Kepa Aulestia-El Correo
- Si el paso dado fuese una jugada más de resistencia, querría decir que Sánchez habría perdido una porción crítica de sentido de la realidad
Los cinco días de reflexión que el presidente Sánchez se ha tomado para decidir sobre si le «merece la pena» continuar al frente del Gobierno hacen que la gente se debata entre creer que su anuncio responde a un impulso personal por estar atravesando una situación insoportable, o pensar que se trata de una jugada con la que el líder socialista trataría de ganar espacio, tiempo, y sobre todo confirmar lealtades. Una apuesta que afortunadamente no disparará la ludopatía en el país, pero que se convierte en una nueva divisoria. Por un lado, los incondicionales de Sánchez necesitados de confiar en que se trate de un pronto íntimo, que lleve finalmente al presidente a la decisión de continuar en la Moncloa. Por el otro sus adversarios deseando lo contrario, pero esperando que Pedro Sánchez acabe confirmando que todo era una pose narcisista.
Si el paso dado fuese una jugada más de resistencia, querría decir que Sánchez habría perdido una porción crítica de sentido de la realidad. Puesto que el lunes no se encontrará con más piezas en sus manos ni con más movimientos ejecutables sobre el tablero de los que tenía a su disposición hasta la tarde del miércoles. Si acaso con miles y miles de muestras de cariño, de comprensión, de complicidad, que pudieran consolarle y reconfortarle. Pero en estos días perderá solidez, prestancia, seguridad. Con los aliados clamando contra la derecha y la ultraderecha, pero mirándole ya de otra manera. Sin que se sepa cuántos socialistas y de qué modo tendrían que movilizarse para que, a la vuelta del fin de semana, Sánchez opte por seguir donde está. Como si, en el fondo, no hubiese pasado nada.
La empatía de los socios -Sumar, Podemos, Junts, ERC, PNV, EH Bildu, BNG- hacia quien, en palabras de José Luís Rodríguez Zapatero, ha sido objeto de la «insidia», en ningún caso les llevaría a depositar su confianza en Sánchez sin nada nuevo a cambio. Se someta a la Cuestión, o la evite anunciando el lunes que vuelve a su actividad ordinaria para seguir, por ejemplo, tratando de que el mundo reconozca a Palestina como Estado. Tampoco para que esos socios afrontaran una eventual retirada definitiva del hoy presidente concediendo a su sucesora o sucesor socialista una investidura sin negociación previa.
El retiro de Sánchez es un callejón del que ni él ni los suyos podrán salir indemnes fácilmente. Ni siquiera si la denuncia presentada por Manos Limpias contra Begoña Gómez es archivada -altamente improbable- antes de que el presidente se decida; viéndose así liberado del compromiso adquirido con su carta. El callejón conduce a una dimisión ineludible que, al personalizarse tanto, adquiriría connotaciones de despecho. Es justo que hasta quien encarna tan alta magistratura apele a su condición humana y a la de sus próximos para denunciar que la inquina partidaria colonice la vida pública hasta pretender deshumanizar al adversario. Pero, sea cual sea el final que depare la dramatización de Sánchez, el episodio dejará un rastro complicado de reciclar en términos democráticos.