El «califato» atenta contra Occidente para que envíe soldados a Siria

ABC por MIKEL AYESTARAN – 29/11/15

· Cómo recluta, se financia y lucha el yihadismo para cumplir la profecía de Mahoma, que anunció una batalla final contra el infiel en Dabiq, cerca de Alepo.

Bombardeos masivos, portaaviones en las costas de Siria, despliegue de fuerzas especiales de Estados Unidos… el grupo yihadista Estado Islámico (EI) trabaja con todos los medios a su alcance desde el «califato» para que se cumpla una profecía de hace 1.300 años en la que Mahoma anunció una gran batalla en Dabiq, ciudad del norte de Siria, en la que un ejército musulmán se enfrentará a una «horda de infieles» en una batalla que será el «malahim» (equivalente al Armagedón, en árabe).

La traducción moderna de la profecía es el deseo de los yihadistas de que Occidente retire la línea roja que supone el envío de tropas y repita una operación a gran escala como las de Afganistán o Irak. En noviembre el califa Ibrahim, veterano de las guerras santas afgana e iraquí, adelantó que los bombardeos aéreos serían «un plan fallido» y vaticinó que «pronto los judíos y cruzados se verán forzados a bajar al suelo y enviar sus fuerzas de tierra a su muerte y destrucción, con el permiso de Alá», recuerda el analista Gwynne Dyer en su libro «Que no cunda el pánico. Respuestas al terrorismo de Estado Islámico». Dyer pide que «no les demos lo que quieren. No enviemos tropas de tierra estadounidenses a combatir en Irak, y ni se nos ocurra pensar en enviarlas a Siria».

En poco más de un año EI ha logrado superar a Al Qaida como principal amenaza yihadista.

Además de consolidar sus fronteras se ha erigido en amenaza global tras derribar un avión ruso en el Sinaí y atentar de forma coordinada contra una sala de conciertos y varios restaurantes en París. Sin perder nunca el «malahim» como gran objetivo, el grupo ha tratado de levantar un sistema de gobierno de acuerdo a la sharía (ley islámica) para gestionar el día a día de los millones de ciudadanos que viven en su territorio.

El sistema que rige el «califato» es similar al de los talibanes en el Afganistán anterior a 2001, un wahabismo de un radical rigorismo suní y ferozmente antichií (secta minoritaria del islam), pero el día a día es un auténtico agujero negro informativo. «Nuestra ignorancia es comprensible porque es un reino hermético, porque pocos de los que han ido han logrado regresar y el califa solo ha hablado una vez antes las cámaras», recuerda Graeme Wood, experto en relaciones internacionales, en su artículo «¿Qué quiere realmente el ISIS?» publicado en marzo en «The Atlantic». Wood tiene muy claro que «no estamos ante una simple colección de psicópatas. Es un grupo religioso que atiende de forma cuidadosa a sus creencias y entre ellas, la más importante, es que se consideran un actor clave para la llegada del apocalipsis».

Fernando Reinares, investigador principal de Terrorismo Internacional en el Real Instituto Elcano, considera que «este énfasis en lo apocalíptico tiene consecuencias tanto en la estrategia como en la aplicación de la violencia. Los militantes del denominado EI practican una violencia de signo sacrificial y están convencidos de tomar parte en un iniciativa conjunta de redención, aspectos de su implicación yihadista que no estaban presentes, o al menos con la misma intensidad, en el caso de Al Qaida. A su vez, esa violencia tan a menudo expresiva a la vez que brutal es percibida por otros posibles adeptos como exitosa y empoderadora, lo que estimula la radicalización y el reclutamiento».

La propaganda

La propaganda de EI, normalmente vídeos de gran calidad técnica sobre matanzas sectarias y ejecuciones de colaboradores o de extranjeros difundida a través de las redes, y las filtraciones de los servicios de inteligencia son las fuentes principales de la información que aparece en los medios. A esto hay que sumar el testimonio de los civiles que huyen, aunque el miedo por los familiares que han dejado allí les impide muchas veces hablar, y de activistas como los del grupo «Raqqa está siendo masacrado de forma silenciosa», que tratan de documentar el día a día en el bastión sirio del califato. Gracias a este grupo conocemos que EI «ha instalado centros de captación para los más jóvenes en las antiguas iglesias –hoy pintadas de negro, color de la bandera de la yihad– y en tiendas de campaña para lavar el cerebro a los niños».

Financiación

E mantiene su gobierno a gracias al dinero que obtiene del cobro de impuestos, secuestros, extorsión, excavaciones arqueológicas ilegales, saqueos, donaciones personales desde el Golfo… y petróleo. Después de más de un año de inoperancia, la comunidad internacional quiere ahogar a EI y el contrabando de petróleo es una de sus principales vías de financiación. Expertos en energía elevaban recientemente a 40.000 el número de barriles que podría colocar diariamente en el mercado negro a través de las rutas de la montaña y el desierto con dirección a Siria, Kurdistán iraquí y Turquía.

Desde el establecimiento del «califato» el grupo controla seis de los diez campos petrolíferos de Siria, incluida la gran planta de Omar, y cuatro pequeños campos en el lado iraquí de la frontera, entre ellos Ajeel y Hamreen. Aunque se han intensificado los ataques y dañado las plantas, los yihadistas se las han ingeniado para realizar la extracción por métodos caseros.

Campo de batalla

La alianza que lidera EE.UU., con Francia como socio más activo tras los ataques en París, y Rusia lideran desde mar y aire una campaña internacional marcada por la ausencia de tropas sobre el terreno. Expertos y políticos coinciden en que sólo por aire y sólo por la vía militar no se podrá acabar con este enemigo. La comunidad internacional cuenta con las milicias kurdas y chiíes como principales aliados sobre el terreno, a los que se podría añadir al Ejército de Siria, que hasta el momento solo coopera con Moscú.

Se desconoce el número de combatientes al que se enfrentan, la cifras que ofrecen agencias como la CIA van de los 20.000 a los 32.000 hombres, entre ellos al menos 3.000 extranjeros, mucho de ellos llegados desde Europa. El grueso de este mini ejército lo forman exsoldados del antiguo Ejército de Irak, desmantelado por Estados Unidos en 2003, y de Siria. EI cuenta con armamento ligero y pesado y vehículos blindados que incorporaron a su arsenal tras la huida de miles de soldados iraquíes de sus bases en ciudades como Mosul, Tikrit, Faluya o Ramadi… se trata de material moderno comprado a Estados Unidos.

El grupo «Raqqa está siendo masacrada de forma silenciosa» afirma que EI ofrece a los sirios la oportunidad de empuñar las armas o trabajar en la nueva administración por sueldos que van de los 300 a los 600 dólares (de 235 a 470 euros al cambio), una cantidad superior a lo que cobra un funcionario medio del régimen.

Después de un primer año de operaciones aéreas centradas sobre todo en el lado iraquí del «califato», en las últimas semanas las potencias inmersas en la «guerra contra el terrorismo» se centran en Siria. «Se trata de una decisión coyuntural. El bastión principal yihadista está en Irak y se sigue golpeando allí, pero al intensificar la ofensiva en Siria se equilibra la campaña», opina Joseph Bahout, investigador asociado al think tank Carnegie Endowment for International Peace. El «califato» no conoce fronteras en su carrera hacia el apocalipsis, la guerra para acabar con él tampoco debería hacer distinciones.

ABC por MIKEL AYESTARAN – 29/11/15