El calor de la corbata

¿Recuerdan aquellos viejos tiempos, elecciones generales de 1989, en los que Alfonso Guerra llamaba al voto a sus descamisados? Casi 20 años después, el grito peronista se ha resuelto en el descorbatamiento de Miguel Sebastián. La socialdemocracia siempre ha sido gradualista y muy prudente en la búsqueda de su programa máximo.

La corbata era una convención arraigada en los actos solemnes de la liturgia democrática. Durante las consultas reales a los dirigentes de los partidos que habían obtenido representación en las elecciones de 1993, uno de los llamados fue el extinto Jon Idigoras, portavoz que fue de Herri Batasuna. La visita dejó una imagen imborrable en los medios de comunicación. El viejo novillero se bajó del coche y, antes de entrar en La Zarzuela, se llevó la mano al bolsillo de la chaqueta y sacó una corbata que se puso con resignación, como un dogal, ante fotógrafos y cámaras de televisión.

Vivir para ver. Quince años después, el ministro de Industria proporcionó una imagen insólita en el banco azul, mientras los grupos parlamentarios daban un repaso a Zapatero a propósito de la crisis que él todavía no llega a imaginarse. Era la primera vez que un ministro asistía tan casual a un Pleno de la Cámara. Bono le regaló una corbata con leoncitos del Congreso que él agradeció, pero que no se puso.

No fue un capricho indumentario, sino un gesto. El Consejo de Ministros y Ministras aprobó el 6 de julio de 2007 un decreto que, con el objetivo de ahorrar energía y adaptarse al Protocolo de Kioto para luchar contra el cambio climático, establecía un tope mínimo de 24 grados en la regulación del aire acondicionado en todos los edificios de la Administración del Estado.

El ministro quiso predicar con el ejemplo y centrar la atención del personal en el chocolate del loro, en vez de afrontar con rigor y seriedad un plan para ahorrar una parte sustancial de nuestro despilfarro energético. O abrir un debate sobre nuestra dependencia de un petróleo que no para de subir, mientras presumimos de virtuosos antinucleares y compramos kilovatios de procedencia inequívocamente nuclear que nos venden muy gustosos nuestros vecinos franceses, tal como ha recordado recientemente Felipe González.

Habría sido quizá más pedagógico que el ministro se hubiera despojado para la ocasión de la chaqueta, que siempre da más calor que la corbata, se mire como se mire. También más inconveniente (los resfriados), porque la temperatura en el Hemiciclo no pasa de los 19 grados los días de Pleno. Al parecer, la Presidencia del Congreso ha impartido instrucciones claras a los técnicos de mantenimiento, con el fin de contener dentro de los límites de lo razonable el funcionamiento de las ubérrimas glándulas sudoríparas de José Bono.

Es una razón. Ver al presidente del Congreso sudando la gota gorda mientras controla los tiempos a los portavoces y reconviene sus excesos a los hooligans, no es un espectáculo edificante. Podría sopesarse la posibilidad de que otro decreto del Gobierno autorice a los miembros del legislativo (las miembras, de suyo, sudan menos) un atuendo veraniego: guayabera y pantalones chinos, pongamos por caso. El inconveniente es que el Congreso recordaría al paisaje humano de la Asamblea Nacional del Poder Popular de Cuba; nos daría un aire tropical inconveniente para una joven democracia de la vieja Europa. La ventaja: que la importación de guayaberas para sus señorías estimularía el comercio exterior de un Gobierno amigo.

¿Recuerdan aquellos viejos tiempos, elecciones generales de 1989, en los que Alfonso Guerra llamaba al voto a sus descamisados? Casi 20 años después, el grito peronista se ha resuelto en el descorbatamiento de Miguel Sebastián. La socialdemocracia siempre ha sido gradualista y muy prudente en la búsqueda de su programa máximo.

Santiago González, EL MUNDO, 4/7/2008