El catalán que no quiso ser bávaro

ABC 26/09/13
EDURNE URIARTE

Ser catalán es como ser alemán de Baviera, es decir, español de Cataluña

Ocurrió la pasada primavera. Sebastian Vettel, el campeón alemán de automovilismo, contestaba en una rueda de prensa, cuando un periodista catalán de TV3 quiso preguntarle sobre la semifinal de la Champions entre el Bayern de Múnich y el Barça. Vettel pretendió bromear con el periodista con un «seguro que eres español…», ignorante completamente de que eso podía ser ofensivo. Y, en efecto, el periodista catalán se molestó y replicó con un «no, perdona, soy catalán». A lo que también respondió Vettel, esta vez con mucha sorna: «Sí, sí, es una gran diferencia. Es como ser alemán de Baviera».
Y, en efecto, ser catalán es como ser alemán de Baviera, es decir, español de Cataluña. Porque Alemania es, como España, un Estado federal, con la diferencia de que sus entidades descentralizadas se llaman Länder en lugar de comunidades autónomas. Pero con la diferencia también de que mientras los bávaros quieren ser alemanes, se sienten alemanes y son leales al Estado alemán, algunos catalanes, como el periodista de esta historia, no quieren ser españoles. Y, por eso mismo, lo último que quisieran es ser como los bávaros.
Por lo que a este periodista catalán «el federalismo como el de Alemania», que le cuenta el PSOE como solución a sus reivindicaciones le puede parecer tan ofensivo como la comparación de Vettel. ¿«Rebajar» Cataluña a una simple Baviera? ¿A una federación que no pretende separarse de Alemania, que cumple las leyes y que proclama su condición de alemana? Pues en eso consiste el «federalismo como el de Alemania», en ser alemán de Baviera.
Y aún cabe que el periodista catalán no se ofenda excesivamente si no sabe muy bien qué es eso del federalismo e imagina que implica, por ejemplo, el derecho de secesión de Cataluña. Confusión alentada por la izquierda y con la que hay que acabar de una vez por todas. Por lo que propongo que alguien haga una colecta para comprar y enviar un libro a cada uno de los miembros de la Ejecutiva socialista, por ejemplo, el magnífico «Los rostros del federalismo» (2012), del catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Santiago de Compostela, Roberto Blanco Valdés. Que añadan al libro cualquier texto clásico de Juan Linz sobre la cuestión y de esta forma, esperemos, no se atrevan a continuar con los engaños habituales sobre el federalismo.
Las lecturas servirán entre otras cosas para acabar con la manipulación de que la condición de federal vendría dada por determinado tipo de origen, las entidades separadas que se unen, cuando hay muy distintos tipos de Estados federales en el mundo, y tal condición no es definitoria del federalismo. Porque muchos estados federales, como el español, surgen de la descentralización de un Estado previamente existente. Y lo que distingue a algunos Estados federales como España, Canadá o Bélgica es el importante grado de asimetría en los poderes de sus federaciones. ¿Y cree el PSOE que parecerse a Alemania, es decir, acabar, por ejemplo, con esa asimetría, es la solución al independentismo?
La diferencia más importante entre unos Estados federales y otros está en otro lugar, lo definió Linz, entre Estados federales de nacionalidad única, por ejemplo, Alemania, y Estados federales multinacionales, por ejemplo, España. Y la solución a las tensiones provenientes de ello no está en nuevos diseños legales sino en la política, en la respuesta política dura a los dos enemigos del federalismo, los secesionistas y los centralistas. En lugar de alentarlos, a los primeros, como hace la izquierda española.