Luis Ventoso-ABC
- Mala idea que el PP se pelee en su cocina con lo que tiene España encima
Stefan Zweig explica que en el verano de 1914, en la semana previa al inicio de la catastrófica Primera Guerra Mundial, los cafés y jardines de Europa seguían abarrotados de personas felices, que disfrutaban de la vida con olímpica indiferencia ante lo que se les venía encima. Resulta muy duro confrontar los desafíos futuros. Es humano guarecerse en la evasión, como ocurre en España en este agosto: apuramos unos días de ocio resistiéndonos a mirar a lo que viene. En otoño las vidas de los españoles se verán centrifugadas por un temporal económico tremebundo. Tras el parche de los ERTE, los empresarios ajustarán sus plantillas conforme al desplome de la demanda que ha provocado la epidemia. El resultado será una ola de despidos, que dejará a muchísimos hogares tiritando. Este es el problema medular de España hoy: una crisis de caballo. El PP debería llevar ya tres meses convirtiendo la economía en el asunto principalísimo de su discurso, amén de haber buscado una figura referencial en esa materia clave, de la que hoy carece.
España padece una doble crisis, sanitaria y económica, que por desgracia su Gobierno ha gestionado con una torpeza lesiva (a veces casi inexplicable, como con la decisión de Sánchez de inhibirse cuando comenzó esta segunda ola de la epidemia). Ante unos datos económicos pavorosos y con los contagios desatados, todo el debate público y mediático debería estar centrado en evaluar al Ejecutivo. Pero llevamos quince días hablando del Rey Juan Carlos y ahora ha saltado un segundo asunto: el cayetanazo, las peleas en la cocina del PP.
Hace cinco siglos, el fundador de los jesuitas escribía su Quinta Regla: «En tiempo de desolación nunca hacer mudanza, mas estar firme y constante en los propósitos y determinación en que estabas en el día antecedente a tal desolación». Pero Casado, que estudió con los maristas, no ha seguido el consejo jesuítico. Ha desviado la atención de lo importante con un lío que si se mira con desapego atiende más a un mal rollito interno que a motivos trascendentales (pues el PP será más o menos el mismo con o sin Cayetana y Casado acabará siendo presidente siempre que no cometa graves errores, porque la debacle económica alejará a los votantes de la izquierda y llevará el balón a su bota).
Cayetana es una buena dialéctica, una persona inteligente y preparada y tiene dos ideas claras que el PP debería atender: la necesidad de confrontar a los nacionalismos y que el principal partido de centro-derecha ha de contar con neuronas para promover una alternativa filosófica al progresismo. Pero Cayetana es también una persona altiva, no muy leal a las siglas donde todavía está -tras su plantón a Rajoy alardeaba de que votaba a Rivera- y no empatiza con la mayoría silenciosa de electores (véase su batacazo en las generales de abril de 2019 como cabeza del PP en Cataluña, el partido cayó allí de seis escaños a uno y perdió 264.000 votos). Pero degradarla por celos de machos alfa es una distracción evitable, que beneficia más a Sánchez que a Casado. Lo innecesario es enemigo de lo útil. Y además surgirá una pregunta obvia e insidiosa: si hace un año la promocionaste porque te parecía buenísima, ¿ahora por qué la echas?