Javier Zarzalejos-El Correo
El problema para el Gobierno será afrontar la normalidad. El lío ya no hará gracia
Si Alfredo Pérez Rubalcaba bautizó como «coalición Frankenstein» la que pretendía enhebrar Pedro Sánchez en otros tiempos y al final consiguió formar, ha sido Felipe González el que ha declarado que este Gobierno parece el camarote de los hermanos Marx. Es curioso el recurso al cine para caracterizar a la coalición gobernante. Son referencias de significado distinto, claro está, pero las películas tienen en común la excentricidad, la irrealidad, en buena medida el absurdo, en un caso como drama, en otro como farsa. La capacidad de Sánchez y sus ministros para la dispersión y la extravagancia pueden llegar a agotar todo un género cinematográfico y eso facilita mucho la evocación de estos y otros títulos.
Pocas descripciones tan acerbas y punzantes con los socialistas hoy en el poder como las de estos dirigentes históricos que interpretan la estrategia de Sánchez y su geometría de poder como una enmienda a la totalidad de la trayectoria del Partido Socialista que aquellos dirigieron. Existe una evidente quiebra en la cultura política del PSOE, que tiene su origen en el acercamiento de los socialistas a las tesis radicales que impugnan y deslegitiman la Transición y lo que llaman «el régimen del 78». La digresión del ministro de Justicia en sede parlamentaria sobre una supuesta «crisis constituyente» en la que estaríamos instalados y el consiguiente «debate constituyente» al que está abocado el país resulta, en estas circunstancias, algo más que un indicio de por dónde va la reflexión de la izquierda.
El ruido de fondo de esta «crisis constituyente» es sólo uno de los factores de esa realidad incierta y líquida en la que Sánchez gobierna. Lo que ocurre es que ese parece ser el entorno en el que Sánchez convierte sus graves carencias como gobernante en sus principales ventajas.
En un ambiente de incertidumbre y liquidez en el que se disuelven las referencias institucionales y políticas que deben enmarcar la acción de gobierno, prevalece la estrategia de poder de Sánchez. A la crisis política que España arrastraba se ha añadido la crisis económica y social producida por la pandemia. Las reglas, muchas reglas, han saltado por los aires y mientras que en una situación de normalidad un gobernante como Pedro Sánchez y su «coalición Frankenstein» carecerían de viabilidad y serían impensables, en las actuales circunstancias, el Gobierno parece desenvolverse con holgura.
En la política interna, la vida institucional apenas existe, desplazada por el Gobierno por decreto y las inercias de un insólito estado de alarma que ha atribuido poderes excepcionales al Ejecutivo durante más de tres meses. En el ámbito europeo, por el momento, todo lo que solía ser disciplina se ha vuelto anomia y barra libre para el déficit, la deuda y las ayudas de Estado. Esta es la atmosfera que necesita el Gobierno para respirar. Sin reglas, el Gobierno puede convertir la comunicación en propaganda, y hacer invisibles a 17.000 fallecidos en sus cuentas, mentir al Parlamento sobre el cese de un alto mando de la Guardia Civil, acusar a la oposición de estar preparando un golpe de Estado, pactar con Bildu la regulación laboral.
En ese entorno, el Gobierno puede elegir en las ruedas de prensa de su presidente qué medios y qué preguntas se hacen, inventarse informes de universidades americanas y decidir el apagón del portal de transparencia. No hay que subestimar las capacidades de Sánchez. Tiene mucho mérito que en la misma sesión en la que el PP apoya el ingreso mínimo vital, el presidente acuse a Casado de querer «derrocar» al Gobierno después de que el PP haya apoyado la declaración del estado de alarma y sus tres primeras prórrogas. Es un logro de Sánchez -con amplias complicidades mediáticas, es cierto- que un Gobierno tan poco balsámico como éste lance sobre la oposición la acusación de crispar y que invoque su identidad «progresista» o el interés general suprapartidista según toque exhibir radicalidad izquierdista o asegurar la geometría variable.
Parece claro que la crisis económica, cuya dimensión está todavía por calibrar, ha quebrado el proyecto inicial del Gobierno PSOE-Podemos. Ahora bien, en tanto el paro siga embalsado por los ERTE, la recesión no se encuentre retratada en cifras y la Unión Europea mantenga abierta la barra libre, el Gobierno seguirá manteniendo las condiciones ambientales que necesita para permanecer en su realidad paralela. El problema para el Gobierno será afrontar la normalidad, con o sin adjetivos, a medida que vaya caducando la excepcionalidad, la recesión se convierta en la rutina del país y las tensiones territoriales recuperen el aprovechamiento oportunista de los problemas. Y entonces el lío del camarote no hará tanta gracia.