IGNACIO CAMACHO-ABC

  • Sánchez está arrastrando al PSOE a un naufragio político sin que en el partido haya nadie capaz de disuadirlo

Hasta nueve barcos, todos con graves daños en sus encuentros con Moby Dick, se cruzan con el Pequod como advertencias del destino sin que el capitán del ballenero haga caso de las señales de peligro. Melville dibuja a su personaje como un hombre poseído por un trastorno obsesivo, un líder autoritario que conduce a la tripulación al desastre y se convierte él mismo en víctima de su propio delirio. Sánchez parece un nuevo Ahab cuando desdeña los seis fracasos consecutivos de una estrategia que lo arrastra a otro naufragio político, y al igual que el viejo marino se dirige al suicidio ante el estupor de un partido donde no hay nadie capaz de disuadirlo. Su empeño en seguir agitando el fantasma de la ultraderecha conduce directo a la derrota, como ha podido comprobar una vez tras otra. Simplemente no funciona. En Andalucía y en Madrid incluso ha proyectado al PP hacia unas mayorías históricas. Pero ahí sigue, encaramado en la proa y gritando a los suyos «por allí resopla» con la convicción de hallarse a punto de consumar una revancha histórica.

El PSOE salió de las elecciones del domingo hecho pedazos. La estructura orgánica ha entrado en colapso porque sólo el poder territorial mantenía en pie la cohesión de un aparato casi desmantelado. Los barones descabalgados rumian como pueden la sensación amarga del descalabro; han perdido la confianza en el liderazgo pero ninguno se atreve a cuestionarlo ni a formular una autocrítica en alto. Sólo ciertos exdirigentes sensatos se echan las manos a la cabeza con la lucidez de saberse fuera, apartados del fragor de la pelea, y se mueven con discreción tratando de crear una especie de célula de supervivencia, un esquema de transición para cuando el sanchismo se desvanezca. La pérdida de rumbo es tal que alguien ha considerado buena idea que el presidente y su ministra Teresa Ribera se hagan eco de la campaña alemana de boicot contra la fresa de Huelva. Una provincia donde el debate sobre Doñana se ha saldado con la pérdida de la diputación, viejo feudo de la izquierda.

Entre los cientos de asesores del Gobierno no parece haber ninguno con experiencia de éxito. Lo han fiado todo al caos de un escenario inédito, al efecto dispersivo o disuasorio que pueda tener una jornada electoral bajo el calor veraniego, a la posibilidad de asegurarse un ‘suelo’ movilizando el voto por correo. Han sacado de paseo el 11-M y el Prestige, como un eco de aquel dóberman en blanco y negro. El candidato se ha lanzado a una ofensiva populista a base de palos de ciego y lo mismo apela al voto del miedo que arremete contra los medios calcando el discurso antistema –trumpista– de Podemos. Se avecina una campaña brutal, espasmódica, desquiciada; un oleaje de juego sucio, trabado, feo en busca del enfrentamiento cuerpo a cuerpo. Spoiler: en ‘Moby Dick’ la aventura del arponero terminaba en el fondo del océano.