El calendario errático de la memoria

Los asesinados por ETA tenían derecho a un funeral oficiado por el párroco de su jurisdicción espiritual, pero no a mantener viva su memoria encargando misas en los aniversarios. Las efemérides eran en fosa común. Pasaba al olvido de gentes que, paradójicamente, recuerdan ahora detalles de la infame matanza que tuvo lugar hace 70 años.

Hoy, al ver en la portada de la edición on line del diario Público el titular aquí reproducido [«Ni un rezo por el rojo fusilado. Cómo la Iglesia denigró a un alcalde fusilado en el 39»], me ha venido a la memoria un hecho muy reciente. Ayer se conmemoró en San Sebastián el X aniversario del asesinato de José Luis López de Lacalle, en un acto organizado por la Fundación que lleva su nombre y por el periódico en el que escribió sus artículos durante los últimos años de su vida.

José Luis López de Lacalle fue una de las 858 víctimas del terrorismo etarra. No fue una víctima como las demás para la iglesia vasca. Por razones que no conozco, aunque presumo, él sí tuvo derecho a un funeral oficiado por el pastor supremo de la diócesis: el obispo Uriarte. No era esto algo que mereciera el común de las víctimas. Ya el antecessor de Uriarte, monseñor Setién, replicó irritado a las populares María San Gil y Mª José Usandizaga: «¿Dónde está escrito que un padre tenga que querer por igual a todos sus hijos?»

Los asesinados por ETA tenían derecho a un funeral oficiado por el párroco a cuya jurisdicción espiritual perteneciera la víctima, pero no había posibilidad de mantener viva su memoria encargando misas específicas en los aniversarios. Las efemérides eran en fosa común. El caso pasaba al olvido de gentes que, paradójicamente, recuerdan ahora de manera muy precisa detalles de la infame matanza que tuvo lugar hace 70 años. No todos los detalles ciertamente.

Uno de los grandes errores de ETA fue empezar a asesinar habitualmente a personas a las que después se enterraba en Euskadi y cuyos familiares se quedaban en la tierra. José Luis era uno de ellos. Él era de aquí y su familia era de aquí y sus amigos eran de aquí y había luchado por las libertades de aquí. Aunque no tan de aquí como sus asesinos, a juzgar por el responso del obispo Uriarte, que aprovechó el lance para sumarse a las reivindicaciones de sus victimarios y pedir el acercamiento de los terroristas presos a esta bendita tierra en cuyo nombre matan.

«De la iglesia, las plegarias/ y del arte, las canciones», decía un viejo poema épico. El del obispo fue el tercer insulto que en aquellos días recibieron los restos de José Luis López de Lacalle. El primer salivazo fue de los cómplices de los mismos asesinos, que embadurnaron aquel mismo domingo las calles de Andoain con la pintada «Lacalle, jódete asesino». El segundo, del portavoz Otegi que exponía desapasionada y fríamente las razones de los sicarios:

«ETA pone sobre la mesa el papel que, a su juicio, los medios están planteando: una estrategia informativa de manipulación y de guerra en en conflicto entre Euskal Herria y el Estado».

No hay dos sin tres, ya se sabe. Todos estos son detalles que nunca han llevado a sus portadas los diarios que hacen bandera de la memoria histórica. Caben dos explicaciones. La primera es que el mundo moderno requiere especialización. A ningún historiador medievalista debería reprochársele que no conozca al detalle el siglo XIX, la guerras carlistas o la Restauración. Cuando uno se especialista en cunetas, no puede saberlo todo sobre el coche-bomba o el tiro a un hombre que vuelve a casa con los periódicos del día.

No importa que esto fuera mucho más reciente. La precisión de los recuerdos en relación directa con el tiempo transcurrido desde los hechos es un síntoma del mal de Alzheimer. Es una enfermedad, no una perversión.

Nota.-Si algún amable lector sacara la impresión de que este comentario es una exculpación de aquel miserable y anónimo cura de Cuevas de Almazora que justificó el fusilamiento del alcalde Martín Márquez a posteriori, es porque ha hecho una lectura estúpida del post. Debería leerlo de nuevo hasta su cabal comprensión.

Santiago González en su blog, 9/5/2010