Miquel Giménez-Vozpópuli
  • No sé ustedes, pero este desastre que vivimos me agota de una manera abrumadora, total, insoportable

El escritor irlandés Oliver Goldsmith – lean, si les apetece, su obra “El vicario de Wakefield” que es una pura delicia – dijo que nada le cansaba más que el estar cuerdo. Tenía razón, incluso demasiada. Buscar la lógica de las cosas, que no otra cosa es la cordura, es infinitamente más fatigoso que entregarse a la quimera, que no precisa de mayor justificación que la locura de quien la predica. Quizá por eso los catalanes exhibimos hace algunos años esa cara apagada, ahíta de tanta retórica de primero de vendedor de crecepelo. Esta ha sido la gran novedad del el procés. Mi terruño siempre se caracterizó por un pragmatismo a machamartillo, incluso, si me lo permiten, diría que atroz.

El libro de caja, el debe y el haber, los asientos, los duros, el Senyor Esteve, el Viudo Rius y la frase tan socorrida como precisa en materia de negocio Tants caps, tants barrets, tantas cabezas, tantos sombreros, aunque al traducirla creo que pierde parte de su gracia, porque a las casas de lenocinio aquí las llamamos cases de barrets, casas de sombreros. El paralelismo irónico se difumina como tantas otras cosas cuando de contraponer lenguas se trata.

Lo malo es que esa apatía que exhibe en Cataluña cualquiera que vea algún que otro informativo se ha traspasado al resto de España. Todos parecemos ya más o menos cansados, todos parecemos trabajar en una mina, todos queremos exhibir aquellas sonrisas de hace solo pocos años. Pero es imposible. No podemos. La pandemia vírica y el confinamiento carcelario al que fuimos sometidos, sumado al coste de vidas que a todos nos ha tocado de una manera u otra, son en buena parte responsables de ese agotamiento social, no lo dudo. También el tremendo mazazo que supuso para las economías familiares, pequeñas, las que sustentan de verdad a la sociedad y de las que nadie se ocupa jamás.

Todos parecemos ya más o menos cansados, todos parecemos trabajar en una mina, todos queremos exhibir aquellas sonrisas de hace solo pocos años. Pero es imposible. No podemos

Damos millones y millones a fondo perdido para que una multinacional mercenaria que hoy está aquí y mañana estará allá se quede un poquito más en nuestro territorio, pero somos incapaces de subvencionar o, siquiera, condonar los impuestos a quienes no facturan ni para poderlos pagar. Cualquier otro país estaría ardiendo por los cuatro costados ante el sin Dios que vivimos, con un gobierno empeñado en desobedecer la ley y a sus garantes, con un gobierno que favorece a la delincuencia política, golpista, terrorista, social, un gobierno que lo que pretende es derrocar a la Corona, abolir la constitución, desmembrar a España y encarcelar a cualquiera que se oponga a sus designios. ¿Les parece exagerado? Pues es lo que hicieron los Largo Caballero de turno, esos dirigentes que Sánchez alaba en público.

¡Ay de aquel letraherido que no contemporice y sepa dorar la píldora! No es de extrañar, pues, el cansancio, la hartura, el aburrimiento de la gente, de todos nosotros

Eso han hecho todos los regímenes comunistas habidos y por haber y creo recordar que en el gobierno de la nación hay comunistas. Eso hacen los dictadores, máxime cuando van a la desesperada como es el caso de España. Decir todo esto le convierte a uno, automáticamente, no tan solo en un peligroso fascista sino también en un paria, en un marginado social y profesionalmente hablando. ¡Ay de aquel letraherido que no contemporice y sepa dorar la píldora! No es de extrañar, pues, el cansancio, la hartura, el aburrimiento de la gente, de todos nosotros.

Por eso, servidor experimenta el cansancio que tiene un español nacido en Cataluña. Llevo muchos años aguantando en el parlamento catalán y en la generalidad las mismas consignas que ahora resuenan en el Senado y en el Congreso, en Moncloa y en sus ruedas de prensa, en labios de Sánchez, Batet o Bolaños. Me pillan cansado por querer ejercer mi cordura ante tanto orate como me ha tocado padecer. Efectivamente, nada cansa más que ser cuerdo, máxime cuando vives en un manicomio.