José Alejando Vara-Vozpópuli

  • Todas sus palabras parecen erratas; sus frases, un jeroglífico; sus discursos, un desatino. Es titular de Sanidad y es firme candidata a la defenestración

Acaba de llegar y ya está achicharradita. Carolina Darias aparece a la cabeza en todas las quinielas de los ministros defenestrables, esa morralla que Pedro Sánchez arrojará al mar a la vuelta del verano, cuando nos presente su nueva variante de gobierno bonito. La titular de Sanidad, que aterrizó de rebote en ese potro de tortura, tras la tocata y fuga de un Salvador Illa rumbo a las elecciones catalanas, ha logrado superar en un plis plas, el nivel de incompetencia, por otra parte, proverbial, de la gran mayoría de sus compañeros de Gabinete.

¿Y quién la puso ahí?, se preguntan en las altas esferas de su partido, pasmados ante la suprema incapacidad del personaje. Darias es una proba funcionaria, cuya trayectoria profesional deambuló tristemente por los meandros del PSOE de Canarias, hasta que alcanzó la cúspide de su trayectoria al ser designada presidenta del Parlamento regional. La cuota canaria la situó en el Ministerio de Política Territorial y Función Pública, donde se manejó con discreción y pulcritud, sin aspavientos, hasta que la CEOE sugirió su nombre para ocupar Sanidad. Ahí entró en vigor el principio de Peter y ahí dinamitó su nivel de incompetencia.

El idioma oficial en el Ejecutivo de Sánchez es la mentira. Lo demás -la inquina, la soberbia, la trampa, la estulticia, el exceso, la traición- son dialectos

No es un prodigio de oratoria ni una virtuosa de gestión. Bien podría decirse, sin temor a incurrir en la hipérbole, que es un consumado desastre. Todas su palabras parecen erratas; sus frases, un jeroglífico; sus discursos, un desatino. Su cabeza está tan vacía como el armario de un hotel, diría Tzara. Ni una luz la habita, ni una idea allí se encuentra. «El lugar más peligroso del mundo está entre Carolina y un micrófono», comentaba un veterano del departamento, parafraseando el célebre reproche sobre Giuliani. En ese delicado espacio puede ocurrir de todo, desde el disparate al patinazo, pasando por la insensatez o el desvarío. Y la mentira, naturalmente. Norma de la casa. La lengua oficial en el Ejecutivo de Sánchez es la mentira. Lo demás -la inquina, la soberbia, la estulticia, el exceso- son dialectos.

Sanidad es posiblemente el territorio donde más se ha engañado y con peores consecuencias. Allí oficiaban dos grandes especialistas en la materia. Fernando Simón y el mentado Illa. Dos virtuosos en el arte de esquivar la verdad y aferrarse el embuste. Nada les detenía, ni la angustia ni el llano. Ni siquiera el espectáculo atroz de la bahía de los muertos, entre las residencias y el Palacio de Huelo. Tipos despreciables, campeones de la infamia, consumaron la peor gestión mundial de la pandemia. Uno se fue al guano soberanista. El otro, por ahí sigue.

Un proyectil tóxico contra Ayuso

Darias, en pocos meses, ha logrado alcanzar ese nivel. Arrancó modosita, en la cofradía del silencio. Menudita, poca cosa, algunos confiaban en su discreción y su reserva. La espabilaron desde Moncloa. Raudo, la convirtieron en un proyectil tóxico contra Ayuso en la campaña del 4-M. Se despojó de su sayal de aséptica ministra, se olvidó de la salud de la gente y se lanzó furibunda a la yugular de la presidenta madrileña. Una arremetida incoherente y feroz. Cada día, un mensaje diferente. Cada minuto, una estrategia distinta. Un loquero.

De todo ha habido. El final del estado de alarma sin alternativas legales, las inútiles restricciones «de obligado cumplimiento», la manga ancha sin criterio, la implacable bofetada de los tribunales, el sopapo del referéndum popular sobre la segunda dosis de AstraZenaca, el cabreo permanente de los sanitarios, las movilizaciones de los MIR… Un rosario de errores graves junto a medidas confusas que describen una actuación muy próxima al cataclismo. Hasta que, como happy end de la disparatada performance, estalla el escándalo de la vacuna de la Selección Nacional de Fútbol. Hasta aquí hemos llegado. Todos los espejos de la culpa reflejan su imagen, que aún se muestra retadora y soberbia. Se acabó. Con el fútbol no se juega.

«Lo raro sería levantarnos un día y que Ayuso estuviera en algo de acuerdo», repite la ministra en sus comparecencias. Lo raro, y hasta lo inhóspito, sería que al levantarnos un día, Darías siguiera ahí.

En el peor Gobierno de la democracia, una indisimulada colección de mediocres y malvados, de necios enfáticos e indignos charlatanes, de oportunistas iletrados y haraganes sin escrúpulos, resulta que Carolina Darias se ha convertido en la pieza a cobrar, en el payaso de las bofetadas, en el pato de la boda y el chivo expiatorio de la inoperancia general.

«Lo raro sería levantarnos un día y que Ayuso estuviera en algo de acuerdo», repite la ministra en sus comparecencias. Lo raro será que al levantarnos un día, Darias siguiera ahí. En verdad, lo deseable es que se fueran todos. Los 22. Lo cantan los sondeos y los repican las encuestas. Darias ha cometido el peor de los errores. Estar en el peor sitio y en el peor momento. Desbordada de arrogancia, no escuchó consejos ni enmendó errores. La obstinación es la prueba más segura de la estupidez. Todos estos sanchistas se piensan inmortales.