El cebo de Santiago Abascal

José Antonio Zarzalejos-El Confidencial

El líder de Vox le espetó a Casado dos palabras: «derechita cobarde». Y el presidente del PP ha entrado en tromba haciéndole la campaña a Abascal

La incógnita cualitativa de los resultados electorales en Andalucía es si Vox entra o no en el parlamento autonómico y, si no lo consigue, qué porcentaje de voto obtiene. Según el pulso de Metroscopia correspondiente al mes de noviembre, conocido ayer, este sería el «momento» del partido de Abascal que, a nivel nacional, tendría un voto estimado de más del 8%. En el ‘ranking’ de partidos, ocuparía claramente la quinta plaza.

De sentarse en la Cámara andaluza uno o varios diputados de Vox y de conseguir en mayo otras posiciones institucionales municipales, autonómicas y europeas, esta fuerza política en ciernes resultaría simétrica a Podemos en su contenido programático porque ambas se sitúan en posiciones maximalistas y extraconstitucionales que pretenden, no una reforma de la Carta Magna, sino un proceso constituyente.

Vox es un partido que reivindica por encima de todo la unidad de España y es completamente hostil a los movimientos nacionalistas vasco y catalán

Vox es un partido político inspirado por personalidades en las bambalinas que en otro tiempo ostentaron protagonismo no menor en UCD, en Alianza Popular y en el PP. Santiago Abascal —exmilitante popular en el País Vasco— lo lidera con arreglo a unos vectores ideológicos muy evidentes y claramente formulados:

 1) Vox es un partido que reivindica por encima de todo la unidad de España y por lo tanto es completamente hostil a los movimientos nacionalistas vasco y catalán. En coherencia propugna que España se configure como un Estado unitario con supresión de las autonomías

 

2) Vox es un partido de inspiración cristiana que cree que los valores religiosos deben permear la sociedad española y se opone al aborto, al matrimonio homosexual y reclama la vigencia de los criterios morales en sintonía con la doctrina de la Iglesia más tradicional y

3) Vox es un partido que rechaza rotundamente la ideología de género y por lo tanto impugna el feminismo, las leyes de este carácter y, en general, las políticas de discriminación positiva a favor de las mujeres.

Estos principios se deducen claramente de las cien medidas que Vox presentó en el mitin, casi fundacional, que celebró el 8 de octubre pasado en Vistalegre, una gran parte de ellas incompatibles con los principios y valores que propugna la Constitución de 1978. No solo pide la supresión de las autonomías, también la derogación de la ley de Memoria Histórica, la de Violencia de Género y, entre otras medidas, la ilegalización de los partidos y asociaciones que persigan «la destrucción de la integridad territorial de España».

Estos perfiles acercan a Vox a los modelos de partidos populistas de derechas en Europa y algunos de sus dirigentes ya han señalado como referencia de liderazgo europeo a Viktor Orbán, el actual primer ministro húngaro que se deslizó de posiciones conservadoras a otras integristas.

Aunque hay quien lo afirma, Vox no ha hecho hincapié en la inmigración aunque plantea medidas duras para regularla y así lo ha manifestado de forma explícita en la campaña andaluza. «España primero» se conecta como lema con el rechazo —próximo a la xenofobia— de los inmigrantes siguiendo así el guion del «trumpismo» y sus derivados europeos, sean italianos, polacos, «lepenistas» o los que mantienen los ultraderechistas alemanes. Existe también una conexión de Vox con el repliegue británico sobre su propia soberanía: de hecho, rechaza la jurisdicción internacional tanto de la justicia europea de la UE como la que afecta a la protección de los derechos humanos en el Tribunal de Estrasburgo.

Santiago Abascal —que utiliza poses que remiten al Putin que cabalga en las estepas rusas— es un tipo bregado en los años duros del terrorismo etarra y que ha aprendido la política en la escuela primaria del PP de las catacumbas vascas. Su campaña ha consistido en que se la hiciera Pablo Casado. Utilizó dos palabras («la derechita cobarde») que activaron los resortes de la testosterona ideológica de un PP que, tras el congreso de julio que eligió a la nueva dirección, apostó por rearmarse ante el desmayo «rajoyista».

Y el presidente del PP ha entrado al trapo para tratar de demostrar que ni es «derechita» ni es «cobarde», de tal manera que ha confrontado con Vox ofreciéndole a Abascal el estatuto público de adversario e interlocutor. Para ello ha tenido que vencer su discurso hacia las tesis del pequeño partido, admitiendo que «comparten» algunos valores y que el PP estaría bien dispuesto a recibir sus votos si eventualmente accediese al parlamento andaluz.

La provocación, el cebo de Abascal, ha funcionado y el PP ha entrado como un novillo con genio al capote de Vox entregándole las hechuras de adversario, temeroso de que se le fuera el voto por la derecha sacrificando los que circulan en las zonas más templadas. Ciudadanos, por su parte, ha sabido utilizar un estratégico desdén tratando de hacer transparente la presencia de Vox.

Un partido que no tiene implantación pero sí medios, un discurso que resulta contemporáneo en el contexto regresivo de Europa y que despierta el morbo de la novedad ante la «derechita cobarde» (sic. de Abascal) que ha reaccionado sin la serenidad necesaria.