Ignacio Camacho-ABC

  • En Andalucía se está incubando un corrimiento sociológico de tierras hacia un templado liberalismo de clases medias

Dos años hace que el PSOE perdió el latifundio andaluz y no se ha roto nada. La única catástrofe sobrevenida, la de la pandemia, no figuraba entre las profecías apocalípticas con que la izquierda saludó al nuevo Gobierno. Colegios, hospitales y servicios de bienestar social siguen abiertos, la Administración autonómica paga puntualmente las nóminas y en las calles no se han producido episodios turbulentos. Incluso, para desesperación de Vox, el aliado externo que encarnaba los demonios del machismo y de la xenofobia, permanecen los observatorios de género y nadie ha cerrado los centros de acogida a inmigrantes extranjeros. La Junta ha sacado adelante dos presupuestos. Susana Díaz lidera la oposición sin sacudirse una patente desorientación ante el inesperado afianzamiento de la imagen institucional de Juanma Moreno. La principal crítica que merece la coalición de centro-derecha es que el «cambio» prometido discurre lento, pero el Covid le ofrece una coartada razonable ante la persistencia del desempleo y otros problemas endémicos. Su éxito consiste en haber disipado el miedo, en la naturalidad con que la población ha asumido el relevo tras décadas de monocultivo de un poder que parecía eterno.

Pablo Casado dijo ayer algo que ni siquiera ha dicho del Madrid de Ayuso: que Andalucía es su modelo de gobierno estable, regeneracionista y moderado. En consonancia, Juan Marín, el vicepresidente y líder regional de Ciudadanos, se declaró abierto a una candidatura electoral que refleje el pacto. Lo dijo ante Albert Rivera porque Arrimadas prefirió no acudir al aniversario; en el partido naranja hay grietas visibles y algunos sectores comienzan a defender su propio espacio. A diferencia de otros correligionarios, Marín ha impregnado la alianza con el PP de un bálsamo apacible y pragmático. Y sabiendo que Vox lo rebasa en las encuestas barrunta la forma de contrarrestarlo mediante la integración en un bloque más amplio.

Lo cierto es que los sondeos apuntan a otra mayoría de las derechas. Díaz no tiene asegurada la cabecera socialista porque Sánchez no acaba de verla como una de los suyos y recela de su aparente acatamiento de la autoridad interna. En varios estudios de opinión, los populares ya marchan en cabeza, posición que sólo habían alcanzado en el último intento de Javier Arenas. En las placas tectónicas de la sociología andaluza se está incubando un corrimiento de tierras hacia las fuerzas liberales que representan a las clases medias. Es pronto para extraer consecuencias: al proyecto le falta firmeza y se puede tambalear si el virus no da tregua. Pero Moreno suscita poco rechazo, el PSOE carece de recursos clientelares y sus votantes titubean ante los acuerdos con el independentismo catalán y demás parentela. Un panorama que acaso no soñaba aquel candidato desahuciado por Génova cuando logró colarse en San Telmo a través de la gatera.