TEODORO LEÓN GROSS-ABC

  • Yolanda Díaz tenía un papel reservado por Moncloa para brillar como nueva musa de la izquierda

Incluso entre una clase política sin demasiado sentido del ridículo, que Yolanda Díaz saliera a dar lecciones a Ramón Tamames del espíritu del constituyente marca un hito descacharrante. Sobre todo con ese tono petulante como de Petete de Cosas Chulísimas, con timbre de ‘kindergarden’. Y también le explicó el salario mínimo o la negociación colectiva. Tamames se desentendió de esa cháchara farragosa y le agradeció «mucho» las lecciones recibidas. Se oyeron risas más allá de la bancada de Vox. Yolanda Díaz se encogía en el banco azul, consciente de que su salida por la puerta grande se estaba quedando en lo de Cagancho en Almagro, aunque seguramente le reconfortaría después constatar que los grupis de su ‘fanclub’, la claque de Twitter, estaba emocionada como si hubieran visto a Elvis renacido en un club de Memphis.

En minuto y medio despachó Tamames a Yolanda Díaz, que se había extendido en su réplica más de una hora. El viejo profesor, que le había hecho señas sobre la turra interminable, certeramente le señaló que lo suyo no era una réplica sino la presentación de su proyecto «que creo –añadió burlón– que se llama Sumar». Y en ese ensayo general de su futuro discurso de investidura, Díaz repartió además elogios a los suyos ejerciendo de nueva lideresa de la izquierda, que es el sitio que le había reservado Sánchez. En Podemos debían de escocer esos piropos fatuos, como el troleo dominical que le hizo a Iglesias, para exhibir sus galones. Cierta brevedad quizás hubiera deparado otro resultado, pero fue bastante tostón. Probablemente desde la fascinación por Sánchez no supo medir el cansancio general que el presidente ya había provocado con casi dos horas de lucimiento personal mirándose en el espejo de su gestión como Narciso en el estanque.

Esta moción definitivamente ha sido una petardada en la que Vox y PSOE han visto la oportunidad de frenar el ascenso de Feijoo por las dos orillas. La ocurrencia de Tamames fue, según desveló Dragó, una charla de marisquería regada con vino. Es difícil no imaginarse a Dragó y Tamames como Michael Caine y Harvey Keitel en aquel cartel de una peli de Sorrentino dentro de la terma de un ‘spa’ ante una jovencita desnuda, en este caso ante el sanchismo desnudo con sus ínfulas apolíneas… pero ha resultado, parafraseando otra de Sorreentino, ‘La Grande Tristezza’. Una mala ocurrencia crepuscular. Eso sí, en este teatro donde todo era previsible, al menos Yolanda Díaz tenía un papel reservado por Moncloa para brillar como nueva musa de la izquierda. Y sin embargo optó por presentarse como la legítima pareja de Sánchez –de blanco, como una novia– para salvar a Frankenstein. Qué ironía ver prodigarse a ambos en reproches a Feijoo por no vetar a Vox, desde la autoridad democrática chusca de una mayoría sostenida en Esquerra y Bildu, los dos partidos que más han desafiado el orden constitucional. En fin, a la altura de las circunstancias. O sea, a la bajura.