ABC 07/10/15
DAVID GISTAU
· El problema de Aznar consiste en que es el titular de un tiempo político cuya gloria no puede ser añorada porque ya no existe
LAS cóleras episódicas de Aznar describen una trayectoria, paralela a las del país y su partido durante la última década, que revela que el expresidente sufre enfados cada vez menos ambiciosos. Tienen en común que siempre parece enojarse por una noción del legado histórico que otro, un botarate, le arruina por habérsele ocurrido irse. Pero, si hace una década todavía se enfadaba porque le estaban estropeando la gran nación europea y atlántica que nos dejaba, próspera y expansiva, comprometida con los deberes de Occidente en el «limes», ahora ya apenas ansía proteger un ecosistema electoral en el que ha penetrado un partido intruso del cual huele las meadas territoriales. A Aznar primero le fastidiaron su España de grandezas devueltas, en la que llegó a hablar con acento tejano a la salida de un rancho que era como el templo de Mars Ultor, Marte Vengador, en la consagración de los estandartes. Entiendo que ha tenido varios años de crisis para resignarse a ello. Pero es que ahora le están demoliendo una gigantesca maquinaria de poder y de acaparación de valores que, como él mismo se propuso, no permitía la existencia de ninguna otra sigla «a la derecha del PSOE».
Vistas así las cosas, lo extraño es que en el PP no haya prosperado una nostalgia sebastianista. Al revés: cada vez que Aznar sale de un acto al que no ha ido nadie de la pomada, en el que nadie ha querido ser visto, parece que el coche al que se sube se lo lleva al exilio. El problema de Aznar en este sentido, más allá de que no tenga otras intenciones actuales aparte de regañar o de tutelar como un centinela moral, dependiendo de a quién se le pregunte, consiste en que es el titular de un tiempo político cuya gloria no puede ser añorada porque ya no existe. La han triturado entre Bárcenas y Rato, de igual forma que Rajoy mantiene cautiva toda posibilidad de proyección al porvenir. El PP no tiene hacia dónde ir. Pero tampoco tiene hacia dónde regresar para consolarse con recuerdos gratos de su propia decadencia y para creer que hay una medida idealizada de lo que fue y de lo que podría volver a ser. Ese anhelo nostálgico debería alimentarlo el aznarismo. Pero resulta que el aznarismo ha sufrido un desengaño no tan brutal, pero tampoco tan distinto que el del pujolismo. Y sin tanques entrando por la Castellana que sirvan de pretexto evasivo.