ABC 28/12/14
IGNACIO CAMACHO
· La denostada estabilidad bipartidista tal vez la echemos de menos cuando la hayamos perdido a manos del populismo
HA tenido que ser Rajoy el que reivindique los valores del bipartidismo ante un PSOE colapsado al que la irrupción de Podemos ha empezado a provocar tal síndrome de Estocolmo que está a punto de desmarcarse de sus propios logros. Frente al derrotismo propiciado por el desgaste del sistema, la defensa de la alternancia democrática es imprescindible para evitar su desplome. A Pablo Iglesias y sus brigadas populistas no se les puede frenar asumiendo con mala conciencia sus proclamas sobre la devastación de los últimos cinco años; es menester ponderar lo sucedido en los treinta anteriores, un período fecundo al que se debe la universalización de los servicios públicos, la modernización europeísta e incluso la ahora denostada prosperidad de las burbujas, sin cuya acumulación de riqueza da miedo pensar dónde estaríamos. Todo eso no lo han traído los adanistas de nuevo cuño sino el agrietado régimen del 78, tan necesitado de reformas como de una valoración justa de sus virtudes intrínsecas, las mismas por cierto que han servido de base al progreso de las naciones con que nos gusta compararnos. No, Venezuela no, ni Ecuador tampoco: Alemania, Francia, Gran Bretaña y otros odiosos paradigmas de la decadencia burguesa.
Lo llamativo del caso es que sea un mandatario conservador el que venga a levantar la bandera de la estabilidad política y a reclamar el orgullo de una etapa en la que la socialdemocracia ha gobernado más y durante más tiempo que la derecha, hasta el punto de que la actual arquitectura institucional española es en la práctica una obra suya. Acomplejados por el discurso apocalíptico de Podemos, los socialistas temen asumir su propio legado y sospechan que parte de sus electores se sienten tentados por la deriva rupturista. El PSOE no encuentra el modo de levantar un dique contra esa marea oportunista que reduce a un lustro ingrato el balance de tres largas décadas de cohesión y convivencia; quizá en el fondo tiene asumido un cálculo electoral pesimista que sólo contempla el retorno al poder mediante una alianza con el populismo. Pero si los ciudadanos perciben esa falta de convicción se entregarán a las fuerzas emergentes que sí se muestran firmes en sus posibilidades de futuro. El proyecto de Iglesias consiste en invertir el sentido histórico del voto útil de la izquierda, desplazándolo de la moderación a la radicalidad. Y la actitud timorata, encogida de los socialdemócratas les facilita el vuelco.