IGNACIO CAMACHO-ABC
- El debate ha apuntillado al sanchismo. No ya ante las urnas: ahora vuelve a estar en peligro el liderazgo del partido
Un ventajista sin ventaja es como un pistolero sin pistola, como un leñador sin hacha, como un pájaro sin alas, como un sofista sin premisas. Desprovisto de las prerrogativas reglamentarias que le concede el Parlamento, Sánchez se movió en el debate con la perplejidad de un carnicero en una pescadería. Desarraigado como una Kawasaki en un cuadro del Greco, que diría Sabina, incapaz de lograr que le funcionasen sus trucos de ilusionista. El comodín de Vox, el único que llevaba en la manga, resultó insuficiente para compensar su déficit de confianza y quedaron al descubierto todas las trampas argumentales de su táctica. Para colmo cometió el error inexplicable de sacar él mismo a relucir sus puntos más débiles, los asuntos que más lo desgastan: las mentiras, el Falcon, el ‘meme’ de Txapote, el propio antisanchismo como marco de campaña. Y todo eso en el marco de una actitud nerviosa, una agresividad faltona, una gestualidad descoyuntada de perdedor que se ha dejado la compostura en casa.
El resultado de un debate no lo miden los votantes que dan por ganador a su candidato favorito sino los que admiten, aunque sea en voz baja, que ha perdido. Y aunque la trompetería oficial buscaba pretextos justificativos, en las filas socialistas cunde un estado anímico entre la decepción y el pesimismo. Unos lo reconocerán y otros no pero todos saben que su líder salió del lance muy poco favorecido y que el rival, presunta víctima propiciatoria, lo sacó de quicio. El guión ensayado durante cuatro días era un desastre –¿dónde estaban los brujos autores de la supuesta estrategia de rescate?– y la puesta en escena acabó en masacre. El vídeo de su intervención podrá proyectarse sin sonido en las escuelas de debate como ejemplo de lenguaje no verbal que nunca debe practicarse. En la serie ‘El ala oeste de la Casa Blanca’, los asesores del presidente protagonista decían «dejad que Bartlett sea Bartlett», pero a Sánchez nunca le conviene ser de verdad Sánchez. Y lo fue al dejar traslucir los peores y más auténticos rasgos del personaje.
El lunes, Feijóo terminó de ganar las elecciones. Con aplomo, firmeza y humor cáustico zanjó cualquier duda y cortó en seco el repunte del adversario, cuyos aliados –Bildu y Esquerra, Aizpurúa y Rufián– aprovecharon ayer la ocasión para apuntillarlo incrementando las exigencias de un eventual respaldo. En el partido han vuelto a brillar algunos puñales que parecían enfundados. La única incógnita por despejar consiste en saber si la diferencia entre PP y PSOE superará los cuarenta escaños, y a Vox se le empiezan a escapar de las manos los ministerios que daba por descontados. Al dirigente popular sólo le queda un enemigo real: el verano. La posibilidad de que una parte de su electorado decida que un día de playa o de descanso vale más que otro mandato del sanchismo contra el que llevan despotricando cuatro años.