Alguien de su partido debería decirle de una vez a Ibarretxe I, el Indomable, que la antorcha que empuña está apagada. Algún socialista debería decirle a Zapatero que algún día, quizá para la sexta intentona de Ibarretxe, tendría que hacer acuse de recibo a su socio preferente, que todos estamos haciendo el ridículo.
Contaba hace años en El País el malogrado Angel Fernández-Santos que Berlanga trataba de poner en pie a mediados de los años 60 una película inspirada por los cambios litúrgicos que trajo el Concilio Vaticano II. Se trataba de un matrimonio segoviano que regentaba una librería religiosa en la plaza del Azoguejo. El fin de las misas en latín sorprende a los citados con una gran partida de misales ancien régime recién comprados.
Aquello era la ruina y a la mujer se le ocurrió una idea luminosa en sentido estricto. En 1963 había conmovido al mundo la inmolación del monje Thich Quang Duc, que se prendió fuego en el centro de Saigón para protestar por la represión que el Gobierno de Ngo Din Diem desarrollaba contra la religión budista. La librera considera que ése es el camino y propone a su marido que se dé candela en lo alto del acueducto. Atascado en ese gran momento, Berlanga llamó a Rafael Azcona, que encontró una solución brillante. La buena señora cruza con decisión la plaza hacia el lugar del sacrificio con una tea encendida en la mano. Detrás, el resignado consorte arrastraba dos latas de gasolina mientras mascullaba: «¡Que no puede ser, María, que ya verás como volvemos a hacer el ridículo!».
El lehendakari convocó ayer a los medios para explicar su reacción tras el varapalo que el Tribunal Constitucional acababa de propinar a su proyecto de referéndum. ‘Ibarretxe I, el Minucioso’, no cumplirá la cita con las urnas que había escrito en su agenda, según aseguró a finales de octubre del pasado año. El hombre sabía el día y también la hora: el 25 de octubre próximo, a las nueve y media.
Era la tercera vez. La primera, a la que se subió en marcha, fue el pacto de Lizarra-Garazi, que cumplió ayer 10 años justos. La segunda, el llamado plan Ibarretxe, se estrelló contra el Congreso de los Diputados el 1 de febrero de 2005. El Constitucional acaba de tumbar su tercer intento con parecidas maneras a las que un crítico empleó con el autor que le pedía parecer sobre un guión suyo que le había remitido: «Sólo le veo dos problemas: las descripciones y los diálogos».
El TC ha fallado la inconstitucionalidad de la Ley de Consulta por la forma y por el fondo. La absurda tramitación parlamentaria en lectura única «vicia de inconstitucionalidad» la ley rechazada. La consulta es un referéndum que el lehendakari no tiene competencias para convocar. El sujeto de la soberanía nacional no es el pueblo vasco, sino el pueblo español (art. 1.2 de la CE), y no es que eso no pueda cambiar, pero para ello habría que reformar la Constitución por la vía que ella misma prevé para tal caso y no mediante una ley aprobada en un Parlamento autonómico.
Ibarretxe I, el Indomable, anuncia ahora su cuarto intento, sin que los tres fracasos anteriores le hayan llevado a sopesar siquiera la posibilidad de dimitir. Como Bill Murray en El día de la marmota, el lehendakari se levanta de la cama y vuelve al guión de Berlanga justo donde lo había dejado el día anterior. Una vez que ha hecho el ridículo, vuelve a intentarlo una vez más y empuña la tea mientras camina hacia Estrasburgo, seguido por el presidente del PNV, que rezonga: «Que no, Juanjo, que vamos a volver a hacer el ridículo».
Alguien de su partido debería decirle de una vez que la antorcha que empuña está apagada. Algún socialista debería decirle a Zapatero que algún día, quizá para la sexta intentona de Ibarretxe, tendría que hacer acuse de recibo a su socio preferente, que todos estamos haciendo el ridículo.
Santiago González, EL MUNDO, 13/9/2008