Ignacio Camacho-ABC
- Una de las claves de la victoria de Feijóo consiste en que ha dirigido su estrategia sin permitir injerencias
Hace algunos meses, Aznar recomendó en público a Pablo Casado que actuase como si Vox no existiera. Es exactamente lo que ha hecho Núñez Feijóo por su cuenta, pero desde el poder, que siempre otorga la ventaja del papel de referencia. En la oposición se hace más dura la tarea porque muchos votantes conservadores, incluso liberales, se irritan ante la sobreactuación ideológica del Ejecutivo de izquierdas y reclaman respuestas de mayor dureza que las que aconsejaría la estrategia. Ése es el gran dilema del PP cuando no gobierna: defender su propio discurso o adoptar fórmulas ajenas, fijar su rumbo contra viento y marea o ceder a la presión de sus múltiples sectores de influencia externa. Una de las claves de las victorias de Feijóo consiste en que ha sido él quien ha marcado sus líneas maestras sin permitir nunca injerencias, ni siquiera de la calle Génova. Quizá por eso no se atrevió, cuando pudo, a dar el paso de salir de la esfera gallega.
De ahí que el triunfo del domingo resplandezca como exclusivamente suyo mientras a Casado le encaloman el severo revés del País Vasco. En buena medida es así; ni él ni el candidato Iturgaiz han sabido acertar con el tono adecuado. Lo que no está tan claro es que sea un error la alianza con Ciudadanos… siempre que ambos partidos sepan elegir el escenario. En la comunidad vasca estaba condenada al fracaso porque sin la amenaza de ETA el nacionalismo, sobre todo si adopta un perfil moderado, se expande hacia el centro-derecha y ocupa parte de su espacio, y porque las coaliciones tienen escaso sentido en autonomías con pocas provincias y muchos escaños, donde el mecanismo de reparto es más proporcional que mayoritario. A escala nacional, en cambio, las listas comunes permitirían salvar el embudo de las numerosas circunscripciones de menor tamaño y arañar suficientes diputados para incluso disputar el primer puesto al PSOE en según qué casos. En la próxima etapa electoral, que es Cataluña, quizá les convendría acudir por separado en vez de quemar unidad constitucionalista con otro previsible descalabro. El sistema electoral siempre castiga a quienes se empeñan en ignorarlo.
El camino que enseña la Galicia de Feijóo es el de la combinación de moderantismo y eficacia. La segunda sólo se puede conseguir desde el Gobierno, que es el que marca la pauta, pero el primero es cuestión de temple y de autoconfianza. Las encuestas de la post-pandemia y los comicios del 12-J demuestran que en momentos de zozobra y de crisis el electorado vuelve la mirada a las grandes «marcas», a las fuerzas de tradición sólida y pragmática. El exceso de ruido, la sobreactuación o las actitudes arriscadas acabarán perdiendo fondo en una legislatura probablemente larga. El liderazgo tiene que ofrecer seguridad prescriptiva, programa solvente y dirección clara. Eso no garantiza ganar pero peor es perder con armas prestadas.