Antonio Rivera-El Correo

  •  Es el territorio en el que peor se percibe la gestión del Gobierno vasco, especialmente en Sanidad y Educación

En un país tan autocomplaciente como el nuestro, se destaca la mirada crítica que manifiestan los alaveses encuestados. Los territorios del norte muestran niveles de aceptación de sonrojo, pero en el sur se señala que la Sanidad va francamente mal y la Educación deficientemente. ¿Nos ha tratado peor el Gobierno vasco? Posiblemente no, aunque algo hay. La encuesta refleja una adhesión del votante a su partido tradicional casi sectaria, de manera que lo que asocia a su marca recibe todas sus bendiciones (y al revés). De ese modo está lastrada por el espíritu cafetero (de hincha) del vasco que la responde.

La autocomplacencia local, sobre todo entre nacionalistas, es el sesgo tradicional que deforma estas consultas (y las de verdad, las elecciones). Cuanto menos nacionalismo, menos autocomplacencia. Un poquito más de presencia de los apocalípticos (PP) en Álava que en otros territorios también afea los resultados (incluso peores para ellos en Educación o Seguridad que en Sanidad). A lo estructural hay que sumar lo específico, referido sobre todo a la situación de Osakidetza en la provincia: rescoldos de la discutida unificación hospitalaria en la capital, cierre de urgencias en Santiago y del PAC de San Martín, situaciones puntuales en Ayala y Rioja Alavesa, además de las penurias comunes que afectan a la envejecida joya de la gestión autonómica. También en Álava se lleva peor la crispación social del momento y se es menos partidario de la amnistía para los secesionistas catalanes, una medida que no parece encantar tanto como se supone a la base electoral jeltzale. Y hasta el Gobierno de Pedro Sánchez se puntúa peor que en Bizkaia y Gipuzkoa.

El votante alavés es el más reacio a amnistiar al secesionismo catalán

Sin embargo, aquí también, la alternativa ante semejante situación parece ser la de más nacionalismo, y Bildu mejora sus resultados todavía más que en otros territorios, en proporción similar a la que los empeora el PNV. El resto del mundo sigue más o menos igual, con ligeros incrementos para socialistas y populares, y la consiguiente confusión anidada en Sumar-Podemos. Ni siquiera la prometida menor abstención (diez puntos) corrige esas tendencias; antes bien, las refuerza. El menor nacionalismo relativo de la provincia le hace preferir una alianza roja antes que otra nacionalista, y más la actual que esa, yendo de nuevo al revés de los del norte. El partido se dilucida entre nacionalistas, intercambiando liderazgos, porque su suma conjunta no prospera, pero a distancia de los no nacionalistas, cada vez más periféricos en el panorama político local.

Una sociedad todavía rica y satisfecha, con un nivel insólito de aceptación de su Gobierno, asiste a una inversión de partidos principales en el Ejecutivo y en la oposición digna de un momento de hartazgo y hastío. Una condición que parece afectar especialmente a los alaveses, más críticos con lo que tienen, pero que responden al acertijo de manera similar a sus vecinos. Quizás se trate solo de un refresco de nombres y hábitos en un mismo bloque ideológicamente dominante, más justificado por relevos generacionales y culturales, y por su disputa particular por el poder, que por un cambio ideológico en la sociedad vasca que ni siquiera se imagina.