ARCADI ESPADA – EL MUNDO – 02/02/16
· Hay que tener a mano una buena navaja de barbero de la marca Ockham, en especial si se trata de una sesión de investidura. Mariano Rajoy ganó las elecciones, con una ventaja de 33 escaños, 6,7 puntos porcentuales y 1.684.973 votos sobre el candidato socialista Pedro Sánchez. Para que Rajoy fuera presidente bastaría que el Partido Socialista y Ciudadanos se abstuvieran en la votación de investidura. Ciudadanos ya permitió que el Pp gobernase en Madrid y que el Psoe lo hiciera en Andalucía: no se aprecia con qué argumentos podría optar ahora por la ingobernabilidad.
Es cierto que el Psoe podría gobernar con el partido Podemos y con los independentistas. Pero sería mucho más complejo. De una complejidad que conduce a un camino falso. El creacionismo, es decir, el telepredicador Iglesias, por ejemplo, que llama a eso «un acuerdo de progreso», argumenta que dios es más fácil que Darwin para explicar el mundo; sin pararse a pensar cuánto trabajo habría que tomarse para explicar a dios.
Es fácil explicar por qué el acuerdo entre Psoe y Podemos resulta de una complejidad que acaba en el error. No ha habido en todo el cruce de propuestas electorales y postelectorales una condición para la negociación tan nítida y divisiva como la celebración de un referéndum de autodeterminación. La ha planteado el partido Podemos y es natural que lo haya hecho porque sus excelentes resultados en Cataluña y, en consecuencia, sus apreciables resultados españoles, se deben a esa condición. Pero es esa condición innegociable lo que divide a la actual cámara de los diputados en dos bloques. Uno de 253 diputados (Pp, Psoe, C’s) y otro, de 97, del resto de partidos. No hay nada entre Pp, Psoe y C’s, ni en sus propuestas políticas ni en sus propuestas económicas, que tenga ese grado de innegociabilidad.
Así pues, conviene ir rasurando. Todo el sucio embarrado del campo postelectoral, incluyendo soluciones cada vez más amaneradas como la desaparición de la escena de los dos principales candidatos, es responsabilidad estricta de Sánchez y de su obligada necesidad de camuflar el único de sus argumentos veraces, que es el de la conquista del poder.
Un argumento que aún resulta más veraz si se piensa que el poder es el único camino que le ofrecen los hipócritas varones y baronas del socialismo –indolentemente repantingados en sus taifas, dan un no simultáneo y sin salida a Rajoy, a Iglesias y a unas nuevas elecciones– para seguir aceptándolo como líder.