejemplo: «En las cortes del reino de España se ha aprobado el Estatuto. Ahora ya sabemos que esto durará una generación. Es decir, a mí me cogerá jubilado, paseando a los nietos y explicándoles, en una antigua lengua que quizá ya no conozcan, que sus abuelos no fueron capaces de ir más allá. Que ellos tengan mejor suerte». O bien: «Hoy hace setenta y seis años que Francesc Macià proclamó la República Catalana. No dejó nunca de asegurar que tenía fe en el pueblo de Cataluña, pero este pueblo no supo tener fe en sí mismo». En abril de 2018, un mes antes de que lo eligiesen presidente, el autor escribió el epílogo de su diario. Es una lástima que sea puramente convencional y no escarbe sobre lo que pasó entre su pesimismo de 2006 y esta frase primera del epílogo: «Diez años después, celebrado un referéndum de autodeterminación el 1 de octubre y proclamada la República catalana…». El epílogo, de todos modos, tiene su particular interés en esta hora, porque en él su autor señala la tarea del independentismo: «Un salto colectivo y nacional que no solo defienda sino que responda organizadamente y concentradamente para hacer efectiva la República». Y es aquí justamente, reflejada en estos días, donde la figura de El Valido se hace más interesante y visible su desproporcionada cobardía moral. Es probable que ahora mismo esté escribiendo otro diario. Y en él aparezca subrayada esta frase de su último discurso ante el parlamento: «El día que no pueda vivir en la verdad os lo diré». O esta otra: «El día que por hacer aquello que quiero haya dejado de ser honesto, aquel día no podré continuar». Los medios han comentado ampliamente su participación del otro día en el corte de una autopista. Hacía eso mientras la Policía que teóricamente comanda dispersaba a los que cortaban autopistas.

El lado grotesco no puede disimular el escándalo moral en que El Valido vive. Sigue siendo el presidente de un gobierno que controla las cárceles: y no las abre. Y llama a la libertad de los presos políticos ¡el único que podría dársela! Es verdad que probablemente los urgidos no se atreverían a salir, como periquitos temblorosos. Pero qué culpa tendría él de la cobardía, si fuera la de los otros. Como presidente debería controlar su Policía. Pero su Policía lo ignora: cumple con la ley y dispersa y apalea. Cada bofetada de los mossos cae en su cara. Querría hacerme entender. El supuesto drama político no me interesa lo más mínimo. Políticamente hablando el Proceso acabó y comprendo el desconcertado fracaso en que deben debatirse los independentistas sobre qué hacer ahora. Han perdido hasta las calles, que ahora están en manos de sinaloas de salón, el cártel de Pedralbes. Pero el drama humano es interesante. ¿Cómo vuelve ese tipo a casa cada noche después de haber apaleado a sus hijos, y no es figura retórica? ¿Cómo organiza las patéticas trampas y desplazamientos en el tiempo de su discurso un gobernante que controla el poder y sus escuadrones y permite que el peso del poder caiga sobre ellos, es decir, sobre él? ¿Qué grado de alienación y de pérdida del sentido de la realidad habrá alcanzado un hombre, incapaz de comprender que el final ha llegado, y que no tiene a su alcance la victoria, pero sí una belleza final, indelegable?

Estos estragos de la literatura en mi propia cabeza, y tales resistencias a considerarlo un mierdamás sin honor.

Sigue ciega tu camino.